¿Quién domina tu consola central?


         ¿Quién domina tu consola central?

Ansiedad. Nostalgia. Tristeza. Seguramente sean las 3 emociones que más cuesta controlar, las que más pujan por dirigir nuestra vida, las que meten empujones...

Ansiedad. Nostalgia. Tristeza. Seguramente sean las 3 emociones que más cuesta controlar, las que más pujan por dirigir nuestra vida, las que meten empujones a la alegría y a la pereza para ponerse a los mandos de nuestra cabeza, de nuestra forma de ser, de nuestras decisiones.

Sí, he visto la segunda parte de Inside Out. La primera ya me pareció toda una genialidad. Describía perfectamente cómo era esa transición de la infancia a la adolescencia. Cómo, de un día para otro, ese niño o niña feliz al que cualquier plan le parecía lo más divertido del mundo, siempre que lo hicierais juntos, empezaba a encontrarse perdido, triste, sin saber identificar qué le pasa.

Creo que los padres atravesamos una especie de duelo cuando llega ese momento. Tenemos que dejar ir a ese hijo o hija que teníamos hasta ahora, a nuestro bebé, a nuestro peque, y empezamos a observar, atónitos unas veces, espantados otras, maravillados algunas, a la persona en la que se está convirtiendo.

Echas de menos su risa contagiosa, su voz, esa voz timbrada que te llamaba de una forma especial, suave, casi como de terciopelo… "Mami". Y te sobresaltas cada vez que te vuelve a llamar con el mismo apelativo, ese diminutivo que ya solo aparece cuando te quiere sacar algo o apelar a tu clemencia, unas veces con desgana, otras con indiferencia y, a veces, con enfado.

Y ahí estás. Intentando que la nostalgia no domine todo lo que te rodea. Que el recuerdo de lo que fueron no te ahogue demasiado. En eso, tengo que decirlo, la aplicación del dichoso teléfono que, sin previo aviso, te recuerda fotos antiguas de tu galería es como una puñalada en tu ánimo. De repente enciendes el teléfono y ahí está tu bebé, con esa sonrisa de oreja a oreja, esa que definía perfectamente qué es la felicidad. Y lo vuelves a echar de menos.

Esa etapa, la de la pubertad, la de la adolescencia, es tremendamente complicada. Para ellos y para nosotros. Y aunque recuerdas como si fuera ayer cuando tú estabas ahí, los miedos, las primeras veces de tantas cosas, la necesidad de encontrarte, de ser tú, te cuesta un mundo entero quedarte observando, paciente, a que eso también pase. Quieres ayudarle, escucharle, darle el mejor de los consejos. Pero ya no son tus tiempos, sino que son los suyos. Aprendes a esperar, a detectar cuál es el mejor momento.

Tenemos que dejar ir a ese hijo o hija que teníamos hasta ahora, a nuestro bebé, y empezamos a observar a la persona en la que se está convirtiendo

Y sabiendo que esa ansiedad, esa tristeza y, después, esa nostalgia serán compañeras de viaje para siempre. Que la vida consistirá en ir aprendiendo en cómo gestionarlas, en cómo darles su espacio en cada momento, en no dejarlas crecer más de lo posible y en luchar, con lo que tienes, con las herramientas que vas desarrollando, para que no dominen tu consola central, tu cabeza.

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