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Es principio de marzo en Valencia y los sonidos que se escuchan son los típicos de una plantà fallera —día en el que se instala las figuras en la calle—. Niños que corren esperando a que un petardo explote, padres preocupados por si se queman (y algún otro que se anima a revivir su infancia), conversaciones en el bar con el bocadillo del esmorçar (almuerzo) sobre la mesa... Pero, sobre todo, al pueblo unido levantando el único monumento que este año verá la ciudad de Paiporta, después de que la DANA del 29 de octubre se llevara todo a su paso.
Este año, en muchas localidades, las Fallas se han convertido en algo más que una tradición, ahora son un símbolo de resiliencia. La riada dejó 75 municipios afectados, golpeó 21 talleres de artistas falleros y arrasó con más de un centenar de comisiones falleras, dejando a muchos sin un espacio físico al que regresar a la que es su segunda casa.
A pesar de ello, una tras otra, se han organizado, reencontrado y reconstruido. Y con ello no solo sus monumentos, sino también la esperanza. En los rincones de las poblaciones más castigadas, la memoria del desastre sigue latente en cada pared marcada por el agua y en cada casal que aún permanece cerrado. Pero también lo está el deseo de seguir adelante.
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En cada ninot que vuelve a erguirse, la fiesta de la pólvora se convierte en un símbolo de resistencia. Los esfuerzos se han dedicado a restaurar lo tangible, pero también lo intangible. Aquí, en el corazón de L'Horta Sud, el proyecto Som surge como un faro de esperanza.
Paiporta, un lugar de reencuentro para los afectados
Todo empezó en una cena. Varios miembros de la Falla Convento Jerusalén de Valencia se enteraron de que en Paiporta este año no iban a haber ninots y pensaron esto que cuenta Paco Segura, presidente de la comisión: "No podíamos olvidarnos de los afectados. No podemos estar celebrando, mientras al otro lado del río hay gente necesitada que ha vivido esta tragedia". Así se lanzaron a pagar íntegramente una falla para que nadie se quedara sin la ilusión de estas fechas.
Con una tradición fallera de casi 100 años, fueron los propios paiportinos los que en la mañana del sábado 8 de marzo se colocaron el uniforme de estas fiestas, que no es más que un polar y un pañuelo, y junto al equipo del artista fallero David Sánchez Llongo y los diseñadores Dani Gomz y Lola García levantaron al tombe el que será "un punto de unión, la excusa para volver a reencontrarse con un motivo de alegría y celebración", en palabras de Gomz.
Un monumento que, lejos de ser una simple estructura de cartón y madera de 12 metros, es un reflejo de la fuerza colectiva. El diseño de la pareja va más allá de lo convencional. No se trata de un boceto al uso ni cuenta con la sátira típica de la fiesta fallera. Es una obra conceptual que simboliza la resiliencia. En palabras de Lola: "Es un homenaje a toda la unión que se creó después de la DANA, especialmente entre los falleros y los voluntarios".
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En ella, los ninots no tienen rostro, un detalle que simboliza el anonimato de las personas que ayudaron y de las que se vieron afectadas, todos igualados por el barro que lo cubrió todo con una línea marrón que mancha sus pies. El uso de materiales innovadores y la iluminación en las llamas busca transmitir una emotividad especial, que es aún más profunda durante la noche. Además, hay que contar que para realizarla han tenido solamente 6 semanas, mientras el proceso habitual es de un año.
A través de esta iniciativa, y en colaboración con diversas asociaciones de la comarca, se plantea una tarea más profunda: la de unir a una comunidad rota, devolverles la sonrisa y el coraje de celebrar a pesar de todo.
Es la respuesta emocional que muchas comisiones necesitaban, asegura José Miguel Salas, presidente de la Junta Comarcal de l'Horta Sud. Destaca que la tragedia no se limita a las pérdidas materiales: "Lo más importante es la regeneración mental, lo que necesitamos ahora es recuperar la ilusión y poder ayudar al de al lado".
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Sus organizadores tenían claro que debían ir más allá de la figura que se ha levantado en Paiporta. Alrededor de ese primer impulso de la Falla Convento Jerusalén, se ha tejido una serie de actividades que buscan reactivar la vida social en los casales y extender una mano a los sectores económicos que dependen de la semana grande.
Así el calendario solidario contará, entre muchas otras cosas, con una exposición de indumentaria tradicional valenciana en Alaquàs para recordar la parte textil de la fiesta, un concierto de bandas en Torrent o el evento del Foc al Barranc, donde algunas pirotecnias cederán pólvora a las poblaciones afectadas para lanzarla en los barrancos que se desbordaron. La mejor metáfora de su continuidad, según el propio Salas, es que la cremà de Paiporta se hará el 22 de marzo y no el 19 cuando ardan el resto.
Lo que distingue este proyecto es su enfoque colectivo que se extiende al resto de poblaciones afectadas. "La fiesta, donde sí que se puede celebrar, va a hacer todo lo posible para que las zonas afectadas se recuperen lo antes posible", explica Ferran Martínez, miembro de la Falla Cronista Vicent Beguer i Esteve en Torrent.
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El también experto en monumentos hace hincapié en las consecuencias que tuvo la DANA para los artistas falleros. "Muchos tienen el taller en la comarca de l’Horta Sud y han perdido el trabajo de todo este año", explica. Los ninots, en muchos casos, ha desaparecido bajo el agua y no hay tiempo para reconstruirlos.
En cada localidad, la situación es distinta: "Algunas comisiones van a sacar lo poco que quede en pie; otras guardarán los monumentos que han logrado salvar y decidirán más adelante qué hacer con ellos. Algunas, simplemente, no podrán plantar nada porque lo han perdido todo". En Massanassa, por ejemplo, de sus cuatro comisiones, solo dos van a hacer actos públicos y una plantarà. Las otras han decidido, por respeto, realizar solo actividades internas.
Falla Poble Massanassa: la importancia de un casal
En las calles de Massanassa siguen los signos de la riada: desde un barro que parece no irse y sigue manchando las calles a fachadas que han perdido su color y lo han cambiado por el marrón. Sin olvidarse de las que no queda ni rastro de azulejos y solo se ve el cemento que se puso hace 50 años con una marca que supera el metro y medio de altura que les recuerda a todas horas hasta aquí llegó el agua. Todavía se puede leer algún grafiti, un poco borrado por la lluvia que ha venido después, con el lema que casi no hace falta ni traducir: "Sols el poble salva al poble" (Solo el pueblo salva al pueblo).
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Entre los escombros y el barro que cubría el casal de la Falla Poble de Massanassa, una sola cosa resistió al embate de la DANA: el futbolín. Mientras las paredes se desmoronaban, los muebles flotaban y los papeles importantes se perdían en el lodo, aquel viejo futbolín se mantuvo en pie, como un testigo mudo de la catástrofe. Ahora, más que un simple juego, se ha convertido en un símbolo de reencuentro.
Su presidenta, Elisabet Tárraga Torres, recuerda con claridad el día en que regresaron al casal. "Abrimos la puerta y nos pusimos a llorar. Todo era fango", comenta. Durante días, ella y otros falleros trabajaron sin descanso, sacando muebles destrozados y retirando el barro con la ayuda de voluntarios.
"Aquí el lodo lo sacaron realmente los voluntarios. Entre 30 de ellos y nosotros logramos limpiar todo". Pero no había tiempo para lamentaciones. Sabían que si querían que las Fallas siguieran adelante, necesitaban reconstruir su espacio.
El casal no es más que un bajo, pero realmente se convierte en esa sede simbólica y física que conecta la fiesta, la tradición y la comunidad. No tenerlo y utilizar supletorios como carpas es como estar presente, pero sin poder sentirte realmente parte de lo que una vez fue tu hogar.
En su caso, el centro de operaciones, que por un tiempo se convirtió en un punto de ayuda para los vecinos más afectados, logró reabrir en tiempo récord. "El 2 de enero empezamos las obras y el 15 de febrero inauguramos. Lo hicimos con nuestras manos, pintando, arreglando y con la ayuda de todos", detalla. Y es que ellos no tenían opción de dejar las obras para más adelante porque, mientras otros cuentan con una carpa para los días grandes, su falla solo tenía ese local.
Más allá de las paredes reconstruidas, lo que más ha devuelto el espíritu de sus miembros es la vida fallera. En plena conversación, irrumpe Paco, un miembro jubilado que agradece a la mujer su apoyo.
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"Él hizo lo que todas las tardes, quedar con los amigos e ir a tomar su cortado. Cuando se quiso dar cuenta le pilló el agua en la calle y tuvo que escalar a un primer piso", cuenta la presidenta. Es en este momento en el que se ve la red de apoyo que ofrece esta fiesta, pues el hombre, que no tenía muchas ganas de hacer vida, se ha acercado al casal para decirle básicamente que las fiestas han sido un motor para su recuperación. "El domingo aquí a comer paella", se despiden.
Entre las muchas pérdidas materiales, una de las más dolorosas es la de los trajes de fallera y no solo por el coste económico. "Mi coche se lo llevó el río con los vestidos dentro", cuenta la gerente. "Cuando lo recuperé, los llevé a la tintorería y me los estoy poniendo. Hay uno en particular que digo: este corpiño es de la DANA, me lo tengo que poner". No todos han tenido la misma suerte. Su Fallera Mayor, por ejemplo, no ha podido salvar su primer vestido, ese que había elegido con tanto cariño para su año especial.
Pero la Falla Poble de Massanassa ha decidido mirar hacia adelante. No solo han reconstruido el casal, sino que también han buscado formas de mantener viva la tradición. "Nuestro monumento se ha salvado, pero hemos decidimos guardarlo para el próximo año y utilizar ese dinero para las obras", explica.
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Sin embargo, esta comisión tan guerrera no ha dudado ni por un momento en quedarse sin la cremà. Por ello van a hacer una estoreta velleta, que no es más que las fallas tradicionales donde los vecinos sacaban a la calle muebles y objetos viejos, solo que esta vez serán aquellos dañados por el temporal, para recordar lo vivido y transformarlo en parte de la fiesta. No se han olvidado de los más pequeños: han organizado talleres para que los niños hagan su propia falla infantil. Dos maneras de devolverlo todo, simbólicamente, a las cenizas.
Y en medio de todo, el futbolín. Rescatado del desastre, ha pasado de ser un simple entretenimiento a convertirse en el centro de la comunidad. "Tanto es así que este domingo tenemos campeonato, porque dicen que lo tienen que reestrenar como se merece", cuenta Elisabet entre risas. Ese futbolín, testigo de tardes de falleros compartiendo risas y conversaciones, ahora simboliza mucho más. Es el punto de encuentro de una comunidad que, tras la tragedia, ha decidido no rendirse.
"Yo pensaba que habría gente reticente a celebrar este año, pero todos dicen que tenemos que seguir adelante. Tenemos que poner un poco de luz a tanta oscuridad", confiesa la presidenta. Y es que, más allá de la reconstrucción física, lo que verdaderamente importa es la reconstrucción emocional. "Este año la ofrenda va a ser más sentimental que nunca. Es nuestro homenaje a los que no están y a los que aún lo están pasando mal", comenta emocionada.
Falla San Carlos Borromeo: solidaridad y 'germanor'
Si hay otra falla que entienda el vacío y el dolor de perder un casal, esa es la Falla San Carlos Borromeo de Albal. De las cuatro comisiones del pueblo, a esta le toca vivir al día porque lo que está en juego no es su semana grande, sino su futuro. Con un casal gravemente afectado, han luchado por mantener vivo su espíritu.
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Elena Puchalt Benítez, miembro de la junta directiva, fue la primera en cruzar la puerta tras la riada. Linterna en mano, a las 5:30 de la madrugada del 29 de septiembre, sorteó lo que quedaba de suelo y paredes. No reconoció nada.
“Solo una barra y un congelador pequeñito. Todo lo demás era lo que el agua había arrastrado de otros sitios. Lo nuestro había salido por la puerta”, cuenta con la emoción aún a flor de piel. La pérdida fue total: "No quedaba absolutamente nada de nuestro almacén, nada de los 36 años acumulados de falla". Sin embargo, en ese caos aún colgaban los dos estandartes —emblema con el escudo que representa a la comisión—. Resistiendo. Como la falla. Como ellos.
Todo lo que la vista alcanza es prestado: neveras, congeladores, muebles, mesas, sillas. “El equipo de música para las discomóviles nos lo ha donado una peña Huesca”, anota su presidente, Bernat Ortiz López. El casal, inaugurado hace apenas tres años, quedó devastado. No quedan paredes, ni suelo ni baños.
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El piso es algo que les va a recordar estas fallas todo lo que vivieron, aunque lo han intentado disimular: "Hemos puesto unos plásticos para que no se vea todo lleno de tierra e ir pisando tela". Pero no es la única marca que va a quedar. "Hemos hecho un ladrillo con la señal de 'hasta aquí llegó el agua'", comenta Bernat.
La reconstrucción no será sencilla: costará un tercio más de lo que valió en su día —84.000 euros, según los peritajes— y, hasta ahora, apenas han recibido 20.000 euros de la Fundación de l’Horta Sud. Ni el Estado ni la Generalitat han respondido todavía. “Aquí se crían muchos chiquillos”, lamenta Ortiz. “Todos los viernes nos juntábamos entre 20 y 30 personas. La falla no es solo la semana grande, es todo el año”.
José Miguel Salas hace una comparativa que es muy gráfica para entenderlo: "No tener casal es como si te fueras a vivir a casa de tu hermana, que te quiere muchísimo, pero no es tu casa. Entonces tú vas a estar en la carpa y cuando llegue el 19, la carpa la recogerán. ¿Y dónde vas?".
El papel del casal es más vital que nunca. El presidente resalta la importancia de este lugar, no solo como un centro de reunión, sino como un motor económico para la falla. "El problema es que sin el bajo es muy difícil mantener la actividad porque al final hay mucha parte de las fiestas que se sufraga con lo que se hace durante el año", explica.
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Si en la Falla Poble de Massanassa el futbolín se convirtió en el símbolo inesperado de una comunidad que se niega a rendirse, en la Falla San Carlos Borromeo, el pañuelo ha tomado el relevo como estandarte de la resistencia. Han puesto a la venta estos accesorios solidarios cuya recaudación va íntegramente para la reconstrucción del local.
El casal se convirtió en punto de ayuda durante dos meses, con los falleros organizando el reparto de alimentos y ropa. Después, cuando lograron trasladar esa labor a un bajo cedido, se centraron en su propia reconstrucción. Y entonces nació la idea del pañuelo solidario. “Empezamos con miedo”, admite Puchalt, pero llevan vendidos casi 5.000 unidades.
No quisieron imprimir imágenes de palas o rastrillos. En su lugar, hay dos manos unidas que representan a los voluntarios y los valencianos, extrayendo del barro unas espardenyes, todo envuelto en una senyera manchada, símbolo de la lucha. “Nos lo han pedido de toda España. Ha sido una locura”, asegura.
Un simple trozo de tela que, serigrafiado con la frase "Ací em pariren i ací estic" de Vicent Andrés Estellés, ha logrado trascender fronteras, viajando a Canarias, Barcelona, Zaragoza, Granada y Extremadura. Su mensaje es claro: aquí nacimos, aquí seguimos y aquí seguiremos luchando.
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La solidaridad se ha manifestado en cada gesto, en cada pañuelo vendido, en cada mano tendida para ayudar a levantar los escombros. Y, como señala Puchalt, aunque no han podido reunirse como antes, el espíritu sigue intacto: "Estas fallas las voy a vivir más intensas que cualquier otro año porque no hemos podido estar en la tertulia de las noches de cena o reírnos tranquilamente. Y esta semana va a ser la oportunidad de hacerlo".
El año fallero ha sido extraño. Las presentaciones apenas pudieron celebrarse, el casal sigue clausurado en gran parte y han tenido que improvisar con plásticos para cubrir la marca del barro en el suelo. Pero la falla está en pie. “No pensamos en si es por alguien o por nosotros, sino en los 36 años de historia que llevamos. No vamos a rendirnos ahora”, sentencia.
En las calles aún empapadas de agua por una lluvia que no da tregua, donde el barro arrasó con las ilusiones y las casas, los sueños de miles de falleros se disolvieron en un suspiro. Aquella noche de octubre, los barrancos desbordaron las ciudades, llevándose consigo la cultura y los recuerdos de toda una comunidad. Pero si Valencia tiene algo en su esencia, es saber transformarse.
La misma tierra que conoce el dolor y la ruina, sabe también cómo levantarse de sus cenizas. Y si hay algo que representa esta capacidad de renacer, son las Fallas. Porque en cada castillo que salte al cielo, en cada calle que se llene de luz y pólvora, hay una promesa: la de la reconstrucción, la de volver a empezar, la de un futuro más fuerte.