Siempre me sorprende la rapidez con que el Reino Unido cambia de primer ministro. Un jueves los conservadores pierden las elecciones y el viernes el nuevo mandatario...
Siempre me sorprende la rapidez con que el Reino Unido cambia de primer ministro. Un jueves los conservadores pierden las elecciones y el viernes el nuevo mandatario británico saluda desde el número 10 de Downing Street, donde residirá los próximos cinco años. Solo 12 horas antes el anterior inquilino estaba allí instalado con su familia. Entiendo que tal y como le daban las encuestas el depuesto ya tendría preparada la mudanza, pero aún así imagino la actividad frenética que hubo de desarrollar el servicio de la casa para levantar colchones , sábanas, toallas y otros enseres del matrimonio Sunak y recibir a Starmer, señora e hijos. Es una tarea en la que últimamente están muy entrenados porque desde la dimisión de Cameron hace 8 años el de ahora será el quinto primer ministro que ocupa la mansión. La discreta apariencia de la puerta de aquella residencia resulta un tanto engañosa para el espectador, en realidad esconde un complejo oficial con un centenar de habitaciones y estancias para el desarrollo de la actividad gubernativa como la Cabinet Room, donde se celebran los Consejos de Ministros, y los amplios espacios que Boris Johnson empleó para montarse sus fiestones en plena pandemia o mientras Inglaterra permanecía enlutada por la muerte del esposo de la reina.
Todo eso oculta aquella puerta negra que desmontan cada seis meses y sustituyen por otra gemela para limpiarla y pintarla de nuevo. Una puerta que no tiene ojo de cerradura ni tampoco llave porque solo puede abrirse desde dentro lo que constata que siempre hay un funcionario pendiente de la cancela. Ahora Keir Starmer, un hombre discreto, habrá de acostumbrarse a vivir rodeado de servidores públicos. A pesar de su trascendencia pública parece ser alguien muy celoso de su intimidad y la de su familia, a la que ha mantenido apartada de los focos, lo que en su nuevo cargo no le será fácil. El nuevo premier británico no es un líder carismático ni una estrella rutilante y puede que nunca hubiera llegado al Gobierno del Reino Unido de no ser por el brutal demérito de sus cinco predecesores conservadores. Los tories se entregaron a los postulados mas ultras y populistas empezando por su apoyo al brexit, con un resultado económico desastroso, y pasando por una aberrante política migratoria con deportaciones a Ruanda. A eso y al deterioro de la sanidad, la educación y los servicios públicos le han gritado basta los británicos.
El Reino Unido reacciona así ante el sufrimiento al que le han sometido quienes prometieron el paraíso desde la eurofobia y el radicalismo de derechas. Un infierno del que también ha querido escapar su vecina Francia el domingo pasado con el cordón sanitario que el frente republicano impuso al partido de Le Pen. La victoria del Frente Popular y la segunda posición de los macronistas no deja una Asamblea Nacional fácil de conciliar, pero frena los peligrosos impulsos de la formación ultra que maniobra en Europa para desestabilizar al gobierno comunitario.
Bajo la batuta de Viktor Orbán y con el pomposo apelativo de Patriotas por Europa se ha formado un nuevo grupo parlamentario al que se ha unido Le Pen y también los de Vox, que traiciona sin otra explicación que el interés propio al grupo que encabeza Giorgia Meloni. Un grupo antiatlantista que abraza a Putin y también a Chin... {getToc} $title={Tabla de Contenidos}