Un accidente ante mis ojos y la mano de un desconocido

Un accidente ante mis ojos y la mano de un desconocido

Me dirigía camino al Senado al encuentro de nuestras miserias políticas diarias cuando ocurrió. Tenía que cubrir la intervención del ministro Ángel Víctor Torres en la Comisión de investigación del caso Koldo. El martes madrileño estaba cubierto de un aura londinense: niebla, ausencia de luz y lluvia incesante.

Seguía el camino rutinario hasta el metro por la Calle Uruguay. Miraba al frente y a ninguna parte al mismo tiempo. Subía la cuesta mientras sujetaba un paraguas, con la incomodidad habitual de cuando uno tiene la sensación de que le sobran bártulos mientras esquiva charcos. De repente, un estruendo me sacó de mi ensimismamiento.

Fue un ruido metálico. Un choque fuerte. Me sobresalté al instante y vi que a pocos metros de mí un motorista volaba por los aires y caía pesadamente en la calzada. Un coche había colisionado con la moto al querer tomar la misma dirección que ella.

Por una vez no me quedé paralizado, y avancé aprisa hacia donde estaba el motorista con la intención primera de que ningún coche pasara por encima de él. Se retorcía en el suelo y al acudir le dije que no se moviera y estuviera tranquilo. Una mujer llamó a Emergencias inmediatamente.

Alfredo Pascual

Federico, de 67 años y fisionomía fuerte, se aferra a mi pierna con una mano bañada en sangre. Tiene un corte en un dedo con una fuerte hemorragia. Me agacho para ver si está bien. Para hablar con él. Me agarra la mano con fuerza. “Perdóname porque te estoy poniendo perdido. Pero me reconforta mucho”.

Varias personas se aproximan para cubrir a Federico con los paraguas. Se acerca Sara, una fisioterapeuta que tiene una clínica delante de donde se ha producido el accidente. Pregunta a Federico si le duele algo. “Me duele todo. Sobre todo la cabeza”. Uno de sus zapatos ha salido disparado y otra persona se encarga de recogerlo y guardarlo en la mochila que llevaba.

Federico tiene una mujer, Covadonga, que acaba de superar un cáncer. Nos pide que la llamemos para que sepa lo que ha ocurrido, pero que la pongamos con él para que esté tranquila. El móvil de Federico está intacto en el bolsillo de su abrigo. Llamamos a Covadonga y Federico puede hablar con ella.

Federico iba a su zapatero de confianza, en calle Víctor de la Serna, cuando se produjo la colisión. La vida cambia para siempre en los momentos más rutinarios, en los que tienen menos cariz trascendental. La moto ha quedado reventada por delante. Pero todavía funciona el intermitente que accionó Federico. Una luz que se apaga y se enciende como un recuerdo. Nos cuenta que tiene hijos y nietos. Uno de ellos se llama Inés. "Hoy es Santa Inés", recuerda con una sonrisa.

Rubén Rodríguez

Al fin llegó la Policía, y a continuación la ambulancia. Federico nos agradeció en muchas ocasiones nuestra ayuda y compañía. Le dijimos que el zapatero le tenía que hacer descuento por los inconvenientes. Conseguimos que se riera y mantuviera el buen humor.

No sé cuál es el diagnóstico de Federico. Me consuela ver que movía el cuerpo e incluso el cuello involuntariamente, aunque le decíamos que se estuviera quieto. El hombre que chocó con Federico parecía buena gente, estaba conmocionado. Su semáforo estaba en verde y el de Federico también. No fue culpa de nadie. Una moto puede pasar desapercibida con la visibilidad de estos días.

A Federico no le importó saber quién lo había golpeado. Ni lo mencionó. Él solo necesitaba que alguien le sostuviera la mano. Un pequeño gesto, incluso de un desconocido, puede ser muy poderoso. En momentos extremos necesitamos ese contacto humano, ese calor del otro que nos devuelve una mínima sensación de confort. Aunque sea sobre el asfalto, con la lluvia cayendo y un pie descalzo. No conocía de nada a Federico, pero me sentí muy unido a él por unos breves instantes.

Si lees esto, Federico, espero que estés bien.



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