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Definitivamente Valencia es la envidia de Madrid. O al menos de un cierto Madrid atestado de meninas callejeras, rastros de un capitalismo montano, cubiertas las pobres de logos hasta el pescuezo. Si David Meca, nadador en sospecha, inauguró el género de tatuarse marcas en la piel hasta no quedar poro libre, el Madrid de las meninas las redujo a valla publicitaria. Cruel destino para aquellas esculturas pizpiretas que el valenciano equipo Crónica convirtió en subversión velazqueña.
El Stop Meninas alzó la voz como grupo oprimido ante la especie invasora. Por Instagram, que es donde estallan las actuales guerrillas urbanas, llevan años denunciando unas calles centrales atravesadas por meninas como minions patrocinados. Demasiado artificio para tan poco arte. De fondo, la lucha infinita entre la cultura como realización social o la cultura como brilli brilli aparente. De frente, un ejercicio de culture washing pasado de rosca.
Como artífice del movimiento de las meninas pop, Manolo Valdés, ex cofundador del Crónica, asistió al prodigio con prudencial distancia desde Nueva York, mientras que el venezolano Antonio Azzato se apuntaba al tanto, creando la trepadora Meninas Madrid Gallery.
Ahora es Valencia la que se abona al furor. Pero, siempre un paso por delante, lo hace desde la posición inversa. Después de tener, en los años del boom, un conato de meninas callejeras (Valdés inauguró una escultura en una calle adyacente a la Plaza del Ayuntamiento y disponer una enorme menina-rotonda frente al Nou Mestalla), la ciudad va a confinarlas bajo techo.
Esculturas de Valdés hay por toda España. La ardilla que salta de la Dama del Manzanares, en el madrileño Parque Lineal, a la Infanta Margarita de Bilbao. De La Mariposa de Alicante a los Asturcones de Oviedo. Lejos del sentido crítico de los primeros años de Valdés, y amoldadas al género tan español de la escultura pública como consenso oficial de una época. La administración pública va a disponer ahora de la obra de Valdés también en versión indoor.
Al cumplir los primeros dos años de mandato, la alcaldesa valenciana María José Catalá ha anunciado la creación del Espai Valdés, un museo a la vera del Parc Central (muy cerca de Russafa), donde el escultor más internacional de la ciudad tendrá reunidas cerca de 30 obras. Servirá para utilizar una de las naves del parque, prevista inicialmente para una subsede del IVAM que ha quedado en el olvido.
La iniciativa del museo es coherente con la línea cultural del PP valenciano, quien dio a Valdés un protagonismo del que no gozó en la etapa con Ribó al frente del Ayuntamiento. Es un reconocimiento lógico con un artista que, más allá de una deriva previsible, tiene un peso específico en la producción cultural española. Un súper ventas que, como Calatrava, encontró lejos, la consagración del circuito internacional. El año pasado, como prueba, fue el único español en la lista de los cien artistas más vendidos, según el informe de Hiscox. La primera es Yayoi Kusama, Valdés está en el puesto 54. Desde hace más de 25 años vive en Nueva York, en cuyo museo Metropolitan la colección permanente muestra obras del valenciano. Sus orígenes, en cambio, están en la calle Turia de Valencia, donde Rafael Solbes y él, en el recorrido principal, utilizaron a las meninas y al Guernica como elementos de alta popularidad, perceptibles por toda la sociedad, para usarlos como portadores de mensajes contestatarios frente a los corsés franquistas de los sesenta. Tomás Llorens explicaba con destreza el objetivo: "Se trataba, de algún modo, de arrancar del contexto de la ideología franquista ese mito de Velázquez".
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'Reina Mariana', escultura en madera, del valenciano Manolo Valdés. (EFE/Xavier Bertral) El viaje de Valdés desde el franquismo y la posterior evolución democrática de España explica bien el camino en paralelo entre la alta cultura y la élite del país. Sería valioso que esa lectura formara parte del futuro museo, más allá de cobijar parte de su colección
Otra de las claves del futuro Espai Valdés va más allá de lo artístico. El primer museo de la era Catalá se sitúa lejos de la estrategia de ciudades como Málaga. No forma parte de la importación de instituciones franquicia. Al contrario, es una readaptación genuina en un espacio propio y con un artista local. Tampoco parece especialmente destinado al público turístico -ni por planteamiento ni por ubicación-, sino más bien al interno. Y lo que es mejor: pone orden en el asilvestramiento callejero de la menina común española. Meninas en el museo, donde deben estar.
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