La Fórmula 1 en Madrid no es la mejor fórmula

La Fórmula 1 en Madrid no es la mejor fórmula

No hay circuito. No hay tradición. No hay afición. Lo que sí hay es una ocurrencia extravagante: traer la Fórmula 1 a Madrid, cuando no imponerla con el estruendo de los fuegos artificiales. Es una historia de ambición, de testosterona institucional, de urbanismo disfrazado de deporte. Una historia donde lo que menos importa es la carrera.

El Gran Premio de Madrid no responde a una expectativa ciudadana. Nadie se había levantado un lunes diciendo: "Qué pena que no tengamos aquí a Max Verstappen quemando rueda por Ifema". Pero como el poder ya no sabe distinguir entre el simulacro y la experiencia, ha decidido convertir la ciudad en un circuito y el circuito en una pantalla. Todo será tan espectacular como efímero. Como un anuncio de perfume.

Quiere Madrid vestirse de neón, alquilarse por un fin de semana, disimular sus carencias estructurales con un par de chicanes sobre el asfalto. Y mientras tanto, la ciudad real —la de los barrios, las aceras rotas, los buses que no pasan y los socavones donde naufragan los moteros— observa perpleja cómo se construye un escenario que no le pertenece.

Ayuso lo venderá como una victoria de gestión y paradigma de las libertades. Almeida lo celebrará como un hito turístico. Y el resto, a aplaudir. Porque aquí el que se queja es un cenizo. Un aguafiestas. Un ecologista. Un peatonalista. Un defensor del transporte público. Es decir, un tipo raro que no entiende que lo importante no es la movilidad, sino la visibilidad. Que la ciudad ya no se piensa para vivir, sino para retransmitirse.

Ignacio S. Calleja

El problema no es que venga la Fórmula 1. El problema es que lo haga sin historia, sin paisaje, sin alma. Como un decorado low cost del capitalismo del espectáculo. Lo que debería ser una carrera se convierte en un evento. Y lo que debería ser una ciudad, en una pista.

Madrid no necesita coches a 300 km/h. Ya tiene suficientes atropellos. Necesita planificación. Coherencia. Sensibilidad cultural. Cosmopolitismo sobrio. Y sobre todo, algo de decencia institucional.

Javier Rubio

Se diría que este Gran Premio es el síntoma más claro del narcisismo municipal. De esa pulsión tan madrileña de jugar a ser capital de todo y de todos. Pero también es un espejo. Y en él se refleja la ciudad que somos: rápida, vacía y cada vez más ajena a los que la habitan.

Aquí se ha decretado que el progreso lleva ruedas, y si no estás a favor, estás contra Madrid. Contra el futuro. Contra el espectáculo. Nos dicen que generará riqueza. Que vendrán turistas. Que se llenarán los hoteles. Que Madrid se pondrá en el mapa. Como si no lo estuviera ya. Como si padeciéramos un complejo de inferioridad. Como si el éxito de una ciudad se midiera por la cantidad de influencers que postean una recta en Instagram. Como si el ruido del motor sustituyera el silencio de una biblioteca pública (reconozco que esto último me ha quedado un poco demagógico).

La Fórmula 1 en Madrid no se entiende como un homenaje al automovilismo. Se entiende como una coartada urbanística. ¿Qué quedará cuando se apaguen los focos? ¿Una pista muerta en medio de Ifema? ¿Una deuda camuflada de inversión? ¿Un souvenir en forma de camiseta de Carlos Sainz?

Rubén Rodríguez

Esto no va de velocidad, sino de propaganda. En Madrid no se disputa una carrera, sino una maratón de egos. Quizá algún día podamos celebrar un Gran Premio con sentido. Con historia. Con respeto. Mientras tanto, solo nos queda ver cómo la ciudad se disfraza de sí misma. Cómo se alquila por tramos. Y cómo nos piden que aplaudamos, sin saber si somos espectadores o víctimas de esta nueva vuelta de tuerca. El síntoma de una política entregada a la ficción y a la opulencia. Al espectáculo. A la lógica del acontecimiento fatuo. El circuito no atraviesa Madrid. Madrid es el circuito. Y todos giramos en él como figurantes hipnóticos.



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