En tiempos de auge de los discursos extremos, amparados en el relato ficción sobre la decadencia moral de Occidente, la vinculación entre inmigración y delincuencia y otros guiones reaccionarios acerca de la pérdida de la esencia nacional, la firmeza de los datos y la mirada a la realidad de las calles y las plazas certifica la normalidad de la sociedad civil de 2024. Existe más alboroto en las tribunas políticas y en la opinión publicada que en los parques y los bares, y las preocupaciones reales sobre el acceso a la vivienda y el estancamiento salarial aún esperan a ser recogidas en la escaleta de los medios y en las agendas de los cargos públicos.
En 2015, la democraciacristiana alemana, encarnada en Angela Merkel, dio asilo a un millón de refugiados. La consecuencia electoral fue el ascenso del partido de ultraderecha Alternativa Por Alemania. La consecuencia moral fue ofrecer un ejemplo de dignidad y músculo al mundo, que otras naciones no dieron. Hoy, la comunidad siria vive con unos niveles notables de integración. La existencia misma de los partidos de extrema derecha es efecto del resurgimiento del vestigio temeroso y cavernario que algunos sapiens aún guardan dentro. Por ahora, las cifras demuestran que la hospitalidad sigue siendo mayoritaria en la Unión Europea, aunque conceda menos titulares.
A pie de calle, y atendiendo a las necesidades básicas de aquellos que huyeron de su país por la guerra o la pobreza, la asociación Valencia Acoge celebra sus 35 años de existencia. En 1989 se desligaron de la tutela de Cáritas para convertirse en laicos y aprovecharon el conocimiento de algunos integrantes, exiliados de las dictaduras chilena y argentina, para iniciar su labor social. Después de tantas décadas, el contexto y las urgencias han cambiado.
“Las clases de castellano y valenciano, así como el asesoramiento jurídico en los procesos de regularización y el mantenimiento de las necesidades básicas de las personas migrantes son los pilares básicos de Valencia Acoge. En los últimos años se ampliaron los programas de apoyo a la mujer, a la vertiente psicosocial, ayuda al refugiado político y desarrollo comunitario”, comenta su presidenta, Ángela Pedraza.
El pasado 5 de mayo, la asociación organizó un concierto benéfico en La Casa de la Mar para recaudar fondos. “La partida presupuestaria de la Generalitat Valenciana para programas de inmigración de la Vicepresidencia Segunda y Conselleria de Servicios Sociales, Igualdad y Vivienda, liderada por Susana Camarero, ha bajado de 800.000 euros a 350.000 euros. Y más allá de la cuestión económica, hay un cambio de rumbo en todo lo relacionado con las políticas públicas autonómicas y municipales y el sistema de servicios sociales.
Hemos pasado del diálogo y la creación de espacios para la integración de la población inmigrante a la desaparición de los consejos sectoriales relacionados con la visibilidad del asunto: el Consejo de Emigración e Interculturalidad, de la concejalía de la popular Marta Torrado, ha dejado de existir”, incide Pedraza.
Uno de los grandes errores en el lenguaje político del centroizquierda español al abordar en su uso diario la historia comparada entre Alemania y España es establecer paralelismos incomprensibles entre los dos dictadores que gobernaron estos países desde los años 30 del siglo XX. Hitler perdió su guerra, Franco la ganó. La derecha alemana se vio obligada desde 1946 a desterrar esa legado para sobrevivir, y su doctrina ideológica se cimentó en la vergüenza moral, la negación diaria del imperativo nacional y el crecimiento económico como motor de su nueva historia social benefactora.
Las políticas sociales del liberalismo económico español se construyen en la negación de la realidad que acontece tras la milla de oro, las del alemán en la fabricación de mano de obra que se convierta en nuevo ahorrador en un lustro. Uno de los músicos que colaboró en el directo para conmemorar los 35 años de Valencia Acoge fue el ghanés Richard Kobena. Llegó a Valencia a comienzos del siglo XXI buscando un lugar donde forjar una vida que la economía de su país natal le negaba.
Tras una breve estancia en Suiza, el también bailarín participó en el Festival Valencia Escena Oberta, en 2003, y decidió establecerse en la ciudad mediterránea. “Aquí encontré al músico de Benín Kuami Mensah, un referente que conocía bien la escena musical valenciana. No fue fácil, yo no hablaba español sino francés y empecé a preguntarme qué podía hacer con mi experiencia en baile y mis instrumentos de percusión: el kpanlogo, la kalmba, el atumpan y el djembe”.
Los miembros de Valencia Acoge ayudaron a Kobena ofreciéndole un espacio en su sede del barrio de Orriols para que desarrollara sus clases de música ghanesa. Algo después llegarían los primeros contactos profesionales con los agentes del sector. “Explicamos el proyecto de música africana porque era algo novedoso en Valencia, una ciudad más acostumbrada a las iniciativas de los músicos del Magreb, pero uno de los nombres importantes del jazz valenciano, Ximo Tébar, nos facilitó actuar en el IVAM (Instituto Valenciano de Arte Moderno). Con el boca a boca y algo de publicidad comencé a dar clases de percusión en el cauce del Turia y con el tiempo eso se convirtió en múltiples talleres de sonido y baile africano en varias localidades de la provinciae”, explica Richard.
Kobena prefiere ahondar en las buenas experiencias y olvidar los episodios de xenofobia y las dificultades inherentes a la precariedad del músico, que se multiplican al ser migrante. “Senegaleses, ghaneses, nigerianos... Todos preferimos vivir con los buenos recuerdos más que con los malos. Venimos de países donde solo viven bien las élites”. Su Valencia es acogedora con la diversidad, como lo es la escena musical de la ciudad, acostumbrada al influjo del género negro en varios enclaves históricos de la ciudad como Black Note, Radio City o Matisse, y en otros con un recorrido menor como Kaf Café, Sankofa, La Fábrica de Hielo o Ubik.
Los espacios sonoros valencianos han absorbido la oferta de nuevos músicos africanos y sudamericanos llegados en el siglo XXI que son lógicamente minoritarios pero constantes en la programación mensual. “Cuando empezamos a principios de los 2000, Germán Valenzuela, entonces gerente del Black Note, fue uno de los primeros en darnos una oportunidad para actuar en Valencia, incorporándonos a Kuami Mensah y a mí a las jam session del club. Después he actuado en las mejores salas de la ciudad, en el Palau de la Música de Valencia, CaixaForum, Teatro Principal o La Rambleta y, tras estos años, aunque es difícil vivir de esto, se puede lograr”, concluye el ghanés.
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