¿Encontrará Madrid su verdadero Norte?

¿Encontrará Madrid su verdadero Norte?

Tiene sentido aludir en este espacio de crónica madrileña al simposio que organizó Open Cities para hablar sobre el porvenir de la capital. No solo en lo que respecta a los espacios de crecimiento y a los planes de urbanismo ―de Valdecarros a Nuevo Norte― sino a la idiosincrasia cultural y a las opciones de convertirse en la gran capital latinoamericana.

Se trataría de hacerle competencia a Miami a este lado del Atlántico. Y de otorgar sentido a las cualidades del español y al propio sustrato sociológico y demográfico de Madrid. La afluencia de las élites de Venezuela, México o Perú se añade a la inmigración proletaria de muchas otras procedencias, empezando por los ejemplos de Colombia, Ecuador o Santo Domingo.

Tiene Madrid la oportunidad de proyectar una fisonomía cosmopolita. Y de compaginar su casticismo y su naturaleza cañí con su reputación de ciudad abierta. Madrid se identifica en la promiscuidad, precisamente porque la capitalidad es reciente ―en términos megahistóricos― y porque no forma parte de los lugares que abusan del discurso identitario.

La identidad de Madrid es la ausencia de identidad. Entiéndase como una cualidad, no como un problema. Y como una incitación al ajetreo de inmigrantes cuya impronta redunda en la noción del gran mosaico. Los chinos de Usera son tan madrileños como los ecuatorianos de Tetuán o como los magrebíes de Fuencarral-El Pardo. Lavapiés refleja la propia heterogeneidad de la urbe, aunque conviene recordar que la presencia de inmigrantes de alto presupuesto ha disparado los precios en los barrios nobles y pudientes del foro, hasta el extremo de “colonizarlos”.

Fernando Caballero Mendizabal

El viaje de vuelta predispone las opciones trasatlánticas de Madrid como capital de la Hispanidad, aunque la capital tiene pendiente prolongar su vitalidad durante los siete días y las 24 horas. Mucho se habla de las ciudades de los 15 minutos respecto a las comodidades de los trayectos y las distancias. Y poco se habla del letargo de Madrid. No ya los domingos, sino en la pereza y la resaca de los lunes. O en el cierre de la ciudad a la hora de comer y en las nocturnidades. Madrid no debería dormirse.

Y sí, debe aprovechar la oportunidad que representa el proyecto de Nuevo Norte. Que no responde al esquema de la expansión territorial, sino a la concepción de un espacio urbanístico en el eje de la estación de Chamartín, cuya futura imagen y capacidades neurálgicas puede determinar el porvenir mismo de la capital española sobre los raíles del siglo XXI.

Una gran obra no determina categóricamente el rumbo de una ciudad, pero ejerce un poder magnético y un efecto ejemplarizante, sobre todo si consigue revestírsela de una vida cultural genuina y capilar.

Lourdes Barragán

Hablábamos de estas cosas hace unos días en la sede del Colegio de Arquitectos. Y lo hacíamos con las voces autorizadas de Cristina Mateo (IE University), Miguel Hernández (Crea Madrid-Nuevo Norte) y el arquitecto Rafael de la Hoz, cuya visión de la ciudad se aloja en un aforismo interesantísimo: Madrid no tiene proyecto, pero sí tiene futuro.

Es una manera de aludir a la accidentalidad y desconcierto con que ha ido conformándose la identidad capitalina, desde el eje vertebral de los sitios reales al impacto de los hoteles aledaños del Prado ―el Ritz, el Palace― o la anomalía urbanística que representa actualmente el Santiago Bernabéu.

Podría convenirse que Madrid ha desperdiciado la oportunidad de significarse en sus espacios más simbólicos y estratégicos ―el horror de la Plaza de Castilla, la aberración de Colón, la maldición de la Plaza de España…― y que su catedral, La Almudena, caracteriza inequívocamente la filosofía del espanto, pero los antecedentes no imprimen carácter ni contradicen que la ciudad pueda encontrar su Norte.



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