Fernando Ónega: "Ocupar instituciones y empresas es absolutismo, no es democracia"

Fernando Ónega:

Cuando Fernando Ónega, al hablar de sí mismo, se llama "este cronista", es como si quisiera presentarse, abrirse ante todos, mostrar su código genético de sentimientos y deseos. La expresión "este cronista" es una ambición y un hito cuando Fernando Ónega se lo pone de apellido. Cómo si le hiciera falta… Qué no daría cualquier periodista español, no sólo por haber estado presente en alguno de los acontecimientos más importantes de su tiempo sino, además, por haber creado alguna de las frases grandiosas que acaban definiendo una época y pasan a la historia. Qué no daría cualquiera por ser el autor de un discurso tan redondo como aquel del "puedo prometer y prometo", que pronunció Adolfo Suárez en los primeros años de la Transición. Y antes que ese; las dieciocho palabras en las que se resume el mayor prodigio político de la España contemporánea, el paso de la dictadura a la democracia: "Vamos a elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de calle es simplemente normal".

Palabras sencillas para definir lo complejo, para expresar el sentimiento general de un tiempo desconocido, para dibujar el cuerpo de la democracia que iba a nacer, para espantar miedos, incertidumbre y prejuicios. Fernando Ónega López (Mosteiro, Pol, Lugo, 16 de junio de 1947) comenzó, hace unos años, a escribir libros sobre la memoria de la Transición, especialmente de Adolfo Suárez y de Juan Carlos de Borbón, antes de que corriese el solano de la desmemoria y la estupidez, un viento sofocante muy propio de los españoles. La Real Academia Europea de Doctores reconoce esa trayectoria y Ónega, siempre cumplidor, siempre servicial, ingresará en unos días con un discurso propio de la angustia de estos días: "La agonía del Estado".

PREGUNTA. Se lee eso, la agonía del Estado, y lo primero que se viene a la cabeza es, "oiga, ¿pero a quién se refiere? ¿a qué país, a qué dirigente? ¿O es desánimo general?"

RESPUESTA. Pues verá, el concepto es copia de Miguel de Unamuno, que escribió La agonía del cristianismo y es ahí donde la palabra "agonía" tiene el significado de lucha. Se trata de una referencia general de este tiempo en el que los Estados están perdiendo competencias y poder por circunstancias diversas. Si miramos sólo a España, vemos que el Estado perdió influencia con las autonomías y, unos años más tarde, volvió a perder cuando se incorporó a la Unión Europea, que es de donde proviene el 60 por ciento de las decisiones que afectan a los españoles. Súmele a todo esto la capacidad que pierden los Estados frente a los poderes económicos, tanto los mercados, que levantan el pulgar o lo bajan ante las decisiones políticas, como las multinacionales, algunas de ellas con facturaciones superiores a los presupuestos anuales de muchos países desarrollados. Luego están los lobbies, concentrados en Bruselas y en Washington, cuya razón de ser es la influencia en las decisiones que toman los Estados. Un ejemplo final, que puede resumirlo todo: fíjese que antes la carrera espacial era cosa de los Estados; ahora compiten empresas privadas, los amigos de Trump que quiere colonizar Marte.

P. Para los que procedemos del siglo pasado, la sensación pavorosa es que estamos en medio de un incendio en el que va desapareciendo aquello que nos servía de referencia, principios y valores. La duda mayor es si esta agonía del Estado es, por añadidura, la agonía de las democracias.

R. Ese es el centro de todo, efectivamente. Y la respuesta no puede ser categórica: solo digo que yo espero que no lo sea. Pero cuando el presidente de un país se retrata con una motosierra en la mano, es evidente que no responde a los principios éticos en los que nos hemos formado. La democracia que entendemos y nos han inculcado, esta que hemos creado en España los casi cincuenta millones de ciudadanos, está en peligro. Creo que soy un buen lector de libros políticos y nunca, en toda mi vida, ha existido un periodo como este en el que se publiquen más libros sobre la muerte de la democracia. Jamás. Haga la prueba, porque son infinitos, La caída de la democracia, La crisis de la democracia, La desaparición de la democracia, El desprestigio de las democracias, El final de las democracias… Es evidente que algo grave está pasando. Lo percibimos con mucha nitidez también cuando observamos la fragilidad: de pronto, llega Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos, rompe una historia de doscientos años, y se alía con el líder autoritario de Rusia, Vladimir Putin, para joder al resto del mundo. Tengo 77 años, nací dos años después del final de la Segunda Guerra Mundial, y no recuerdo un ambiente belicista en el mundo como el que estamos viviendo. Ahora, y esto no me pasaba antes, yo temo por mi familia, por mis nietos…

"Tengo 77 años, nací dos años después del final de la Segunda Guerra Mundial, y no recuerdo un ambiente tan belicista en el mundo"

P. La llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos es la que ha desatado el miedo y ese ambiente belicista del que habla. ¿Usted qué piensa de Trump, que es un fanfarrón que utiliza esas formas como estrategia de negociación, como dicen algunos, o que es un verdadero peligro para el mundo?

R. Setenta y siete millones de personas han votado a Donald Trump en estas elecciones, las segundas que gana, y en esta ocasión la polarización, la visceralidad es mayor que nunca. Fijémonos en un hecho muy significativo: la final de la Super Bowl, el gran acontecimiento deportivo de los Estados Unidos. Cuando apareció la imagen de Taylor Swift, la gente empezó a abuchearla y cuando, seguidamente, apareció la imagen de Trump, ese mismo público, enardecido, estalló en una ovación. La pasión que suscitaba hasta ayer una artista mundial se convierte en menosprecio en el momento en el que esta se pronuncia en contra de Donald Trump. ¿Qué mensaje envía algo así? Pues que meterse con Donald Trump no sale gratis. Ahí está la Gala de los Oscar, el silencio de todos ellos, porque saben que cerrarse las puertas del cine en Hollywood es cerrarle la puerta a la entrada de muchos millones de dólares. Entre quienes sean partidarios de Trump, que los habrá, y quienes no quieren correr riesgos, ahí tiene usted la explicación del silencio. El más leve comentario que hizo el presentador de esa Gala suscitó en el público un murmullo de rechazo, como diciendo, 'oiga, con eso no se juega, usted no es quién para meterse con nuestro padre'. En ese ambiente coactivo, es muy difícil saber cuántas personas, realmente, están de acuerdo con Donald Trump. En todo caso, apunta mal.

P. El final de la Segunda Guerra Mundial, que es cuando usted nació, provocó la creación de un nuevo orden internacional e impulsó la creación de una Europa unida. ¿El proyecto se ha quedado a medio camino, y ahora lo estamos pagando?

R. La paradoja puede ser que el vértigo que nos provoca Trump contribuya para que Europa se fortalezca con más unidad, más sentido de pueblo europeo, de comunidad. Si eso ocurre, podremos superar también a los nacionalismos, que siguen siendo el principal obstáculo para avanzar en la unidad europea. Me refiero al nacionalismo de Alemania, de Italia o de Francia, al nacionalismo de países europeos, no al de regiones que quieren ser naciones, como pasa en España. ¿Se ha quedado a medio camino? La Unión Europea es una creación hermosa, beneficiosa para sus miembros, pero no ha conseguido algo fundamental: no hay sensación de 'nación europea', ese espíritu no ha calado entre los ciudadanos y la consecuencia es que no se ha avanzado lo suficiente. Cuando llega una situación de crisis mundial como la que estamos viviendo, es cuando lo vemos más claro porque nos preguntamos: 'oiga, y si hay una guerra, quién nos defiende a nosotros, que no tenemos ejército'. La Unión Europea tiene los pies de barro y ojalá nos demos cuenta de que, si no estamos unidos, somos muy pequeños ante los grandes imperios que se están armando, que es lo más jodido: se están armando.

"¿Un discurso para Feijóo? Me he equivocado. He convertido a mi partido en el partido del cabreo permanente, no tengo propuestas en positivo"

P. En esa polarización política y social que vivimos, la verdad ha dejado de tener importancia. La sociedad se agrupa en bandos enfrentados y siguen a su líder en cualquier circunstancia. Eso también está ocurriendo en España. Yo me acuerdo de aquel discurso mítico que le escribió usted a Adolfo Suárez, del "puedo prometer y prometo", y, claro… ¿En este tiempo de 'cambio de opinión' constante, de ocultaciones y mentiras, en el que la credibilidad no parece tener valor, qué sentido tendría un discurso así?

R. Lo que ocurrió entonces fue que Adolfo Suárez tenía que hacer el discurso de petición de voto en televisión, para las elecciones del 15 de junio de 1977, y estaba preocupado por la falta de credibilidad hacia su persona que se había detectado. Me pidió que le escribiera algo porque necesitaba que la sociedad creyera lo que iba a prometer, que no era poca cosa. Por ejemplo, aprobar una Constitución para todos y por todos, o poner en marcha una reforma fiscal en un país en el que, entonces, muy poca gente pagaba el IRPF. El discurso incluía siete promesas de esa naturaleza, y siete fueron las veces que se repetía el puedo prometer y prometo. Todo aquello se cumplió. La credibilidad de la clase política, sobre todo de este Gobierno, se ha deteriorado tanto que si el presidente dice hoy ’puedo prometer y prometo’ para que pensemos que va a hacer lo contrario. Se atribuye a Clinton una frase que comparto: cuando el pueblo no sabe qué es verdad y qué es mentira, la democracia está en peligro. Pues eso es lo que está ocurriendo. Es terrible, un drama.

P. La polarización es la que sustituye a la credibilidad, la que la invalida como valor social.

R. No sabría decir cuál es el orden, qué se produce antes, pero es evidente que son fenómenos paralelos. The Washington Post fue anotando las falsedades o engaños de Trump en su primer mandato y la cifra que le salía estaba en torno a las 12.000 mentiras en 900 días. Luego, cuando ganó Joe Biden, la cifra siguió incrementándose, como puede suponer. Haga el cálculo diario y verá el disparate del que hablamos. Sin embargo, la consecuencia para Trump de haber mentido tanto es que ha obtenido la mayor victoria en unas elecciones presidenciales de los Estados Unidos. La gran ganadora de las elecciones ha ido la mentira y la gran perdedora ha sido la verdad.

P. En alguna entrevista he leído que decía usted que se quedó con las ganas de escribirle un discurso a José Luis Rodríguez Zapatero. ¿No le pasa lo mismo con Pedro Sánchez?

R. Pedro Sánchez tiene unos 700 asesores y, después de contaros uno a uno, lo último que se le ocurriría es pensar en mí para que le escribiera un discurso. Pero a mí sí que me gustaría hacérselo. A Pedro Sánchez y también a Alberto Núñez Feijóo.

El periodista y exdirector de prensa de la Presidencia del Gobierno de Adolfo Suárez, Fernando Ónega, posa para EC. (Olmo Calvo)El periodista y exdirector de prensa de la Presidencia del Gobierno de Adolfo Suárez, Fernando Ónega, posa para EC. (Olmo Calvo) El periodista y exdirector de prensa de la Presidencia del Gobierno de Adolfo Suárez, Fernando Ónega, posa para EC. (Olmo Calvo)

P. Pues vayamos por partes. ¿Se imagina que Pedro Sánchez dijera "puedo prometer y prometo"? Sería de traca nacional. En todo caso, un "prometo que cambiaré de opinión"…

R. ¡Ah! Ja, ja… Este escribidor le haría ese discurso, pero no creo que el político lo leyese en público… No, a ver, lo que le sugeriría a Pedro Sánchez es algo tan sencillo como un discurso que no consista en poner a parir a la oposición. Claro que, como secretario general de un partido político tiene que criticar a la oposición, pero que su discurso como presidente, constantemente, sea atacar a la oposición es inconcebible, y muy peligroso. Quien puede concebir que el presidente del Gobierno ignore al principal partido de la oposición, que ni siquiera tenga el detalle de informar, en asuntos de máxima relevancia para España, como las relaciones con Marruecos. Con la gravedad de lo que está pasando en el mundo, el presidente del Gobierno español no considera necesario por lo menos una llamada al líder de la oposición. Como ciudadano, me conformaría con que Pedro Sánchez no nos oculte siempre lo que piensa hacer y que nos enteremos de asuntos como la amnistía cuando ya la ha pactado y va a sacarla adelante en el Congreso. Más país, más España, más ideología socialdemócrata, y menos ataques a la oposición.

P. ¿Y qué discurso le escribiría a Alberto Núñez Feijoo?

R. Ese sería más fácil aún: "Me he equivocado. Me he presentado a unas elecciones generales sin hacerle a ustedes ni una sola oferta electoral positiva. Creí que este país estaba en el no, y he convertido a mi partido en el partido del no, en el partido del cabreo permanente. Voy a cambiar y vamos a hacer de España el gran país que siempre ha sido". Luego, enumeraría cuatro o cinco objetivos que generasen la ilusión y la adhesión de los ciudadanos.

P. Por como lo cuenta, no sé si le ha decepcionado Feijóo, al que usted, como gallego, conocerá bien desde hace años.

R. Más qué decepcionarme, me ha sorprendido. Me quedé con su frase inicial, "yo no vengo a insultar a Pedro Sánchez, vengo a ganarle", y eso no se ha cumplido. El señor Feijóo es víctima de una trampa enorme, que ha fabricado el tiempo que vivimos y la ha agrandado Pedro Sánchez. Esa trampa se llama VOX. La derecha tendría que romper cualquier perspectiva de entendimiento con VOX, aunque eso le pueda costar perder unas elecciones. En una democracia, también perder unas elecciones puede ser una contribución al bien común de España. Lo que ocurre es que al líder del PSOE no le interesa acabar con esa trampa, sino agrandarla, como digo, y lo que tendría que hacer es poner la socialdemocracia al servicio del país y facilitar gobiernos del Partido Popular cuando el PSOE pierde las elecciones, en vez de fomentar que los ultras asuman el poder. Sánchez y su equipo son los que alientan a los ultras de derecha y de izquierda.

"Quienes no habían nacido en la dictadura quieren la revancha a la que renunciaron los que pasaron por la cárcel. Me cabrea mucho"

P. En este tiempo de polarización, lo que estamos viendo también es que se ataca permanentemente la separación de poderes y se ocupan todas las instituciones, principalmente aquellas que deben servir de control del Ejecutivo. Esa tentación de la política siempre ha existido, pero quizá no hay otro tiempo como el presente en el medio siglo de democracia.

R. Anne Applebaum dice en su último libro que en Estados Unidos se está produciendo también ese fenómeno de asalto a las instituciones, que yo pensaba que era una tentación que sólo se producía en España y en Europa. Es verdad, por tanto, que siempre ha existido esa inclinación, pero comparto que se está llegando a donde jamás se había llegado. No sólo es así, sino que la ocupación se extiende ya incluso a las empresas que se consideran estratégicas para un país, como estamos viendo. Es decir, lo que existe es una ocupación general de instituciones y de empresas y cuando eso ocurre tiene un nombre, absolutismo. ¿O acaso se ocupan empresas e instituciones por el bien de España? Mi respuesta es que no, que esa ocupación general, solo interesa al Poder Ejecutivo, que tiende a ser un poder absoluto. Absolutismo no es democracia. No se busca el bien común, sino el interés del jefe del partido gobernante y el del coro que lo aplaude.

P. Hablábamos al principio de las cesiones de competencias y de soberanía del Estado desde el principio de la democracia. ¿No le parece que uno de os grandes fallos de la Transición ha sido no proteger debidamente la idea de España?

R. Es que eso no se hace por ley, no se decreta, sino que es el discurso político el que lo transmite. O no. Tenemos que reconocer y aceptar que en Cataluña, en el País Vasco y en Galicia hay personas que piensan en sus comunidades como Estados, aunque siempre hayan sido regiones de España, y la labor que hay que hacer ante ellos, siempre tiene que ser de acercamiento, de integración, de colaboración, por el bien de España. Los excesos que se están cometiendo con el Gobierno de Pedro Sánchez me dan miedo, sobre todo, porque en el futuro pueda existir la tentación de cometer los mismos excesos, pero en sentido contrario. Que se pase de un extremo a otro… Eso me da miedo, que exista esa confrontación. Me duele que se haya aprobado una amnistía, que considero inconstitucional; me duele que esté mandando en España, con sus imposiciones al Gobierno, un fugado de la Justicia; me duele que los independentistas hayan convertido la política española en un mercado… Nada de eso tiene que ver con los pactos, con el entendimiento, porque no es ese el espíritu que se fomenta, sino el radicalismo. Por eso el miedo que tengo es que todo ello pueda degenerar en el futuro en una confrontación mayor.

El periodista y exdirector de prensa de la Presidencia del Gobierno de Adolfo Suárez, Fernando Ónega, posa para EC. (Olmo Calvo)El periodista y exdirector de prensa de la Presidencia del Gobierno de Adolfo Suárez, Fernando Ónega, posa para EC. (Olmo Calvo) El periodista y exdirector de prensa de la Presidencia del Gobierno de Adolfo Suárez, Fernando Ónega, posa para EC. (Olmo Calvo)

P. ¿Qué queda de la Transición?

R. Muy poco, muy poco. El ambiente político, ya lo hemos analizado, pero hay algo peor aún que esta polarización; el olvido. La Transición fue un milagro de entendimiento en la historia de España y tenemos una generación de dirigentes que quiere ignorar y desconocer todo aquello. Es estremecedor que esta generación tenga ansias de revancha, como si la Guerra Civil se hubiera acabado hace poco tiempo. Cuando más cerca estaba la Guerra Civil, cuando se murió Franco en 1975, la sociedad española y la clase política supieron superar los enfrentamientos para sacar adelante una democracia en la que entrasen todos y ahora, que todo queda medio siglo más lejos, viene una generación que desprecia todo eso y busca revancha… Quienes ni siquiera habían nacido en la dictadura quieren la revancha a la que renunciaron por la reconciliación aquellos que estuvieron veinte o treinta años en la cárcel o en el exilio. Esto me cabrea mucho. Si esos tipos quieren ignorar todo eso, me parece bien, que hagan lo que quieran, pero que no lo destruyan. La Transición no fue un apaño de cuatro señores en una mesa de camilla… Es uno de los episodios más grandes de la historia de España, protagonizado por toda la sociedad española. Así que, por lo menos, un respeto, un respeto intelectual.

P. Son frecuentes también las críticas que se le hacen a la Transición por haber sido muy permisiva con los excesos del rey Juan Carlos. Me refiero al dinero en los paraísos fiscales, no a los escándalos de amantes. ¿Lo considera así?

R. Lo que a mí me parece es que, a partir de los primeros años de la Transición, lo que hubo fue un exceso de confianza por parte del rey, al considerar que podía hacer, más o menos, lo que quisiera. En cuanto a la permisividad, tendríamos que saber antes qué información disponían los distintos presidentes del Gobierno porque a lo mejor no tenían información suficiente. Quizá tendrían mucho más que decir diferentes directores de los servicios de inteligencia. En todo caso, de todo esto lo que me duele es que don Juan Carlos ha sido uno de los mejores reyes de la historia de España. Con todos los poderes del franquismo en su mano, tuvo la valentía y la astucia de renunciar a todo eso en favor de una Constitución para todos. Nada más morirse Franco, es el rey el que le abre la puerta al mayor enemigo que tenía el régimen, el Partido Comunista, a través de Manuel Prado y Colón de Carvajal. Me apena que todo ese capítulo prodigioso de la historia de España se vea salpicado por errores, muy graves, que jamás debe cometer un jefe de Estado. Escribí un libro que acaba, cronológicamente, justo antes de que estallasen esos escándalos y ahora tengo un conflicto personal: ¿qué hago, escribo la segunda parte del rey Juan Carlos, ya fuera de España? No lo sé, no lo sé…



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