Caos, desconcierto y colapso: mi experiencia como voluntario en Catarroja

Caos, desconcierto y colapso: mi experiencia como voluntario en Catarroja

Palos, escobas, EPI, ropa de cambio y un bocadillo para el viaje. En un aparcamiento de Ciudad Universitaria, en Madrid. Lo hicimos con tan solo estos útiles y, lo más importante de todo, voluntad. Allí, un autobús esperaba para trasladarnos hacia la zona cero del desastre. Nada más subir, los rumores empezaron a correr de un lado a otro del vehículo, desde un posible colapso de voluntarios y sus consiguientes restricciones hasta una peligrosa exposición a enfermedades infecciosas. Como nosotros, miles de personas se levantaron a la misma hora desde distintos puntos de España para viajar hasta los municipios más afectados por la dana, ya fuera de forma particular o colectiva. lo que sin duda hacía presagiar un atasco total en las carreteras circundantes a Valencia.

Al entrar en la provincia, las consecuencias de la DANA empiezan a asomar a ambos lados de la acera. Nada más bajar del autobús en Torrent, nos pusimos los equipos de protección, despertando el viejo fantasma de la pandemia. Desgraciadamente, no se trataba de una catástrofe que se podía atajar tan solo quedándonos en casa; la destrucción ocasionada por las riadas era palpable y, como venían diciendo los testigos y afectados, la realidad superaba con creces a la mostrada por la televisión o las redes sociales. Coches volcados, apilados y destrozados por todas partes, tiendas desvalijadas por el barro, naves industriales destartaladas, cubiertas de una capa marrón y, sobre todo, cientos de valencianos cruzando a pie los puentes del río Túria para desplazarse a los pueblos del sur. Todo esto tras diez días constantes de trabajo para recuperar el terreno tras las inundaciones. Quién puede imaginarse cómo sería al principio.

A los pocos minutos, volvimos a montar en el autobús para ir hasta la zona cero de las inundaciones, es decir, a los municipios más afectados, entre ellos Paiporta, Massanasa, Aldaia o Catarroja. Este último fue el destino escogido, después de recibir instrucciones del resto de voluntarios allí ya desplegados. Al llegar a la plaza del ayuntamiento, el desconcierto era brutal: las donaciones de ropa, productos de limpieza e higiene personal excedían el espacio habilitado dentro del edificio municipal y ocupaban toda la calle en cajas de cartón y carros de la compra. En ocasiones, los voluntarios recibíamos órdenes directas del cuerpo de militares, pues la magnitud de las labores a realizar excedían nuestra preparación física y mental, y éramos demasiados. Sin embargo, las ganas de ayudar fueron ganando el terreno a ese caos inicial, y las labores se sucedían con éxito, acompañadas de los vítores y arengas populares emanadas de los propios voluntarios.

Calle principal de Catarroja. (E. Z.)Calle principal de Catarroja. (E. Z.) Calle principal de Catarroja. (E. Z.)

Había que escoger entre tres actividades: cementerio, colegio o ayuda directa a los vecinos y vecinas. Limpiar el barro acumulado de las calles se daba por hecho. En caso de duda, acudir a los militares o bomberos. Mientras tanto, efectivos de policía de todas las regiones de España ordenaban el tráfico de maquinaria pesada y vehículos por el centro del pueblo. Ellos también dirigían los comandos de voluntarios desplegados por toda la ciudad formados, como el nuestro, en su mayoría por jóvenes repletos de ganas de ayudar pero sin mucho conocimiento de cómo actuar ante tal situación de emergencia. Muchos de ellos, jugándose su integridad física al tener que cargar materiales astillados, con clavos sueltos o directamente sumergiéndose en montañas de barro y todo lo que este escondía.

¿Quién gestiona la ayuda voluntaria?

Cuando parábamos para descansar, el enfado con la administración era brutal. Más allá de la "pésima gestión", en palabras de la gente, y "mala actitud" ante el desastre por parte de los responsables públicos, entre los voluntarios se criticaba lo mal que estaba dirigida la respuesta solidaria ciudadana por parte del órgano institucional destinado a conceder los permisos para intervenir, Som Solidaritat. Al final, nuestro grupo, como tantos otros, basaba su actividad en recibir instrucciones de parte de los alcaldes de los pueblos afectados, que de forma organizada y en comunicación constante con nuestras coordinadoras, iban destinando voluntarios de un pueblo a otro en función de las necesidades más apremiantes para volver poco a poco a la normalidad.

"Las administraciones no están preparadas para hacer frente a desastres como estos y tampoco para gestionar esta avalancha de ayuda"

"Esto no es algo de ahora y ya", nos comentaba Lucía Díaz Barcón, una de las coordinadoras de voluntarios madrileños, en permanente contacto con los alcaldes de la región y protección civil, aquellos que, en su opinión, están gestionando verdaderamente todas las ayudas. "Esto va a volver a pasar en otros territorios de Europa y España, y tenemos que estar preparados. Así no hacemos nada. Si no fuera por la colaboración directa de todos los voluntarios... tardaríamos un mes para hacer lo que logramos en una semana. Las administraciones no están preparadas para hacer frente a desastres como estos y tampoco para gestionar esta avalancha de ayuda".

Ella, junto con otras tres amigas venidas de distintos puntos de España, y a las que conoció por WhatsApp, han sido las organizadoras del grupo voluntario que, al tener una demanda muy fuerte de ayuda, creó un equipo en Madrid, alquilaron un autobús de Taborbus (cuyo conductor también trabajó de manera altruista interrupiendo sus vacaciones) y se pusieron en contacto con las alcaldías de los ayuntamientos afectados para hacer efectivo el apoyo. Gracias a Alba Rodríguez, fundadora de TU COVID SHOP, una empresa especializada en material sanitario, pudimos disponer de equipo de protección donado íntegramente para la causa.

"Somos conscientes del colapso que podemos ocasionar. Estamos en contacto con las autoridades locales para saber dirigir la ayuda"

"Escribes a Som Solidaritat y te responde un bot", prosigue Belén Castro García, otra de las jóvenes fundadoras de este grupo de ayuda. "Estamos en contacto con Protección Civil y las autoridades locales, ellas son las que deciden a dónde ir y cómo debemos proceder. En un principio, pensaba que la respuesta de las instituciones iba a ser más eficaz, fíjate, y ha sido al revés; han sido los ciudadanos de toda España, a título personal, los que más han respondido. Esto me ha hecho recuperar la fe en las personas, no pensaba que fuera a haber tanta demanda de voluntarios".

El coste del viaje de ida y vuelta supuso 28 euros por cada pasajero, pero las organizadoras han solicitado distintas subvenciones, aún en trámite, para devolver el dinero. "Somos conscientes del colapso que podemos ocasionar en las ciudades y carreteras de Valencia, por eso estamos en permanente contacto con las autoridades locales para no estorbar, conseguir una buena flota de autobuses y saber dirigir correctamente a los voluntarios por las zonas", asegura por su parte Catalina de Aragón, la cuarta del grupo, quien se está encargando de documentar todo el proceso en vídeo.

Un cementerio y un garaje desierto

Hay labores que son más necesarias que otras. Algunas tan poco apremiantes a simple vista como despejar un cementerio. Nadie piensa lo urgente que puede ser para una localidad que ha vivido un desastre disponer de su campo santo para poder enterrar a los seres queridos con dignidad. Estos lugares son una ciudad al margen del centro y la periferia, un espacio en la que nadie vive pero sobre la que se aposentan los restos de sus antepasados, y por tanto, su memoria colectiva. Y Catarroja necesitaba despedir a las primeras víctimas de la tragedia. Así, mientras nos poníamos las EPI y cubríamos con cinta adhesiva las partes que quedaban sueltas o al aire libre del traje de protección, el párroco del pueblo entonaba una oración para los familiares del primer fallecido por las riadas en Catarroja.

"Está todo muy mal organizado, no hay una coordinación eficaz, los voluntarios ayudan con lo que pueden, pero no hay nadie al mando"

Una escena triste y difícil de digerir, como también el silencio posterior a las palabras de agradecimiento de los vecinos al entregarles lejía, compresas o mochos de fregona. "Si no es por los voluntarios, tardo un mes en vaciar todo mi garaje", asegura Raquel, una vecina del casco histórico de mediana edad. "Vino un grupo de jóvenes como vosotros que me ayudó a sacar todos los trastos que había y que han ido directamente al vertedero. Ha sido gracias a ellos, y a los bomberos y militares de la UME, por lo que poco a poco estoy consiguiendo limpiar mi casa. Está todo muy mal organizado, no hay una coordinación eficaz, los voluntarios vienen y ayudan con lo que pueden, pero parece no haber nadie al mando".

Raquel, una vecina de Catarroja a las puertas de su garaje, sumido en la oscuridad. (E. Z.)Raquel, una vecina de Catarroja a las puertas de su garaje, sumido en la oscuridad. (E. Z.) Raquel, una vecina de Catarroja a las puertas de su garaje, sumido en la oscuridad. (E. Z.)

En las Barracas, el barrio más afectado del municipio al ser el más cercano a la Rambla del Poyo, muchos vecinos de edad avanzada llevan encerrados en casa desde la inundación. Al principio, por causa de las montañas de automóviles apilados en sus calles; y ahora, porque a muchos de ellos no les queda ánimo ni para acercarse a los puestos de comida caliente que hay repartidos por todo el pueblo y que forman largas colas solidarias. Una mujer que nos abrió la puerta de su casa había perdido a su gato, poniendo una mueca de tristeza infinita cuando descubrió una lata de comida para felinos que llevábamos en uno de los cubos. "Mi madre está bien, pero necesita comer algo más suave. Por favor, traedme una ensalada o algo suave para ella, que lleva días alimentándose de fabada o macarrones", nos pidió.

Un mural de agradecimiento a los voluntarios. (E. Z.)Un mural de agradecimiento a los voluntarios. (E. Z.) Un mural de agradecimiento a los voluntarios. (E. Z.)

Por todo Catarroja abundaban los murales de agradecimiento a los miembros de la UME y a los voluntarios, en contraste con las pintadas callejeras y grafitis contra el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y Carlos Mazón, presidente de la Generalitat. "Ayer dicen que apareció el cadáver de un vecino enterrado en el barro del parque", nos comentó otra vecina. Al preguntarle si conocía a algún desaparecido o si había perdido a un familiar, respondió que, afortunadamente, no. "Solo es trabajo, queda mucho por hacer". Unas labores que pueden ser paralizadas esta misma semana debido a las previsiones meteorológicas, que auguran una nueva DANA en el horizonte más inmediato para Valencia.

Conforme avanza la tarde y anochece, las labores van cesando. (E. Z.)Conforme avanza la tarde y anochece, las labores van cesando. (E. Z.) Conforme avanza la tarde y anochece, las labores van cesando. (E. Z.)

El anochecer acecha y las labores de limpieza en la zona centro de Catarroja van cesando. Los últimos manguerazos de los bomberos combinados con el empuje incesante y a voz en grito de los voluntarios armados con escobas devuelven el color gris a las baldosas de la calle, haciendo intuir la ciudad que se encuentra sepultada bajo todo el barro acumulado, que también es polvo y piedra al estar solidificado y amarrado al suelo. En una hora, probablemente vuelva el color marrón, pero esto no se resuelve en un día. De forma paralela, se da cita la multitudinaria manifestación en la Plaza Mayor de la capital, Valencia. Y, de forma espontánea, una gran parte de los ciudadanos de Catarroja también se reúne frente al Ayuntamiento para expresar sus quejas: algunas contra Sánchez, otras con Mazón, y las más aplaudidas, aquellas que cargan contra los dos.

Parte de los ciudadanos se reúnen para expresar sus quejas: algunas contra Sánchez, otras con Mazón, y las más aplaudidas, contra los dos

Al término del día, todo el mundo se agolpa frente a las colas de comida en los puestos improvisados que hay por las principales plazas de la ciudad. Los voluntarios también colaboran en las labores de cocinado; de hecho, nos encontramos a una familia de la provincia de Cádiz que en la plaza de Sant Miquel, al pie de la iglesia, prepara caldo. Después de repartir todo, les ayudamos trasladando más víveres que llegan en camiones desde Galicia y que se suministrarán al día siguiente. Son las diez de la noche y nos dirigimos al punto del polígono industrial, en el que desembarcamos, para volver a casa.

Por el camino, la oscuridad de las calles perpendiculares a la principal nos conmueve, como si estuviésemos en una ciudad abandonada donde se oyen gritos lejanos y quehaceres cotidianos en los hogares. Ya en el polígono, nos encontramos con unos jóvenes que realizan botellón como si nada hubiera pasado. Preocupados por la Guardia Civil que custodia las entradas al municipio, escuchan música y se divierten, pero basta una breve interacción con ellos para sacar el tema.

"Los medios de comunicación mienten, nadie sabe lo que ha ocurrido aquí, solo nosotros", nos dice uno de ellos.

"Mi primo viajó de un lado a otro del pueblo arrastrado por la fuerza del agua, llegó hasta aquí en apenas unos minutos, estaba en Catarroja, la riada le pilló y llegó hasta Albal", relata otro chico.

—"Nos han abandonado, los políticos solo están a lo suyo", agrega otra chica.

Sea como sea, la normalidad tardará mucho tiempo en llegar a Catarroja y el trabajo de los voluntarios seguirá siendo necesario.



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