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Apuraba sus últimos años el franquismo cuando el folclorista Joaquín Díaz lograba una doble hazaña. La primera, conseguir que las emisoras de radio convencionales emitieran romances medievales interpretados por su sedosa voz. La segunda, que pasaran la censura unos textos a veces truculentos y otras veces picantes que no encajaban en la moral oficial. Eso sí, esas canciones menos ‘adecuadas’ figurarían en el disco, pero tendrían la consideración de ‘no radiables’ que era el modo del régimen franquista de limitar su difusión pública.
Aquel primer disco, lanzado en 1972, llevaba el título de Romances tradicionales, pero luego llegarían los Romances populares y los Romances truculentos y, como colofón, una caja de cinco longplays que reunía los tres publicados y añadía dos nuevos. El fenómeno no llegó a la altura del disco de Canto Gregoriano de la Abadía de Silos, pero tuvo suficiente impacto como para que, sorprendentemente, el nombre de Joaquín Díaz figurara en las revistas de música de la época al lado de otros como Miguel Ríos que practicaban estilos bien distintos.
Estos días Valladolid rinde homenaje a esta figura destacada del folclore nacional, en la clausura de su Feria del Libro, este domingo. La concejala de Cultura, Irene Carvajal, promotora de la iniciativa, tiene claro que este vallisoletano nacido en Zamora es "la voz de una memoria que se resiste al olvido". "Gracias a él lo que parecía estar destinado a desaparecer, hoy late con fuerza en libros y discos. Su trabajo ha salvado la tradición oral y ha dignificado la cultura popular. Nos ha ayudado a recordar que, en cada refrán, en cada cante, en cada cuento, hay una parte de nosotros. Su legado es un gran acto de amor a la historia compartida. Y un regalo al alma colectiva de la tierra castellana".
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Vidal ArranzLa excusa para el reconocimiento es el 40 aniversario de la creación de la Fundación de Urueña que Díaz promovió y de la que es el alma mater. La fundación da amparo a un Centro Etnográfico que es una referencia internacional por su meticulosa y rigurosa labor de conservación de elementos patrimoniales de la tradición popular, sobre todo instrumentos musicales, archivos sonoros y documentos escritos.
Actualmente, el Centro cuenta con 50.000 libros, que se reubicarán en la nueva biblioteca que está previsto concluir en unos meses. Pero también alberga 3.200 instrumentos musicales, 10.000 pliegos de cordel, 4.000 aleluyas, cientos de fotografías, una amplia colección de grabados de trajes tradicionales y más de 50.000 grabaciones sonoras, incluyendo registros de romances cantados por vecinos de Castilla y León.
Entre los instrumentos destacan las campanas de iglesia, pero también las campanillas. De estas se ha recibido recientemente la donación de tres colecciones particulares que suman 1.700 unidades. Los aleluyas y los pliegos de cordel son primitivas formas de comunicación social popular que combinan texto e imágenes y que pueden incluir tanto contenido religioso como sucesos truculentos o leyendas sobre personajes de la época. Más de 10.000 visitantes anuales, 300 de ellos investigadores, atestiguan el interés de un centro de impacto pequeño, pero que se ha granjeado el respeto de los expertos de todo el mundo.
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Vidal Arranz. Valladolid"Siempre he pensado que lo tradicional es antiguo pero moderno al mismo tiempo. Si lo hemos conservado es porque ha ido evolucionando con la sociedad", asegura Joaquín Díaz, que sigue siendo el alma mater de la fundación pese a estar jubilado. "Es importante saber de dónde vienes", añade, y reconoce que la cultura europea ha vivido etapas muy intensas de desconexión con el pasado. A su juicio, el momento culminante fueron los años 60 y 70 "cuando parecía que lo único importante era el futuro y el progreso. Pero no hay posibilidad de avanzar sin el pie que queda atrás y que es el que permite dar impulso".
No obstante, quiere dejar claro que "el momento destructor ya ha pasado y que ahora estamos en una fase de mirar adelante". Díaz nunca ha visto la tradición como un fósil que hay que conservar intocable y actuó en consecuencia. Cuando se enfrentaba con un romance o una canción incompleta se preocupaba de completarla, simulando el estilo original. A veces solo había letra, y él se inventaba la música de principio a fin para servirle de soporte, aunque no la ‘firmara’ como autor. "Me enorgullece que muchas personas crean que son músicas tradicionales melodías que he compuesto yo", afirma sonriente.
Joaquín Díaz es ha manifestado esta vocación de muchas maneras. La grabación de más de 80 discos a lo largo de más de 30 años era un modo de preservar y dar a conocer un legado que, de otro modo, hubiera quedado relegado a los cuadernos de música o que se hubiera perdido, pues muchos de los temas tuvieron que ser rescatados de la cultura oral, a través de una concienzuda labor de recolección que no duda en considerar "lo más bonito" que ha realizado.
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Vidal ArranzSu labor como investigador se tradujo en más de un millón de kilómetros recorridos en busca del romance desaparecido, de la canción ignorada. Aunque la búsqueda de canciones escondidas es una vocación que nunca ha abandonado, el trabajo de campo más intenso lo realizó en apenas una década, desde mediados de los 70 a mediados de los 80. Eran tiempos en los que cogía el autobús y recorría los pueblos de Castilla y León, uno por uno, armado con un magnetófono, curiosidad y paciencia. En busca de esas personas mayores que aún conservaban el legado de los que les precedieron. "Era habitual detectar un recelo inicial; el temor de que el visitante pudiera burlarse de ellos", recuerda. Y es que llegó un momento en el que las canciones, los relatos y los cuentos populares dejaron de ser un saber compartido y socializado. Y aún peor, dejaron de ser un patrimonio valorado, lo que ayudó a su abandono y olvido. "A mediados de los 70 ya era difícil hallar testimonios. Hoy es todavía más complicado".
Sus más de 80 discos grabados abordan un patrimonio musical variadísimo donde destacan las canciones infantiles, la música de inspiración religiosa y de Semana Santa, la tradición sefardí y los muy diversos registros de la canción popular, entre otros muchos campos. Y el romancero, por supuesto. Todos ellos son una forma de dejar testimonio de un legado que podrá ser revisado una y otra vez. Y lo mismo ocurre con los ensayos, los trabajos, las conferencias, la Cátedra de la Tradición de la Universidad de Valladolid, las publicaciones… Todo se dirige a los hombres del presente, pero con la mirada puesta en los que vendrán después.
"Lo tradicional tenía para mí el valor de ser una línea atravesada por el tiempo. Esto me gustaba, porque, además, me permitía trabajar con libertad", explica. Él mismo se considera parte de esa línea, que rescata lo que le precedió para que pueda servir a los que vendrán después. Y sin ningún afán de relumbrón porque la tradición educa en la humildad, en la conciencia de ser una pieza de un engranaje de la historia. Con todo, la labor de Joaquín Díaz ha sido tan gigantesca que será difícil que su nombre se olvide fácilmente. Más probable es que, con él, la tradición haga una excepción y preserve su recuerdo.