La experiencia de asistir a las novilladas de pretemporada en Las Ventas debe resultarle desconcertante a los profanos. Poca gente en los tendidos. Espectadores desorientados. Y turistas de procedencias exóticas con predominio de los chinos que acuden de visita relámpago a la capital.
Acceden a la plaza en grupo y en grupo se marchan. Ni siquiera se quedan demasiado tiempo en los tendidos. Les basta asistir a la lidia de un novillo para documentar que han acudido al folclorismo espectáculo taurino.
La experiencia los entretiene haciendo fotos y vídeos. Y mirándose entre sí mientras avanza la lidia, aunque cuesta trabajo creer que una misión paracaidista les permita comprender las claves del acontecimiento.
Pensarán que la Fiesta está en crisis. Y que el predominio de cemento en las gradas denota la decadencia de los toros, más todavía cuando el guía al mando ha debido explicarles que Las Ventas es la primera plaza del mundo.
El símbolo de Madrid tendría que ser Las Ventas
Rubén Amón
Y merece la categoría. Otra cuestión es que la imagen desangelada del coso madrileño obedezca a la fase preliminar de la temporada. Los turoperadores aprovechan el periodo de calentamiento para incluir los toros en las actividades turísticas. No pueden hacerlo en San Isidro. La plaza se abarrota durante un mes. Y se desmienten las ilusiones de los antitaurinos, cuando piensan o sostienen que la tauromaquia es un residuo de la España cañí, una turistada agonizante que entretiene a los chinos.
¿Les gustan o no les gustan los toros? La hipótesis negativa puede justificarse en la velocidad y sincronización con que abandonan la plaza nada más lidiarse el primer novillo, pero también podría ocurrir que la disciplina del tiempo les obligue a pespuntear los espectáculos sin tiempo para valorarlos. Veinte minutos en Las Ventas. Media hora en el Museo del Prado. Un rato en el Bernabéu. Una gincana en el Madrid de los Austrias. Chocolate y churros en San Ginés. Bacalao en Casa Labra.
"Los toros son un acontecimiento difícil para los turistas desorientados y para los profanos en general"
Los toros son un acontecimiento difícil para los turistas desorientados y para los profanos en general. Es verdad que la experiencia puede concebirse desde el instinto, la sensibilidad o la irracionalidad, pero asomarse a Las Ventas fuera de contexto y sin nociones fundamentales, desdibuja la enjundia del rito, desnaturaliza cualquier lectura elaborada. Porque es un acontecimiento cruento. Porque observamos la muerte sin anestesia. Y porque la idiosincrasia lúdica de la tauromaquia coexiste con la acepción de “la fiesta más culta del mundo”. Así la cualificaba García Lorca en alusión a las expresiones estéticas, plásticas y litúrgicas que la identifican. Y que no pueden aprehenderse en los extremos trepidantes de un tour chino.
Por idénticas razones, los toros son un espectáculo in-exportable. Se han producido intentonas estrafalarias en Belgrado, Orán y Las Vegas, pero las condiciones ambientales en que se desenvuelve una corrida -antropológicas, culturales, religiosas…- son irreproducibles allí donde no pasta y reina el toro bravo. La tauromaquia sucede, ocurre, en Portugal, Francia, Perú, México, Colombia, Ecuador, Bolivia y Venezuela, precisamente por la raigambre del tótem y la devoción al animal sagrado.
Tan artificial es organizar una corrida de toros fuera de sitio -o fuera de cacho- como acudir a verla en el frenesí de un tour, aunque el fenómeno excepcional puede sacudir un alma sensible. No digamos si interviene el temple y la personalidad de un novillero de Valladolid que se llama Mario Navas y que tiene entre sus muñecas el don del arte y del pasmo.
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