La incómoda verdad sobre los agresores sexuales en 'Cómo cazar a un monstruo'


         La incómoda verdad sobre los agresores sexuales en 'Cómo cazar a un monstruo'

El true crime del director catalán es una crítica a las grietas del sistema sobre las condenas de violencia sexual

Una mañana, eso es lo que me ha durado Cómo cazar a un monstruo (Prime Video), el true crime de Carles Tamayo.

Lo pongo en la tele justo después de que una amiga me mande la noticia del cuidador de residencia de mayores que violó a dos ancianas de 90 y 100 años, pero también después de llevar un septiembre con un goteo interminable de noticias de agresiones sexuales.

"Cómo cazar a un monstruo", no es una pregunta retórica, más bien una afirmación, pero también una crítica a las estructuras que empujan a las víctimas a guardar silencio, pero también que -indirectamente-, les guardan las espaldas a los agresores como el profesor y gerente de cine, Lluís Gros.

El catalán, que fue condenado a más de 23 años de cárcel por delito sexual, prostitución y corrupción de menores, pasó gran parte de su vida sin ningún tipo de repercusión legal y perpetrando agresiones, exento de toda consecuencia.

Así que la radiografía que se hace sobre él en el documental viene en un momento perfecto para descubrir las grietas del sistema que hacen tan complicado que la condena por estos delitos llegue (o llegue a cumplirse).

La primera de todas es la credibilidad, ya que los agresores sexuales -como los maltratadores- siempre van a mostrar una cara B a quienes no son sus víctimas. Como una doble vida difícil de imaginar y creer si no se han vivido los abusos en primera persona.

Por un lado, la amabilidad y cariño a sus vecinos y clientes de cine, su extrema devoción religiosa; por otro, los comentarios, miradas y tocamientos improcedentes a sus alumnos, así como las agresiones a los menores que contrataba para repartir publicidad del cine.

Con la confusión propia de las víctimas, el miedo a no ser creídos, puesto que se trataba de alguien con más poder que ellos y encima adulto, la omertá resulta beneficiosa, la mejor garantía y motivación de que se puede repetir el abuso.

Otra de las fisuras que se presentan en el documental es la del discurso, Lluís en ningún momento reconoce o se disculpa por sus acciones, sino que habla de "confabulaciones" o una guerra declarada contra él. Un discurso victimista para manipular la verdad a su antojo, que se ve aceptado por la red de personas de su círculo, ayudantes y cómplices en su 'gran evasión' (cuando veas el documental, lo entenderás).

Que los agresores sexuales juegan con su identidad es algo que hemos visto con Dani Alves, cabizbajo y triste, sentado en el banquillo, o Harvey Weinstein acudiendo a su cita en los tribunales ayudándose de un andador.

Despertar lástima o parecer inofensivo, no es casualidad, es una estrategia calculada que Lluís emplea a su conveniencia. Cuando se trata de atender llamadas de requerimientos legales que valoran su estado de salud, adopta un tono lastimero.

La transformación de personalidad, en cambio, se da cuando habla con menores de edad y se expresa con una voz más vigorosa, usando expresiones coloquiales y por supuesto, lanzando comentarios sexuales sin venir a cuento.

El mayor reproche de Tamayo es a la justicia y a su funcionamiento, lleno de recovecos y escondrijos figurativos y literales. A veces basta con no atender una llamada para evitar el control de las instituciones y seguir dándole esquinazo a un ingreso en la cárcel.

Como espectadora, me uno en la estupefacción de que el proceso judicial -de más de 10 años de duración y con sentencia final firme-, no impidiera que Lluís estuviera haciendo su vida en libertad. Incluso en el último minuto se aprecia la fragilidad del sistema cuando un trámite burocrático puede echar a perder todo.

Cómo deconstruir a un monstruo

Por lo que el director e investigador comentaba en entrevistas, quiere que esa sea la crítica con la que nos quedemos de la historia, pero para mí la conclusión es que urge que resignifiquemos el concepto "monstruo".

Lo muestra Carles, un agresor puede ser culto y campechano, disfrutar de la música clásica o comerse un bocata de fuet en un bar y seguir haciendo cosas horribles.

Es un recuerdo de que los monstruos no son desconocidos ni criaturas de ciencia ficción, sino personas del entorno, un dato que reconfirma el informe de Save the Children España de 2023: en 8 de cada 10 casos el agresor era una persona del entorno de la víctima.

Así que hasta que no seamos capaces de entender y prevenir qué hace que nazcan y crezcan los monstruos -con el peligro que conllevan-, y hasta que no modifiqu... {getToc} $title={Tabla de Contenidos}

Publicar un comentario

Artículo Anterior Artículo Siguiente

Formulario de contacto