Una de las mejores canteras de música clásica del mundo está en Madrid y seguramente no lo sabes

Una de las mejores canteras de música clásica del mundo está en Madrid y seguramente no lo sabes

A ambos lados del pasillo hay aulas y, en las puertas, ventanucos que dejan ver, pero no escuchar, lo que está pasando dentro. Los alumnos que se cruzan se saludan en voz baja y procuran no hacer ruido. Esa contención, sin embargo, salta por los aires al abrir la puerta de cualquiera de estas clases.

Una de ellas, al final del pasillo, es un luminoso habitáculo en el que una gran pared de cristal desemboca en unas envidiables vistas de la Plaza de Oriente. Allí, cuatro jóvenes intérpretes, que encarnan el Cuarteto Staruss, se vuelcan en una complicada partitura que, por cierto, está reflejada en la pantalla de un iPad en lugar de ser una retahíla de fotocopias arrugadas y llenas de tachones y anotaciones, como en otros tiempos.

Aquello es la guerra. El pianista está entregado. Percute el teclado sin piedad como si la caballería ligera estuviera descargando. A su vera, perfectamente coordinados, los músicos del trío de cuerda se cimbrean como si un vendaval les sacudiera, trazando movimientos espasmódicos con sus cuerpos. La presión, en este caso, la ejercen sobre las cuerdas sus arcos, que arrecian implacables, descolgando un par de cerdas en cada empentón. Mientras tanto, el maestro, sentado frente a ellos, no para de darles indicaciones. Grita y hace enérgicos aspavientos hasta que les ordena parar. Algo no le ha gustado y hay que corregir.

Foto: S. B.Foto: S. B. Foto: S. B.

Esta es la música clásica que no se ve. La que está lejos de los auditorios. La que se hace sin traje de chaqueta y en la que se pule esa perfección que luego se ofrece al público sobre el escenario. La estampa también es una buena muestra de lo que es la Escuela Superior de Música Reina Sofía, un centro de alto nivel desconocido para muchos madrileños, pero que todo aquel que quiere dedicarse a la interpretación tiene bien ubicado. También es un punto de unión de culturas, nacionalidades y sensibilidades. Sobre todo, de talento. El violinista del cuarteto es de Corea del Sur, el pianista nació en Letonia, el viola es londinense y la violonchelista llegó desde San Lorenzo de El Escorial. En resumen: músicos de todas partes del mundo, que son los mejores, de largo, en sus respectivos ecosistemas y que en Madrid se forman al abrigo de maestros reconocidos internacionalmente. Si esto fuera fútbol y no música clásica, se trataría de algo parecido a La Masía, o lo que es lo mismo, una de las canteras de virtuosos más respetadas del mundo.

"Aquí se busca la excelencia. Los músicos que llegan están dispuestos a hacer lo que sea, a poner todo de su parte, para ser los mejores"

Luis Fernando Pérez es el profesor que dirige esta lección magistral. Pianista de reconocida trayectoria, tiene la particularidad de ser uno de los primeros músicos en pasar por la Escuela y cerrar el círculo años después como maestro. "Aquí se busca la excelencia y los músicos que aquí llegan están dispuestos a hacer lo que sea, a poner todo de su parte, para ser los mejores", cuenta, al ser preguntado sobre el factor diferencial de este centro y su gente.

Todo el que allí llega tiene la capacidad, la técnica y el potencial para ser el mejor. Además, entra en contacto con otros alumnos que son igual de buenos que ellos o más, lo que es un acicate para seguir mejorando. Por último, y como pone de manifiesto Pérez, allí tampoco se negocian otras dos cosas: "De los músicos siempre se dice que somos muy fiesteros, pero cuando toca darlo todo, también somos los primeros. No sé en cuánto estará ahora el récord, pero cuando yo estudié aquí, dejé el registro en 16 o 17 horas estudiando en un solo día", bromea el virtuoso, que cede la palabra a uno de sus alumnos, ya calmado, tras el ensayo.

Luis Fernando Pérez, maestro de la Escuela Superior de Música Reina Sofía. (S. B.)Luis Fernando Pérez, maestro de la Escuela Superior de Música Reina Sofía. (S. B.) Luis Fernando Pérez, maestro de la Escuela Superior de Música Reina Sofía. (S. B.)

"Tenía claro que quería venir aquí y el reclamo principal fue mi profesora. Ella me lo sugirió y vine sin pensarlo", reconoce Hiroki Kasai, el viola del cuarteto. Habla de Nobuko Imai. Esta virtuosa japonesa de 80 años está considerada una de las mejores intérpretes de su generación y encabeza una cátedra de dicho instrumento en la Escuela. Situaciones y motivaciones como la que trajo a Kasai a Madrid se repite prácticamente con cada especialidad: los mejores quieren estar con los mejores.

Un exigente filtro

A la Escuela tratan de entrar todos los años 500 aspirantes de todas las partes del mundo, de los que únicamente el 7% es admitido, o lo que es lo mismo: 30 o 40. Eso sí, no hay un número mínimo de ingresos por curso en cada una de las cátedras, que van desde el violín hasta el oboe, pasando por la dirección de orquesta. Y, si uno de los catedráticos considera que no hay ningún aspirante que tenga el nivel necesario para ingresar, no se da ninguna plaza. Este curso, por ejemplo, hay 174 alumnos.

"Esta escuela tiene una identidad muy marcada, una personalidad que la hace muy reconocida en otros lugares", expone Marco Rizzi, catedrático de violín. No es un cualquiera, al contrario, ya que colecciona prestigiosos premios de interpretación, lecciones en los conservatorios de más nivel y colaboraciones con las orquestas a las que los mejores aspiran a llegar.

Sabe distinguir a un profesional excepcional de una estrella y su misión es pulir los diamantes en bruto que llegan a estas aulas. Guiar a los alumnos por el camino que más le conviene a cada uno para seguir progresando. "Se les ofrecen múltiples opciones", subraya Rizzi, quien ahonda en que entre profesores y alumnos se decide cómo se enfocará la carrera de cada joven intérprete: "Esa es la principal riqueza. Se les prepara para que estén listos para desarrollar muchas carreras y desenvolverse en los distintos escenarios musicales".

En este sentido, la directora general de la Escuela, Julia Sánchez, destaca en conversación con El Confidencial que, cuando salen de allí, los intérpretes con el sello de la Escuela son especialmente apreciados por la escena musical: "Tenemos un 92% de empleabilidad en el primer año, que llega hasta el 100% a los cuatro años". Y presume, en este sentido, que de allí han salido dos de los mejores cuartetos de cuerda del panorama nacional, Casals y Quiroga. También resalta el enfoque integral de la formación, que guarda espacio para clases relacionadas con el emprendimiento cultural o el cuidado físico y emocional.

Ana Molina, violinista gallega de 21 años y alumna del profesor Rizzi. (S. B.)Ana Molina, violinista gallega de 21 años y alumna del profesor Rizzi. (S. B.) Ana Molina, violinista gallega de 21 años y alumna del profesor Rizzi. (S. B.)

Este camino recorre ahora Ana Molina, una joven violinista gallega de 21 años. Es una de las alumnas de Rizzi en la cátedra de violín y admite que desde que tenía 12 o 13 años, ya sabía que su futuro pasaba por las cuatro cuerdas. Entregó su porvenir a la música y, en este sentido, planificó su tiempo al segundo para poder entrar en la Escuela, que cuenta con la Reina Sofía como presidenta de honor y que fue fundada en 1991 por Paloma O'Shea. "Enfoqué todo a prepararme muy bien", rememora. Ahora que ya está dentro, no esconde que siente "la responsabilidad de estar a la altura".

Al margen de no decepcionar a profesores y estar al nivel de sus compañeros, también recae sobre los hombros de todos los alumnos responder a la inversión que supone su formación. Evidentemente, recibir lecciones de algunos de los más destacados músicos del mundo tiene un coste. Concretamente, son 45.000 euros por alumno y año. No obstante, todos ellos están becados totalmente por empresas que actúan como mecenas, por lo que únicamente tienen que centrarse en el arte.

La formación de cada alumno cuesta 45.000 euros por año. Todos están becados y distintas empresas asumen el coste total de la inversión

El ritmo en el edificio que alberga la Escuela no para. A lo largo y ancho de sus 9 plantas hay aulas de ensayo, cabinas de estudio, una biblioteca, despachos y un gran auditorio. Esta última estancia, repleta de butacas y forrada en madera, juega un papel clave para el proyecto formativo. Como destacan desde el centro, es allí donde los alumnos se enfrentan varias veces al año a una exigente prueba, que les pone en el papel de lo que será su futuro profesional. Al margen de ser audiciones abiertas al público, asisten los catedráticos de cada especialidad, que en esta ocasión escuchan atentos a una clarinetista.

Cuando no suena la música, allí se habla inglés y en los pasillos y aulas hay alumnos de todas las edades. También jóvenes de apenas 12 o 13 años. De hecho, entre los proyectos futuros de la Escuela, que irán ligados a la ampliación de su espacio para albergar más cátedras instrumentales, está la creación de una escuela para niños, pieza clave para detectar a los talentos más precoces. "Lo más bonito son las historias personales que salen de aquí", resalta la directora general que, en este sentido, confiesa que le gusta seguir la trayectoria de los alumnos una vez dejan la escuela.

Kaleb Bou, un alumno nacido en Etiopía, toca el fagot durante una clase individual. (S. B.)Kaleb Bou, un alumno nacido en Etiopía, toca el fagot durante una clase individual. (S. B.) Kaleb Bou, un alumno nacido en Etiopía, toca el fagot durante una clase individual. (S. B.)

Ana, Hiroki, Kaleb, Eva, Daumants y Donghyun son los nombres de una pequeña selección de los jóvenes músicos que ahora mismo, y desde las aulas de esta Escuela, intentan coger el testigo de los Bashkirov, Penderecki, Bron, Benyamini, Monighetti, Rostropóvich, Mehta, Berganza, Kraus o Menuhin, que son solo algunos apellidos de quienes, de una u otra forma, contribuyeron a cimentar la reputación del centro y que, a su vez, apuntalaron el talento y la proyección de otros tantos virtuosos que, también hoy, llenan los auditorios más selectos de todo el mundo.

Mientras tanto, y en una esquina de la Plaza de Oriente, el paseante más despistado, ese que se sorprenderá al escuchar a un cadencioso violinista estudiando o el silbar de una flauta, ya no tendrá excusa para no saber qué está pasando en el interior de ese enorme y señorial edificio del centro de Madrid.



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