
"Aquí no sólo se viene a apostar, chaval. Hay que disfrutar de los caballos y la competición".
Las papeleras del Hipódromo de la Zarzuela son un pozo de los deseos. Jonás las recorre minutos después del repicar de la campana y los alaridos de emoción trotando por el ambiente. Va a la caza de algún boleto malinterpretado. Una apuesta despreciada con desafortunada anticipación. La confusión de un uno por un siete. De un seis por un ocho. De un papel arrugado por unos jugosos billetes reclamados en la ventanilla. Husmea su posibilidad de que la mala suerte de otros se convierta en la suya. ¿Acaso no consisten en eso las carreras de caballos?
Jonás es un hombre achaparrado. Su pelo semicano acompaña una camisa hawaiana, y unas bermudas que desvelan unas pantorrillas de helio. Se dirían a punto de elevarlo sobre la zona del paddock, ese pequeño recinto circular donde Jonás ojea a los jamelgos presentados en sociedad antes de la inminente carrera. "Aquí es donde se sabe cuándo un caballo va a despuntar. Si está nervioso, demasiado tranquilo o con ganas", confiesa. "Si los miras a los ojos, hasta puedes hacerte a la idea de si van a competir con el de delante hasta el final", sostiene mientras acaricia con la mano derecha unos prismáticos de supermercado.
Si los miras a los ojos, hasta puedes hacerte a la idea de si van a competir hasta el final
Hablando de prismáticos, estos son un carné de identidad en el hipódromo. Los hay novísimos, pulcros y pulidos como espejos. Otros, se diría llevan acompañando a sus ajados dueños con gorra y camisa de cuadros vichy desde la mili. La mayoría de los presentes no ha traído binoculares. Eso supone un distanciamiento, por así decirlo, del club social habitual. De los parroquianos del turf (designación original británica para las carreras de caballos).
Que un setenta por ciento, a ojo de buen cubero, de los asistentes a este Gran Premio Urquijo, celebrado la tarde del sábado 14 de junio, no lleven prismáticos, da fe del interés diletante por las carreras. La competición equina no impone por norma, o ley, la condición sibarítica. No para todo el mundo, al menos.
Los únicos excusados, quizás, de ausentar unos prismáticos sabiéndose doctos en el juego, son los adinerados dueños de los dentudos corredores y los VIP; quienes aun sin la herramienta espía colgada del cuello, son inmediatamente identificables por ocupar el centro del paddock, alrededor del que pasean los inminentes velocistas cuadrúpedos. Al vulgo, a la pelusa corriente, le toca amontonarse en el margen exterior del caminito. No parece que Jonás fuese desencaminado. Los tahúres diseccionan con mirada cirujana a los caballos en este paseíto previo. Aquí hay oculta una premonición de la victoria.
La obsolescencia no se ha viciado con las carreras de caballos. La dinámica se ha alterado poco desde la época en que los Peaky Blinders trapicheaban en Inglaterra, allá por unos insalubres principios del siglo XX, con las apuestas en el turf. Salvo insignificancias, como las taquillas de pago exclusivo con efectivo, y ahora con tarjeta de crédito, o la calidad de las cámaras que captan el evento, el dinero no ha alterado su galope inquieto entre las manos de quienes no volverán a ver sus apuestas, y quienes liquidan una celebración entusiasta cuando se anuncian los ganadores definitivos.
"¡Ay! ¡Ay! ¡Corre! ¡Corre!", es un mantra que se escucha como un rezo bélico, u orgiástico, a varios grupos de mesdames entusiasmadas. Una emoción que se transfiere a la agitación de sus pamelas. El número 6 de la quinta carrera: Noisy Night, les ha dado la alegría de la semana.
Las gradas están bien surtidas de entusiastas apostadores de todo género y edad. La miscelánea estética es rica. Dividida entre una estética de Downton Abbey (guantes con mangas de encaje, sombreros floppy y americanas pastel), quienes despachan el ‘dress code’ de aquellos que no tienen nada que demostrar en superficie, sabiendo lo que atesoran en sus carteras, y los que acuden de lo más normalito.
La alta afluencia y la satisfacción en los rostros (incluso a pérdidas) es obvia y el hipódromo de la Zarzuela va a lleno por evento: sean estos los jueves, sábados o domingos, según el caché de la jornada. En España no se han dado grandes protestas animalistas —como las que se llevaron a cabo en el Derby de Epsom, Inglaterra, hará dos años— y en el hipódromo de la Zarzuela las únicas demandas han ido dirigidas a no taladrar con festivalones musicales, de reguetón y chunda-chunda, los sensibles tímpanos de los trotones. La ANDA (Asociación Nacional para la Defensa de los Animales) se dirige desde la temporada pasada a la organización del hipódromo para que no organice saraos de discothèque, como se ha acabado haciendo en la Plaza de Toros ... {getToc} $title={Tabla de Contenidos}