El 27 de enero de 1945, soldados soviéticos del Ejército Rojo liberaron el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau. Encontraron cadáveres, un hedor insoportable y 7.500 prisioneros famélicos abandonados a su suerte por los nazis, que huyeron al saberse derrotados. Adolf Hitler había establecido una estrategia de limpieza étnica en campos de exterminio como ese, ubicado en la Polonia ocupada por los alemanes.
Auschwitz fue donde más lejos llegaron en su objetivo de borrar cualquier rastro del pueblo judío en Europa. Hoy, cuando se cumplen 80 años de su liberación, Auschwitz es considerado el paradigma del genocidio nazi, pero durante décadas fue ignorado y sus supervivientes, los que volvieron a casa, fueron recibidos con indiferencia y escepticismo. No les creyeron, incluso les señalaron: "Si tanta gente ha muerto, ¿tú qué harías para salvarte?". Muchos se suicidaron.
"Nunca olvidaré la noche en la que me despertaron los gemidos de un prisionero amigo que se agitaba en sueños, obviamente víctima de una horrible pesadilla. Quise despertar al pobre hombre. Y de pronto retiré la mano que estaba a punto de sacudirle, asustado de lo que iba a hacer. Comprendí que ningún sueño, por horrible que fuera, podría ser tan malo como la realidad del campo que nos rodeaba y a la que estaba a punto de devolverle". Esta frase, que resume lo que fue Auschwitz, la plasmó el psiquiatra vienés y superviviente del campo, Viktor Frankl, en su libro El hombre en busca de sentido.
Los nazis llamaron a lo que hicieron en los campos la solución final. Fue una fábrica de muerte, la industrialización del asesinato. Auschwitz representa el momento en el que Occidente tocó fondo. Los nazis dejaron el rastro documental de la muerte de al menos 200.000 personas allí. Se estima que otro millón, en su inmensa mayoría judíos, murieron en las cámaras de gas y luego reducidos a cenizas en hornos crematorios. Les trasladaban hasta el campo en trenes de ganado procedentes de toda Europa.
Ochenta años después de la liberación del campo, a Auschwitz se puede llegar en coche por una cómoda autopista. Está aproximadamente a una hora de viaje desde Cracovia. Es un recorrido de 70 kilómetros en el que pronto se dejan atrás los edificios de la segunda ciudad más importante de Polonia. El camino atraviesa vastas extensiones de bosque, si acaso interrumpidas por casas aisladas, estaciones de servicio y algún cartel que indica dónde encontrar el McDonald's más cercano.
Hoy Auschwitz-Bierkenau es uno de los lugares más visitados del mundo. Se ha resignificado como un lugar para el recuerdo, la memoria y el homenaje a los asesinados. Todos los días recibe decenas de grupos de visitantes, colegios, historiadores, descendientes de las víctimas… Una jornada normal, en el aparcamiento puede haber decenas de autobuses estacionados.
Es necesario aguardar en una fila de gente antes de acceder a unos tornos que dan acceso a unos arcos detectores de metales. Una vez dentro, una voz se apodera del ambiente a través de la megafonía. Recita una lista interminable de nombres. Son las identidades de los cientos de miles de hombres y mujeres que no volvieron a casa.
A lo largo de la historia, existieron distintos campos de internamiento que habría que clasificar según su dureza. La innovación nazi fueron los campos de exterminio. En 1942, el Tercer Reich celebró la Conferencia de Wannsee en la que se aprobó la operación Reinhard. La idea era cargar en los trenes a los judíos que previamente habían recluido en guetos por toda Europa. Vivían hacinados y las enfermedades y epidemias empezaban a ser un riesgo para el resto de la población. La solución entonces fue deportarlos a lugares como Auschwitz, asesinarlos y quedarse con todos sus bienes.
La rampa
La primera parada de Auschwitz era conocida como la rampa, donde los nazis hacían la primera selección. A los que consideraban aptos para hacer trabajos forzados los separaban de los considerados no aptos. Estos últimos eran la mayoría y su destino directo eran las cámaras de gas. No quedaban registrados en ningún archivo. Al cargo del campo de exterminio estaba el comandante Rudolf Höss. Escribió unas memorias a las que tituló Yo, comandante de Auschwitz. Así recordaba el comandante nazi aquella primera criba:
"El proceso de selección era rico en incidentes. La ruptura de familias y la separación de hombres y mujeres y niños causaban mucha agitación. Las familias deseaban a toda costa estar juntas. Los seleccionados corrían para unirse a sus parientes. Las madres con niños intentaban ir con sus maridos. Como ya he dicho repetidamente, los judíos han desarrollado fuertes vínculos familiares. Se pegan unos a otros como lapas".
Hoy la rampa en la que se hacía la primera selección de los prisioneros, enviándolos a derecha o izquierda, parece un lugar tranquilo. Está junto a una vía de tren vetusta y en desuso desde hace años. Hay una construcción de ladrillos que se edificó a la carrera para albergar unas oficinas en el momento de mayor actividad del campo. Se calcula que medio millón de judíos húngaros fueron asesinados en solo ocho semanas en 1944.
Auschwitz, en realidad, eran muchos campos. Estaba el campo 1, con capacidad para 16.000 prisioneros. A tres kilómetros de distancia establecieron Auschwitz-Birkenau, el campo 2, con capacidad para 90.000 prisioneros. Ahí estaban las principales cámaras de gas. Y a unos seis kilómetros de distancia estaba el campo 3. Auschwitz-Monowitz, que contaba con una fábrica de caucho donde los deportados trabajaban como esclavos para la empresa alemana IG Farben, la más poderosa de todo el continente. El Reich hacía una limpieza étnica en Europa y, mientras tanto, compañías privadas alemanas se beneficiaban de mano de obra barata.
En una de las muchas delegaciones que visitan Auschwitz está Inna. Es profesora de lengua española. Lleva una acreditación en el pecho con su nombre que dice "Germany", pero no es alemana, es judía. "Cuando me preguntan, respondo que soy judía ucraniana, que vivo en Alemania con idioma ruso materno, siempre doy una respuesta completa". La historia de su familia es la de casi cualquier familia judía. Su árbol genealógico atestigua persecuciones y destierros. No es religiosa. Visita Auschwitz por primera vez, el lugar en el que no hace ni un siglo quisieron borrar su cultura de la faz de la tierra.
"La lucha contra el antisemitismo siempre recae en los hombros de los judíos en Alemania, aunque debería ser al revés"
Inna lleva una vida preparándose emocionalmente para este viaje. Ha estudiado este lugar a través de libros, el cine y documentales. Comparte el sentimiento hacia el Holocausto que percibe hoy entre la juventud alemana: "No reconocen su responsabilidad por el pasado. No son culpables, pero sí son responsables de conocer y de saber la historia. Los jóvenes no tienen conexión ninguna porque normalmente no se ha hablado de estas cosas en sus casas. Hay muy pocos que conscientemente se hayan preocupado por la historia, que quieran saber y quieran salir de este trauma colectivo. El trauma colectivo no se refiere solo a los judíos, el concepto de acosador y víctima siempre es una relación de dos y el antisemitismo siempre recae en los hombros de los judíos en Alemania, aunque debería ser al revés".
Los barracones de Birkenau
Birkenau es una llanura inmensa en la que se extienden hileras de barracones de madera hasta donde alcanza la vista. Hoy solo se mantiene en pie la primera fila, la más próxima a la alambrada. La componen 19 de estas casetas. Por detrás había al menos otras nueve filas de barracones. En cada uno de ellos entraban no menos de doscientos prisioneros.
"Cada litera mide dos metros, por dos metros y medio, y en ella dormíamos nueve hombres directamente sobre los tablones. Para cada nueve teníamos dos mantas. Nos tumbábamos de costado, apretados unos contra otros, lo cual ayudaba a combatir el frío que se calaba hasta los huesos. Estaba prohibido subir los zapatos, pero algunos los usaban de almohada a pesar de que estaban llenos de lodo. Las literas inferiores eran las peores porque eran las más húmedas y oscuras. Carecían de espacio para incorporarse y, por la noche, merodeaban las ratas. En las intermedias tampoco había mucho sitio. Las superiores, con más espacio y luz, eran las más disputadas".
En los barracones de Auschwitz se hablaban muchas lenguas, principalmente el alemán y el polaco mezclado con yiddish. Algo el francés, el ruso, el ladino y el italiano. Pero la verdadera clasificación en Auschwitz eran los triángulos en el uniforme. Rojo, significaba prisionero político, el verde era el de los presos comunes, el negro era para los gitanos y los llamados asociales. El rosa era para los homosexuales, el violeta para los testigos de Jehová y dos triángulos amarillos formando una estrella de David era para los judíos.
El día en Auschwitz empezaba muy temprano. En torno a las 4 de la madrugada sonaba la señal de despertar. Había media hora para recoger el barracón y asearse, desayunar e ir a las letrinas. Pasados esos 30 minutos, todos tenían que formar fuera de sus barracones para el recuento. Siempre había muertos durante la noche, por lo que este trámite podía durar horas en condiciones climatológicas muy hostiles. En Auschwitz o en Birkenau, la formación equivalía a pasar lista a unas cien mil personas dos veces al día. Lo recordó así la doctora judeoberlinesa Lucie Adelsberger en su libro Auschwitz: historia de una doctora:
"Si las supervisoras estaban de mal humor, si había los llamados castigos o si las cifras no cuadraban, podían dejarnos de pie indefinidamente… Una formación que durase un día y una noche sin interrupción no era nada infrecuente. Muchos prisioneros han estado 24 y 48 horas al sol, a la lluvia, a heladas bajo cero, a merced de los vientos silbantes, sin que nadie se preocupase de que las ropas fuesen menos que apropiadas".
Después del recuento, la jornada laboral duraba unas nueve horas en invierno y once en verano con un parón a mediodía. A las ocho y media de la noche empezaba el toque de queda. Ya no se podía salir de los barracones. Por la mañana les daban café, una mezcla marrón e insípida. Al mediodía sopa: un cuarto de litro de agua con unas zanahorias o nabos o guisantes. Por la noche tocaba un trozo de pan que, según el día, podía ir acompañado de margarina, una mala salchicha, queso o mermelada.
Salvo castigos, los domingos por la tarde y en Navidad no se trabajaba. Un buen destino podía salvarte la vida en Auschwitz. Los más codiciados eran los que se prestaban bajo techo. Los prisioneros que trabajaban a la intemperie apenas duraban unas semanas con vida. Las columnas de trabajadores nunca emprendían la marcha fuera del campo hasta que no se hacía de día, nunca antes de que los centinelas de las atalayas pudieran disparar a los fugitivos con luz.
Las letrinas de Birkenau estaban en un barracón independiente. Si un prisionero quería hacer sus necesidades en medio de la noche, tenía que salir a temperaturas muchas veces bajo cero y alcanzar esta caseta. Hoy se pueden apreciar todavía varias hileras de letrinas. Consisten en un banco corrido largo con múltiples agujeros. Las infecciones eran constantes, pero las letrinas jugaban un papel clave en otro sentido. Era el lugar donde se negociaba y se hacían transacciones.
Organiza o muere
Auschwitz desarrolló su propia jerga y la palabra más importante para la supervivencia era "organizar". Era un término que significaba robar, comprar, conseguir algo, venderlo, cambiarlo. Y la mayoría de esas transacciones se hacían en las letrinas después del trabajo. Se organizaban unos buenos zapatos para la nieve, un buen puesto de trabajo con acceso al campo de las mujeres para tener relaciones sexuales, se organizaba un sitio en una de las literas superiores, una ración extra de sopa, que te borrasen de la próxima lista para la cámara de gas …
"La palabra Holocausto no se empezó a utilizar hasta finales de los años sesenta; Shoa es incluso más tardía"
En Auschwitz todo se podía organizar porque todo tenía un precio. Para muchos y muchas, eso significó la diferencia entre la vida y la muerte. Y en esta competencia, a veces despiadada, había unos destinos mejores que otros, como recordó en uno de los primeros testimonios escritos sobre Auschwitz la prisionera Suzanne Birnbaum en su obra Ha regresado una judía francesa:
"El mejor kommando para la 'organización' era el Kanada. Se llamaba así porque las mujeres de ese kommando llevaban pañoletas rojas en la cabeza, color manzana de Canadá, supongo. Eran numerosos, sobre cuatrocientas mujeres y quinientos hombres. Reunían todos los paquetes, maletas, que las gentes traían de todos los países y que tenían que dejar necesariamente en el andén del tren".
Si en Auschwitz-Birkenau podía haber fácilmente más de 100.000 deportados, los oficiales nazis eran apenas 3.300. Eso es porque de la administración del campo se encargaban los propios prisioneros. Estaban los capos, que hacían el trabajo sucio. Por debajo de ellos había otras funciones como repartir las raciones de comida, elaborar los ficheros con los que se pasaba lista o se asignaban los barracones. Había hasta un cuerpo que ejercía espionaje interno y pasaban información a los oficiales.
"Las rivalidades eran alentadas y mantenidas por las autoridades para impedir cualquier vínculo fuerte entre los prisioneros. No solo las diferencias políticas, sino también el antagonismo entre las distintas categorías de prisioneros. Por muy poderosas que fuesen las autoridades del campo, no hubiese sido posible controlar o dirigir a los miles de prisioneros sin servirse de sus antagonismos mutuos".
El Sonderkommando
Si hubiese que señalar una función especialmente siniestra, esa sin duda estaba reservada a los Sonderkommando. Eran los prisioneros encargados de conducir a los recién llegados a las cámaras de gas y después trasladar sus cadáveres en carretillas hasta el crematorio. Los sonder sabían cuál era el destino de las víctimas, que pensaban que solo iban a unas duchas de desinfección porque en la puerta de las cámaras había un letrero que decía "baños". Muchos de los sonder eran judíos y habían perdido a sus familiares en ese mismo lugar.
Vivían en barracones aparte y no tenían relación con el resto de deportados. Lo normal es que los nazis los matasen pasados unos meses. A finales de 1944, el Sonderkommando de Auschwitz se rebeló contra los guardias de las SS, pero la revuelta fue reprimida con violencia. Uno de sus protagonistas fue Zalman Gradowski, un judío polaco que trabajaba en las cámaras y que escribió a escondidas de su puño y letra dos manuscritos. Los tituló En el corazón del infierno y en ellos relató todo lo que hacían en las cámaras de gas de Auschwitz. Aquellas notas las escondió enterradas cerca del crematorio 3 de Birkenau. Fueron descubiertas entre 1945 y 1952. Gradowski fue asesinado tras la revuelta de los sonderkommando. Se quedó a pocas semanas de la liberación.
"Querido lector, escribo estas palabras en los momentos de mayor desesperación. No creo que yo mismo viva para leer estas líneas. Querido descubridor de estos escritos. Tengo una petición para ti: esta es la verdadera razón por la que escribo, para que mi vida condenada pueda alcanzar algún sentido. Te transmito solo una pequeña parte de lo que ocurrió en el infierno de Birkenau-Auschwitz. Depende de ti comprender la realidad. He escrito mucho además de esto. Estoy seguro de que encontrarás estos restos, y a partir de ellos podrás construir una imagen de cómo fue asesinada nuestra gente" (Zalman Gradowski).
De todo el recorrido por Auschwitz, el paso por las cámaras de gas y el crematorio es sin duda el momento más sobrecogedor. Se hace un silencio profundo durante los minutos que se tarda en atravesar esas estancias. Es como un pasillo ancho con paredes de ladrillo gris recubiertas de hormigón. Los visitantes aplazan sus comentarios, los guías aparcan sus explicaciones. Algunos lloran, otros rezan, todos se hacen cargo del lugar en la historia que ocupan las cámaras de gas de Auschwitz.
Al levantar la mirada, en el techo se aprecia el recuadro donde estaba la rendija por la que se filtraba el gas Zyklon B. Era un pesticida a base de cianuro que no causaba la muerte inmediata. Primero generaba una sensación de sofoco, luego caían inconscientes, después les provocaba un colapso cerebral que daba paso a un estado de coma y lo siguiente era la muerte. Ese proceso duraba entre 20 y 25 minutos.
Los sonderkommando que sobrevivieron a Auschwitz contaron que los gritos de las víctimas se escuchaban desde fuera. Y que dentro de las cámaras luchaban por salvar sus vidas hasta el final. Lo acredita que cuando entraban a cargar los cadáveres en carretillas para llevarlos al crematorio contiguo, los ancianos y los niños, los más débiles, siempre aparecían en la parte más baja de la pila de cuerpos. En el medio quedaban, por lo general, las mujeres y en la parte de arriba, los jóvenes y varones más robustos.
A la entrada de la cámara de gas de Auschwitz hay una horca. Es una réplica de la que se utilizó en ese mismo lugar para ajusticiar a Rudolf Höss en 1947, dos años después de la liberación del campo. El sanguinario comandante huyó tras la derrota alemana en la guerra. Adoptó una identidad falsa y se hizo pasar por granjero, pero le encontraron y le arrestaron. Declaró en los juicios de Nüremberg, donde elevó el número de asesinados en Auschwitz hasta los 3 millones. Nunca se arrepintió. Fue ahorcado apenas a unos centenares de metros de la casa pegada al campo en la que vivió junto a su mujer y sus cinco hijos, indiferentes a los gritos y el olor a carne humana quemada.
En uno de los extremos del campo Birkenau, dejando atrás la hilera de barracones, un grupo de judíos llegados de todas las partes del mundo rinde un humilde homenaje a sus antepasados asesinados hace ochenta años en ese lugar. Es un acto organizado por la EJA (siglas en inglés de la Asociación Judía Europea). Rezan y encienden velas. Escuchan el testimonio una superviviente del Holocausto. La anciana cuenta que perdió a sus padres y le salvó una familia alemana que la escondió durante años en su casa cuando era niña.
La EJA celebró el pasado noviembre un congreso con motivo del 80 aniversario de la liberación de Auschwitz y los 86 años desde la noche de los cristales rotos (Kristallnacht). El 10 de noviembre de ese año 1938 los nazis lanzaron un pogromo en el que 91 judíos fueron asesinados, decenas de miles fueron arrestados, arrasaron sus sinagogas y destrozaron sus negocios. Eso fue cuatro años antes de la aprobación de la solución final en la Conferencia de Wansee. En realidad, Auschwitz fue la última y devastadora parada de un camino iniciado mucho antes.
Varios profesores universitarios que intervinieron en las mesas redondas advirtieron de que hace décadas los sistemas educativos hicieron una apuesta fuerte por introducir en las aulas este capítulo de la historia. Pero añaden que el alumnado ha cambiado a lo largo de este tiempo y que los mensajes ahora llegan con menos fuerza por el paso del tiempo. También aluden a la creciente presencia de estudiantes árabes y musulmanes, más sensibilizados por la actualidad de Oriente Próximo que por lo sucedido hace casi un siglo en Europa.
Motivos del olvido
Hoy parece difícil de creer, pero Auschwitz fue durante muchos años una realidad ignorada, en parte, porque quedó al otro lado del telón de acero durante la Guerra Fría. También porque en los juicios de Nüremberg en los que se juzgaron los crímenes nazis tras el final de la Segunda Guerra Mundial apenas tuvieron cabida los testimonios de los supervivientes. Era un mundo sin redes sociales ni la inmediatez de la imagen.
"La palabra Holocausto no se empezó a utilizar hasta finales de los años sesenta; Shoa es incluso más tardía", advierte la antropóloga gallega Paz Moreno Feliu en su libro En el corazón de la zona gris. Una lectura etnográfica de los campos de Auschwitz. Es un estudio minucioso en el que afirma que "a partir de 1948, ya insertos en la Guerra Fría, se produce un silencio judicial y político de casi veinte años, durante los cuales, prácticamente, no se publican ni memorias ni reportajes sobre supervivientes".
El judío polaco Simón Laks fue un compositor y violinista deportado en Auschwitz. Su formación musical le salvó la vida. Los nazis le encargaron dirigir una orquesta en el campo de exterminio. Servía para amenizar las veladas de los oficiales nazis o interpretar marchas militares para poner ritmo a las columnas de presos que salían del campo a trabajar en condiciones inhumanas. Las memorias de Laks se editaron en español bajo el título Música en Auschwitz. Con un humor ácido, narró la desconfianza con la que se toparon los que lograron regresar a casa:
"¿Cómo es que has logrado sobrevivir en Auschwitz? Esa pregunta siempre me ha causado desazón y me daba casi vergüenza haber sobrevivido. En una ocasión le di una respuesta un tanto distinta a una dama. 'Tantos muertos y usted ha sobrevivido ¿cómo lo ha hecho?', me preguntó. Me sonrojé invadido por un sentimiento de culpabilidad y farfullé: 'Le presentó excusas… no lo hice a propósito'".
"El Holocausto es solo el fondo desde el que se alzó la resurrección del sionismo"
Paz Moreno Feliu detecta otras injusticias que se mantuvieron en el tiempo tras la liberación de Auschwitz. Stalin persiguió y envió a campos siberianos a los pocos supervivientes soviéticos del campo. La palabra "judío" no ocupó ningún registro ni se pudo leer en el Museo ni en el monumento internacional de Auschwitz en Polonia hasta los años noventa.
Ni siquiera en el nuevo Estado de Israel, centrado en otras urgencias, obtuvieron los supervivientes un trato diferente. Los líderes sionistas miraban al futuro y abrazaban un nuevo ideal judío en el que los héroes eran, si acaso, los que plantaron cara a los nazis en el gueto de Varsovia. Las víctimas de los campos fueron señalados también en Israel por aceptar sumisos su destino y acusados de dejarse asesinar en masa "como ovejas en el matadero".
El escritor israelí Ari Shavit aborda este fenómeno sobre los años siguientes al final de la Segunda Guerra Mundial en su libro Mi tierra prometida. El triunfo y desgracia de Israel: "Al Holocausto no se le da espacio dentro de Israel. Se espera que los supervivientes no cuenten sus historias. Una docena de años después de la catástrofe, la catástrofe no tiene cabida en los medios de comunicación locales ni en el arte. El Holocausto es solo el fondo desde el que se alzó la resurrección del sionismo. La continuidad israelí rechaza el trauma, la derrota, el dolor. El mensaje es claro: silencio, estamos construyendo una nación. No duden, no se lamenten, no sean blandos".
La liberación
Antes de salir corriendo por el empuje del Ejército Rojo, los nazis trataron de eliminar pruebas de lo que habían hecho en Auschwitz. Nueve días antes de que los soviéticos llegaran, los alemanes marcharon con 56.000 prisioneros hacia una estación de tren a 56 km de distancia para transportarlos a otros campos. Alrededor de 15.000 cautivos murieron en el camino. También quemaron documentos y muchos de los objetos que arrebataron a los prisioneros, pero no les dio tiempo a todo.
Allí quedaron cientos de maletas, zapatos, ropa, pasaportes, gafas. Hoy están expuestos para que los visitantes sean conscientes de las dimensiones del exterminio. El único lugar de todo Auschwitz donde no está permitido sacar fotos es una vitrina con los cabellos de las mujeres. A ellas, como a ellos, también les rapaban el pelo. Estremece ver trenzas perfectamente entrelazadas cortadas de cuajo, muchas son pequeñas y conservan su lazo, se aprecia que eran de niñas.
Durante la existencia de este campo de exterminio, los alemanes deportaron a 1.300.000 personas. De ellos, 1.100.000 eran judíos, 140.000 polacos, 23.000 gitanos, 15.000 prisioneros de guerra soviéticos y 25.000 deportados de diversas nacionalidades de los países de Europa ocupados por los nazis. Este 27 de enero se cumplen 80 años del final de este infierno. Las tropas del Ejército Rojo rompieron la línea de defensa de los alemanes en el frente del Este y en su avance se toparon con el campo sin saber muy bien lo que tenían ante sus ojos.
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