Si hubo otros, no están registrados, así que Pablo González Rodríguez (A Coruña, 1994) es el primer español en caminar de punta a punta el continente africano en solitario desde Ciudad del Cabo hasta El Cairo. 11 países, 15.000 kilómetros y 800 días después, este gallego que se acaba de estrenar en la treintena está de regreso en Málaga apreciando, como nunca, el privilegio de dormir en una cama y ver fluir el agua del grifo. "En un camino así, tu cuerpo te coloca porque lo sacas de la zona de confort y te enseña y aprendes", resume.
¿Qué llevó a un joven bailarín de (entonces) 27 años a plantearse un viaje de esta magnitud en plena pandemia mundial de covid? Nunca hay una sola respuesta, pero la urgencia de "vivir el presente y reconectar mente y cuerpo" fueron el leitmotiv de un viaje complejo que su protagonista relata para El Confidencial como si fuese un largo paseo de aprendizaje vital del que relativiza los peligros para aferrarse a la experiencia completa.
Fue un periplo digno de los antiguos exploradores, en ruta del sur al norte, de Sudáfrica a Egipto, en el que no falta detalle: el ataque de un hipopótamo muy territorialista al pasar las lagunas del delta del Okavango, la leche de vaca cruda de los masais que le llevó al hospital en Tanzania con fiebres altísimas, la infinitud abrasadora del Kalahari "incluso en época de lluvias", -matiza-, la pequeña comuna española que lo arropó en las playas de Zanzíbar o la gesta de ser aceptado por los Turkana, una tribu nilótica de pastores nómadas en una de las regiones más remotas de Kenya.
Pablo no era novato a la hora de liarse la manta a la cabeza y acumula miles de seguidores en redes sociales. Había vivido en Madrid, Londres, Nueva York y Los Ángeles, abriéndose paso en teatros y musicales con ritmos urbanos y se entrenó para este reto recorriendo Islandia y Marruecos.
La pandemia le abrió una brecha existencial con un incierto paréntesis laboral y se marcó a fuego una fecha de inicio -7 de noviembre del 2021- para ejecutar un proyecto que acunó en su mente y empaquetó en una mochila de 15 kilos que fue aligerando en dos años de caminata, "tanto física como mentalmente". No tenía referentes de cómo recorrer África a pie, así que decidió abrir el camino él mismo anotando su experiencia en un cuaderno y que un día, confía, servirá de guía a otros aventureros.
No puedes llenar una mochila de por si acasos. Es lo esencial para sobrevivir.
"Durante la pandemia, Sudáfrica era de los pocos países abiertos y ese fue el detonante de la salida. Tenía el compromiso conmigo mismo de arrancar ese día". Lo cumplió a rajatabla y con equipaje tan exiguo como premeditado: una pequeña tienda de campaña flexible de 2,5 kilos, filtros de agua, pastillas contra la malaria, un par de mudas y un chubasquero. "No puedes llenar la mochila de por si acaso. Han de ser cosas esenciales que te pueden salvar la vida en un momento determinado", recomienda.
De tres a cinco dólares diarios
¿Por qué África? "Desde Occidente suponemos muchas cosas de ese continente al que llamamos última frontera, pero certezas tenemos pocas. A pesar de todo, permanece muy puro, vital y te va empapando", reflexiona. "Allí no es tanto lo que tengas, sino cómo lo utilices. Tenía de tres y cinco dólares para vivir al día, como cualquier local. Al caminar, habitas el presente, observas, entiendes y siempre encuentras una sonrisa o una mano tendida", reflexiona Pablo Nemo, como se le conoce en el circuito artístico.
Cuenta este viajero solitario que a menudo compartía trayectos kilométricos por caminos polvorientos con niños que corrían a las escuelas antes, si siquiera, de amanecer o con pastores con los que chapurreaba en suajili -idioma predominante en Tanzania y Kenya- "hoy puedo decir que lo hablo y un poco de amárico (Etiopía)"- bromea. Convivió con los bosquimanos y con las tribus ancestrales del valle del Omo.
También se cruzó a algún europeo en bicicleta que hacía el camino opuesto al suyo desde El Cairo al sur, y tuvo que saltar el Mar Rojo en carguero hasta Arabia Saudí, en un gran rodeo imprevisto y obligado por las guerras en Sudán y el norte de Etiopía. En dos años de peregrinaje en solitario, atravesó -en este orden- Sudáfrica, Lesoto, Zimbabue, Botsuana, Zambia, Malaui, Tanzania, Kenia, Etiopía, Arabia Saudí y Egipto
No todo fue bueno y bonito. Sufrió un atraco violento en Etiopía, fue arrestado por policías corruptos en Zimbabue, donde fingió conocer al hijo del presidente para librarse del cerco, perdió 10 kilos, cayó enfermo, tuvo días difíciles, febriles y momentos muy duros.
"Nunca pensé realmente en abandonar porque tenía ese compromiso conmigo mismo", confiesa. Ese fue el freno. En el balance, siempre pesa más lo bueno: los indescriptibles colores del cielo en la reserva del Másai Mara, donde dicen que el sol se incendia al atardecer como en ninguna otra parte del planeta o la acogida. "Lo más bello y majestuoso fue ver desfilar a una familia de elefantes el pie del Kilimanjaro nevado. Sobrecoge su grandeza. Son muchos los amaneceres y recuerdos. Es difícil escoger". No será la última aventura de un gallego al que le bulle la cabeza y no se le cansan los pies.
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