:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F381%2F85f%2F3f8%2F38185f3f8eef897cdd91048d860f1bfc.jpg)
Más allá de Maspalomas, donde el turismo se desborda y las sombrillas dibujan geometrías humanas sobre la arena, existe un lugar en Lanzarote que no parece de aquí. Es la playa de Papagayo, una cala que se guarda como un secreto a medias. Hay que caminar un poco, pagar una entrada simbólica y mirar al frente: lo que se ve parece más Caribe que Canarias, pero sin ruido, sin chiringuitos ruidosos y sin (aún) tanto postureo como en otros lugares.
Forma de concha, mar esmeralda casi caribeño, arena fina y paredes volcánicas que abrazan el Atlántico con mimo antiguo. Papagayo se encuentra en el Parque Natural de los Ajaches, un paraje que parece no querer que nadie lo estropee. Aquí el mar no ruge, se desliza. El viento no corta, acaricia.
Los usuarios de Jetcost la han señalado como una de las playas más originales y “secretas” de Europa. Y aunque la palabra "secreta" suene a exageración, hay algo cierto: un rincón aún virgen en pleno siglo XXI es una rareza. Y Papagayo lo es. Una rareza bella, sencilla y cruda.
Premio aparte, su nombre ya empieza a sonar entre quienes buscan algo más que una postal: quieren una experiencia. Lanzarote tiene otra textura, otra luz, otra temperatura emocional.
Se llega, se baja por un sendero de tierra, y uno se encuentra solo. Agua transparente. Montaña negra que observa. Y un chiringuito discreto, lo justo para brindar con una cerveza fría mientras el sol decide ocultarse detrás de los Ajaches.
Hay vigilancia natural. Está dentro de un parque protegido y el acceso está limitado, por eso los acantilados siguen intactos y el fondo marino parece recién estrenado. Aquí el mar no ha aprendido todavía a ser turbio.
Y quien llega buscando una estampa caribeña, la encuentra. Pero también se lleva el extra canario: esa mezcla de lava, salitre, brisa, y esa sensación de que la vida, a veces, solo necesita una toalla, un baño y un espejo volcánico.
.
{getToc} $title={Tabla de Contenidos}
