Cuando los riders de empresas de reparto de Villaverde y Puente de Vallecas aparcaban la bici en casa, empezaba su segunda jornada laboral por debajo de la ley. A primera vista, el grupo de chavales de entre 22 y 26 años tenían una vida de lo más normal. Sin embargo, dentro de su domicilio contaban con laboratorios de MDMA y cocaína de colores que distribuían por el continente americano.
Si hay algo que caracterizaba a este grupo es que gran parte de su starter pack de la droga podía comprarse en cualquier supermercado: por un lado, pillaban colorante de cocina y repostería para pintar las pastillas de los colores que quisiesen. Por otro, botes de chicles y paquetes de galletas y cereales para esconder la mercancía y no levantar sospechas. Después, lo enviaban al otro lado del charco con diferentes entidades de mensajería. La Sección de Crimen Organizado de la Brigada de la Policía Judicial de la Policía Nacional de Madrid ha detenido a los 10 miembros de la banda. Ocho de ellos ya han entrado a prisión.
Para culminar con el arresto, los agentes tuvieron que hacer tres registros domiciliarios. Allí descubrieron cómo se organizaba el grupo. Cabe destacar que, según fuentes de la investigación, no era una banda estrictamente piramidal con un líder absoluto y varios subordinados. En este caso el esquema era más lineal, pero cada uno tenía sus funciones. Uno de ellos, por ejemplo, era el gestor. Este tenía contacto con personas en Holanda que podían facilitarle el MDMA puro en roca; por lo que era el encargado de asegurarse que el material llegaba en condiciones a Madrid. Cuando la sustancia es sintética es más fácil de obtener en Europa, por eso a la Policía no le sorprendió la ruta Holanda-España-América.
Después llegaba el turno de los cocineros. En este caso eran entre dos y tres. “No todos saben cocinar, es algo muy específico”, explican fuentes de la investigación. La realidad es que no existe una fórmula química concreta para producir la droga de colorines, sino que cada cocinero utiliza su propia receta. En uno de los tres registros domiciliarios, los agentes encontraron la receta -paso a paso- de este grupo en concreto. Allí tenían también todos los utensilios necesarios. Portaban una máquina entabletadora de gran tamaño que permitía compactar el producto y moldear las pastillas. También una batidora y unos molinillos con los que mezclar todos los ingredientes.
Posteriormente, les tocaba a los empaquetadores. Los detenidos utilizaban secadores potentes para dar mucho calor a las tapaderas de los botes de chicles. De esta forma, el recipiente podía abrirse con facilidad, sacaban todos los chicles e introducían las pastillas. Luego, con más calor, los sellaban a la perfección. Era imposible adivinar qué botes estaban llenos de chicles y cuáles de droga: los agentes fueron abriéndolos uno por uno.
Una vez estaban las cajas de galletas y paquetes de chicles organizados, contrataban, bajo identidades falsas, a varias empresas de paquetería para los envíos. Los países de destino eran Venezuela –el mismo lugar del que eran originarios los detenidos–, Argentina y Estados Unidos. En cada país había ya una persona esperando su correspondiente pedido. La banda también actuaba en España, pero a menor escala. Aquí se dedicaban principalmente al menudeo callejero en pequeñas cantidades.
En total, la Policía Nacional intervino cuatro envíos con siete kilos de estupefacientes. Interceptó, además de las 24.000 pastillas, 1.124 gramos de MDMA en roca, 800 gramos de tusi, más de 100 gramos de cocaína, 26 gramos de ketamina, 44 gramos de marihuana, dos armas de fuego y diversa munición, dinero, dos teléfonos móviles, dos motocicletas, un reloj de alta gama y documentación sobre su actividad.
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