:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F8b4%2Fc22%2F21a%2F8b4c2221a7010dbe43c23980bd1fdaad.jpg)
Pese al título que lo identifica, San Isidro apenas encaja en la idea tradicional de la santidad. Ni sufrió tormentos ni martirios, ni vivió epifanías ni escribió textos doctrinales dignos de recordarse. Fue un campesino. Un hombre sencillo, de manos curtidas por la tierra, que alcanzó la santidad no por padecerla, sino por sembrarla. Madrid lo elevó a los altares porque necesitaba una figura que no viniera ni del púlpito ni del trono, sino del campo. Barro en las sandalias en lugar de incienso en los hábitos, digamos.
Y aquí surge la paradoja: el patrón de Madrid puede que no fuera madrileño de nacimiento. Ni noble, ni sacerdote. Fue un aldeano medieval, un trabajador anónimo que realizó milagros con la misma naturalidad con la que araba la tierra. Nadie de Madrid es de Madrid, pero todos pueden, podemos, llegar a ser madrileños si ponemos de nuestra parte.
Isidro, en el fondo, es un santo atípico, un santo laico. Mientras trabajaba, los ángeles lo ayudaban con el arado, como si hubiera inventado el teletrabajo. No predicó ni escribió, no lideró cruzadas ni fundó órdenes. Su historia está entretejida de pequeños prodigios rurales, que hoy podríamos confundir con leyendas populares o con los efectos especiales de un catolicismo barroco.
Me gustan los milagros pequeños más que los megalómanos. Prefiero a un santo ahuyentando un lobo que a Moisés abriendo los mares. Y como quiera que Isidro era un santo zahorí, pocero y taumaturgo, los madrileños lo sacan en procesión cuando las tierras se yerman.
El 'San Isidro' del siglo XXI: "Vendo la cebada al mismo precio que lo hacía mi padre"
Andrea FarnósEn casa de Isidro, territorio mozárabe del siglo XII, se daba a comer trigo a las palomas. Y se dispensaba una dieta espiritual cuya mejor expresión fue la exhumación del santo hace cuestión de tres años: el cuerpo de San Isidro estaba incorrupto, como si se hubiera quedado dormido.
La iconografía lo muestra entre bueyes, azadas y cántaros. A veces con su esposa, Santa María de la Cabeza, cuyo nombre ya parece un milagro por sí mismo. Isidro, en cambio, da la impresión de haber sido santificado más por lo que simbolizaba que por lo que hizo. Fue una respuesta a lo que Madrid necesitaba: una "deidad" humilde, cercana, terrestre.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Fd12%2F4c1%2F97f%2Fd124c197fddfb190f1a0116eb5760fb4.jpg)
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Fd12%2F4c1%2F97f%2Fd124c197fddfb190f1a0116eb5760fb4.jpg)
Madrid es una ciudad sin pasado monumental. No tiene ruinas romanas ni catedrales góticas. Le falta en su haber el eco de las gestas fundacionales. Por eso creó su propia mitología: San Isidro como emblema de lo cotidiano, como santo del pueblo. Su fiesta lo confirma en la pradera: rosquillas, chulapos, procesiones que mixtifican el clero y el pueblo.
San Isidro representa ese Madrid que se inventa a sí mismo cada día. Una ciudad de mezcla, de acogida, de improvisación. Incluso sus santos vienen de fuera y terminan siendo más madrileños que el oso y el madroño.
Tal vez por eso lo celebramos entre lo sagrado y lo festivo: una romería que une la oración con la verbena, la reliquia con el organillo. Con música, con gracia, y con esa pizca de ironía celestial que solo Madrid entiende.
San Isidro se entrega a las orquestas de verbena: el ADN castizo late en Matadero
Eva SebastiánSan Isidro se identifica en una cierta vulgaridad. Ausencia de épica, perfil bajo, naturaleza anfibia. Madrid necesitaba un santo a la altura de su modesto río y de sus tejados pueblerinos. Un santo castizo, que no aspirase al cielo porque ya lo tenía en la mirada.
Lo más interesante del caso es que el patronímico, el nombre, Isidro, ha engendrado un término, un sustantivo que no se escribe en mayúscula y que representa la categoría del madrileño castizo. Un isidro. Y un ejemplo inequívoco de la identificación entre el santo y su gente.