Desde los confines del suroeste de Castilla y León emerge una de las grandes tradiciones de la Navidad: la producción centenaria de turrón en La Alberca. Un producto elaborado con clara de huevo, almendra, miel y azúcar que deleita los paladares de millones de españoles estos días. Tanto es así que captó la atención de la reina Sofía en su última visita a Salamanca antes de la pandemia. Paula, una de las comerciantes que sigue la tradición de vender turrón en la calle desde hace 100 años, fue la encargada de ofrecer sus productos a la emérita, incluyendo "propóleo, miel, jalea, polen" y turrón duro, todos provenientes de la comarca de la Sierra de Francia, provincia de Salamanca.
Junto a Paula, otras cuatro mujeres (Emilia, Yolanda, Toñi y Ana) venden turrón en grandes bloques, cortados con un hacha y comercializados en el portal de San Antonio, que da acceso a la plaza Mayor salmantina, el lugar más concurrido de la ciudad. Durante más de 11 horas al día, atienden a vecinos y turistas interesados en grandes mesas que exhiben una variedad innumerable de alimentos navideños. La casualidad hizo que en una visita a la Universidad de Salamanca en octubre de 2018, la reina emérita se interesara y generara una aglomeración de personas alrededor de uno de los puestos. "¡Claro que la conocí!", apunta la artesana y aunque la conversación duró poco tiempo, destaca que la reina fue “muy agradecida".
La escena es curiosa. A lo largo del soportal, hay cinco mesas colocadas y en cada una de estas, una dependienta ofrece pequeñas muestras de turrón duro. Toñi, melliza de Paula, tiene su puesto unos metros a la derecha del de su hermana y rememora lo que les contaba su madre de pequeñas. "He escuchado a mi madre decir que durante la Guerra Civil vendían (turrón) mientras escuchaban las bombas sonar". La hija de la artesana compara ese momento con la primera Navidad de la pandemia, cuando notaban el “miedo” del cliente mientras el resto de negocios seguían cerrados.
Entre puesto y puesto aparecen María y Jesús, un matrimonio de Cádiz de paso por la ciudad charra. A ellos no hay que explicarles quiénes son las turroneras de La Alberca, ya que son asiduos a su puesto a pie de calle. Lo hacen “casi siempre”, asegura María. Su marido confiesa que le encanta el producto porque le recuerda al sabor tradicional. El puesto de Yolanda está lo suficientemente cerca como para escuchar la conversación. En su caso, se trata de la cuarta generación familiar que produce y vende el dulce navideño en plena calle, continuando con la tarea de su bisabuela. En una breve charla entre dulces, comenta que producen turrón en bloques de 12 a 18 kilogramos, para después ser cortados en pequeñas barras o bloques de menor tamaño que van ordenadas por peso. En su mesa, puede verse una pequeña tabla blanca junto a un hacha, el instrumento que utilizan las turroneras de la comarca para partir el género.
Las personas de edad avanzada son las que más se acercan, pero también hay jóvenes que curiosean entre los puestos. Los que se interesan lo hacen por el recuerdo que les genera ver el producto que sus padres o abuelos han llevado en algún momento a casa. Algunos incluso compran el bloque de turrón de un kilo de peso aproximado para después cortarlo y así mantener la tradición. Emilia, otra de las artesanas, considera que el factor diferencial no solo es el sabor o la forma de producir el dulce navideño, sino la importancia de llegar a la memoria de los clientes, ya que "les recuerda su niñez". "Ellos priman el recuerdo y les gusta enseñarlo", relata. La última de las artesanas es Ana que, al igual que Paula, lleva vendiendo en el mismo lugar desde hace más de treinta años. Liga el "sabor natural" del turrón con intentar "mantener la tradición" que se ha ido perdiendo con el transcurso de los años. De hecho, son menos las mujeres que hoy, a diferencia de los años ochenta, venden turrón de La Alberca en la capital.
Una historia centenaria
Estas artesanas coinciden en algo: todas imitan a sus antepasados, aunque con algunas facilidades que no existían en los primeros años del siglo XX. En aquella época, el producto era muy cotizado y, para comercializarlo, aprovechaban la venta del por entonces producto estrella de la zona: la chacina. Así lo cuenta el periodista salmantino y apasionado de la historia local, Santiago Juanes. Históricamente, las turroneras "no se situaban en los soportales de la Plaza Mayor, sino frente a la calle del Pozo Amarillo". No fue hasta el año 1930 cuando estas mujeres desplazaron sus instrumentos y productos al lugar donde colocan a día de hoy sus puestos. La evolución del comercio charro de aquella época revolucionó las ventas de la ciudad, agrupando en la misma zona los pedidos cárnicos y de obradores en el lugar donde terminó siendo construido el mercado de la ciudad.
"Las turroneras decidieron desplazarse a la plaza del mercado porque era la zona comercial de Salamanca. Era un negocio muy precario", cuenta Juanes, que además precisa la fecha en la que el turrón se viralizó en Castilla y León. Aunque lleva produciéndose desde "tiempo inmemorial" en La Alberca, surge de antepasados "judíos" y árabes, que mezclaron la miel, un producto "tradicional de esas culturas”, con la almendra, el “fruto seco más accesible”. De esta manera se popularizó a su llegada a la zona en el siglo VIII. "Junto a esos embutidos que llevaban a Salamanca, Madrid y otros lugares, se popularizó el turrón", que acabó siendo considerado “un postre asiduo de los albercanos”, añade el periodista, a la vez que subraya que, en aquel entonces, se trataba de un producto "elegante" que tardó años en ser vendido de manera popular, al menos hasta finales del siglo XIX.
En el siglo XX, "no era fácil venir de La Alberca a aquí", dice Juanes, quien responsabiliza al medio de transporte y las infraestructuras como la principal razón por la que el producto no se expandió con mayor rapidez. Afirma que las turroneras continuaron su negocio en la capital charra durante la Guerra Civil por varias razones: la Navidad las impulsaba a viajar los 76 kilómetros que separan ambos puntos para realizar ventas; había una “necesidad” imperante de vender turrón; las infraestructuras mejoraron notablemente en la década de 1930; y las artesanas eran “apreciadas” por los vecinos, probablemente “contando con el apoyo del régimen, dado su arraigo a las tradiciones”.
Una estatua en su honor
Es posible que la tradición se pierda en unos años si no existe un relevo generacional, pero el recuerdo perdurará por siempre en la ciudad de Salamanca. No solo por los escritos y fotografías que certifican esta historia, sino por la estatua fundida en bronce de tamaño real inaugurada en diciembre de 2017 por el entonces alcalde de la ciudad, Alfonso Fernández Mañueco, junto a las protagonistas de la historia, quienes recibieron la noticia "más que bien", asegura Toñi. Ella considera que el consistorio rindió un "homenaje" a sus "antepasadas turroneras, que se merecen todo y mucho más". La tradición continúa y sus ventas aumentarán, previsiblemente, estos días de fiesta.
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