El milagro del Utiye: el cineclub que nació en el franquismo y sobrevive en un centro comercial

El milagro del Utiye: el cineclub que nació en el franquismo y sobrevive en un centro comercial

Una nota en el periódico local anunciaba, con rigor de bando municipal, la muerte del hombre que inicia este relato: "Esta mañana del miércoles se ha conocido el deceso a los 88 años de José Ángel Gironés, fundador y primer presidente del Cine Club Utiye en 1968. Fue uno de los grandes activistas de la cultura a nivel local durante la dictadura franquista, a pesar de todos los obstáculos de aquel tiempo".

La prosa del obituario en El Periòdic d'Ontinyent perfila ese mundo extinto por el que plañen los violines de Cinema Paradiso, pero lo asombroso de la noticia está en lo que no se cuenta, seguramente porque la mayoría de quienes se topan con ella leen ya lo saben: que aquel cineclub sigue en pie, sobreviviendo a sus creadores.

El Utiye tomó el nombre que se le otorgaba al municipio en una obra fundacional como el Llibre de Repartiment y su existencia linda en algunos pasajes con el mito, como la de los grandes personajes de una comunidad. No en vano ha atravesado todas circunstancias que debían haberlo enterrado: el cierre de las salas donde se celebraban sus sesiones, el cambio de costumbres del público, las plataformas de streaming.

En una época en la que todas las salas –las que pueden, al menos– se adhieren al reclamo de la fórmula cineclub, apoyándose en la presencia de directores o estrellas de los filmes en las proyecciones para hacer coloquios y tratar de fidelizar al público, Utiye puede presumir de que ya estaba ahí, que nunca sucumbió para renacer, que va camino de los sesenta años y una lista de centenares de títulos proyectados, decenas de cineastas invitados, miles de espectadores acogidos a su sello. Y que además lo ha conseguido en unas coordenadas poco favorables, lejos de grandes ciudades.

Álex Zahinos. Valencia

"Estamos en El Teler, un centro comercial con varias salas", introduce Joan Enric Valiente, exempleado de banca, 68 años y casi la mitad de su vida al frente del Cineclub Utiye. Su presidente más longevo, responsable junto a un puñado de figuras más –son seis en la directiva actual– de salvarlo de las notas nostálgicas de los historiadores, describe cómo para sobrevivir ha habido que adaptarse: "Nosotros usamos una de esas salas, con unas 150 butacas. Al principio hacíamos proyección solo un día a la semana; ahora proyectamos todos los días como un cine comercial. La sala la gestionan los trabajadores del espacio. Nosotros nos encargamos de la programación y de traer las películas".

Lo que mantiene viva la llama del cineclub es esa elección de películas: con sello de autor, una vocación de proximidad y premiadas en festivales. "Películas que no se proyectarían en este espacio de otra manera", recuerda Valiente, y cita dos ejemplos recientes que se habrían escapado de la cartelera de los multicines si no es por el Utiye: Casa en flames y El 47.

Un par de apuntes para dar la medida de la actual misión del cineclub: Ontinyent cuenta con una población de 36.000 habitantes, el único municipio de su comarca, Vall d'Albaida, que supera los 10.000 habitantes. Hay cines en comarcas cercanas, si bien no todos tienen un espacio con la programación que ofrece Utiye.

"Tenemos más de 350 socios que pagan una cuota anual reducida y tienen un descuento en la entrada", presume el presidente del club: "Proyectamos una película cada semana, a veces dos, si encontramos producciones de calidad". La cuota de los socios y la recaudación de las entradas es lo que mantiene el alquiler de la sala y el alquiler de las películas que proyectan.

Álex Zahinos. Valencia

Como cineclub, además, mantienen una agenda de proyecciones con coloquio, que ha llevado a Ontinyent a directores como José Luis Cuerda, Ventura Pons, Fernando y David Trueba, Fernando León de Aranoa o Avelina Prat, directora de una de las sensaciones del verano en salas, con Una quinta portuguesa. Además, Utiye impulsó su propia Mostra de Cinema y se ha aliado con otras asociaciones del municipio, como el Club de Lectura, para lanzar un festival de literatura y cine negro que ya ha cumplido una década.

"Ha cambiado mucho respecto al cineclub en el que entré", rememora el hombre que ha mantenido la bandera del Utiye durante tres décadas. La crónica de aquella época de su fundador –recogidas en un artículo en la propia web– son testigo del cambio de piel de este lugar de encuentro para amantes del cine.

Utiye comenzó en el teatro del municipio, el Echegaray, pero pronto tuvo que mudarse a un centro parroquial. El nuevo club había nacido como unas jornadas cinematográficas organizadas por el centro excursionista del municipio y el primer título del Utiye fue El criminal, de Joseph Losey, y le siguieron obras de Resnais, Hamer, Bergman.

"Había que ir a por las bobinas a la estación de tren", rememora Valiente. Cada rollo de metraje duraba media hora. En aquellos años el éxito de la proyección dependía de la pericia de aquellos proyeccionistas aficionados: hubo público que asistió a películas con las bobinas cambiadas de orden; hubo quien se contempló algún título fundamental de la nouvelle vague sin su parte central porque el tren no había transportado todas las bobinas. Pero hubo, también hubo, críticos de Valencia que viajaban a Ontinyent para ver títulos que se habían escurrido de las carteleras de la ciudad, como Lacombe Lucien.

Álex Zahinos

El ritual los concitaba a todos con el espíritu de ver y después discutir lo visto. Los domingos, los dueños del cine parroquial programaban títulos infantiles; los viernes y sábados se congregaba en la misma sala, fría de solemnidad, una pequeña legión de diferentes edades para ver, por ejemplo y ante el escándalo de las autoridades de la localidad, El acorazado Potemkin, con un cortometraje extra adherido por la distribuidora que narraba el atentado de la extrema derecha contra el despacho de abogados laboralistas de Atocha.

Gironés recuerda en sus notas cómo una de las tareas de los directivos del cineclub consistía en presentar a los comisarios de la censura la lista de películas que se pretendía ver. Años más tarde, cuando la dictadura hubo caído, Valiente recuerda que también hubo que sortear la sensibilidad de algún propietario de sala: "Trajimos La última tentación de Cristo, de Scorsese, y el dueño del cine puso un cartel en la entrada en el que dejaba claro que aquella película se exhibía contra su criterio".

Utiye comenzó a peregrinar por distintos espacios de Ontinyent huyendo del cierre progresivo de teatros y salas de cine hasta que, finalmente, encontró acomodo en el centro comercial. Allí, este fin de semana, el cineclub programa La buena letra, adaptación de la novela de Chirbes, y convive con la última de Misión Imposible, traslaciones de éxitos animados a la acción real como Lilo & Stitch o Cómo entrenar a tu dragón, o la epopeya zombi 28 años después.

Hasta hace unos años, cuando Utiye solo contaba con una proyección semanal, obligaba a concentrarse a todo el público, a cambio de generar una sensación de comunidad que hoy se ha diseminado por las diferentes sesiones de la semana. Un peaje necesario para seguir en pie. "Al final, la gente viene a nuestra propuesta, no suele comer en la sala y tiene cine de calidad en versión original", resume Valiente: la reducción de la liturgia a su esencia, resulta que es también la fórmula de la longevidad del Cineclub Utiye.



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