Thea Hvistendahl debuta en el largometraje con una película terroríficamente cautivadora en la que los seres queridos regresan de entre los muertos para atormentarnos.
Inquietante, realmente inquietante, este nuevo chapuzón en las aguas turbias, intranquilas, emponzoñadas, de la literatura de John Ajvide Lindqvist. El autor de Déjame entrar, claro, clásico moderno del cine de terror, revelador, epifánico en mucha medida. Cómo explicar el miedo auténtico, el más atávico, el más incrustado en el tuétano, debe ser la pregunta del millón en la gran mayoría de cineastas cautivados por el género. No en aquellos que solo desean un slasher del montón pero queda claro que sí en Thea Hvistendahl, debutante en el largometraje con una película impregnada de personalidad y que atesora un calado dramático capaz de dejarte patidifuso.
El miedo encarnado en los seres queridos, ¿qué miedo puede ser más terrible? Seres queridos que vuelven a la vida para atormentar nuestra vida. El resultado quita el hipo, te arrastra por un pantano de desazón, de desencuentros con el mal rollo. Un buen puñado de escenas para el recuerdo y, por supuesto, para la pesadilla, paradoja fundamental, ésta, del buen cine de terror. Ese terror nórdico tan característico, tan real, tan frío, tan capaz de calarte en el alma.
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