¿Dónde está el cadáver de Scarlatti? Las interrogaciones podrían alojar una novela de misterio de Donna Leon. Me refiero a las que protagoniza el comisario Guido Brunetti, cuyo instinto equivale a su pericia cuando se trata de resolver los crímenes contingentes y los misterios de ultratumba. Y no es que Domenico Scarlatti (1685-1757) fuera asesinado. El compositor murió a los 71 años en su domicilio madrileño de la calle Leganitos, pero su cuerpo desapareció entre los escombros cuando fueron demolidos el convento y la iglesia de San Norberto.
Se ubicaba en la plaza de los Mostenses, cerca de Gran Vía. Y padeció la represalia urbanística de José Bonaparte, cuya aversión a la clerigalla (así llama Clarín en La Regenta al clero más abyecto) era tan elocuente como su afición a las plazas. Pepe Plazuelas llamó el pueblo de Madrid al alcalde y rey invasor. Se demolió, en efecto, el convento de San Norberto en 1810. Y se malogró la reconstrucción arquitectónica que había concebido Ventura Rodríguez, precisamente porque el templo primigenio, bendecido e inaugurado en 1611, se hallaba en estado de ruinas mediado el siglo XVIII.
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Fue más o menos cuando murió el maestro Scarlatti. Y cuando se le dio sepultura con todos los honores que merecían haberse instalado en Madrid, igual que hicieron otros compatriotas. El celebérrimo castrato Farinelli representa el caso más llamativo, aunque la italianización de la corte también explica la presencia y la influencia de Luigi Boccherini (1743-1805). Se le enterró en Madrid como correspondía a su arraigo en la corte española y sus aledaños –35 años de relación–, pero la intervención patriótica de Benito Mussolini dio lugar a una expatriación del cadáver (1927) que dejó vacante el lugar de su tumba en la iglesia capitalina de San Miguel.
Se puede honrar Boccherini en su lugar de nacimiento, Lucca (Toscana), pero no tiene descanso el alma de Domenico Scarlatti. Otra cuestión es que pueda evocarse su memoria y su talento con un magnífico disco que ha grabado el grupo barroco Concerto 1700 a iniciativa de Daniel Pinteño. El violinista malagueño aparece en los grandes titulares del CD, igual que lo hace la soprano portuguesa Ana Vieira Leite. Son ambos los principales artífices de una primorosa experiencia musical que evoca las cantatas de cámara del maestro Scarlatti.
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La belleza de los textos de Metastasio impresiona tanto como la sensualidad de la partitura. "Amorosi Accenti" se titula el álbum (acentos amorosos), redundando en el refinado hedonismo con que se entrecruza el maridaje de la palabra y la música. Podrían haber desaparecido las cantatas igual que desapareció el cuerpo de Scarlatti. Y como hicieron muchísimas de sus obras. Tenemos una visión fragmentada y fragmentaria del repertorio del maestro napolitano. Hijo de Alessandro Scarlatti (1660-1725), compositor glorioso.
Y heredero –Domenico– de las Industrias Scarlatti, como podría llamarse el taller familiar donde se producían “en serie” las creaciones de la estirpe familiar. Las más líricas de todas ellas llamaron la atención de Farinelli, hasta el extremo de que el castrato se preocupó él mismo de compendiar las cantatas que nos ocupan y de remitirse a la Biblioteca Nacional de Viena.
Daniel Pinteño las ha “exhumado”. Y ha reanimado el alma de Scarlatti a través de las partituras que acaso alojan mayor pureza y erotismo, como si fuera él mismo un médium que convoca al alma itinerante del maestro. Y que Pietro Metastasio inspiró con todo su valor premonitorio en una de las arias más hermosas: “No, no me quejo de mi suerte, pues soy yo mismo, sí, quien se arroja a los brazos de la muerte, si no me apiado de mí”.