Cada vez que la Fundación SGAE saca las cifras anuales de salas con más afluencia de público, siempre comanda la lista Valencia con dos de sus pantallas. Pero no es que el público valenciano esté estrangulado a partir de dos salas o que exista una fiebre por el cine especialmente diferente a la de otras ciudades. Tiene truco: aparecen en primer lugar la de l’Hemisfèric (310.000 espectadores en 2022, 1.651.000 euros en recaudación) y la sala 4D de l’Oceanogràfic (178.000 espectadores, 532.000 euros). A bastante distancia, en tercer lugar, llega la sala 1 del Phenomena de Barcelona (95.000 espectadores).
Las dos salas valencianas, ubicadas en la Ciudad de las Artes y las Ciencias, proyectan cintas fuera del circuito tradicional, aunque son igualmente producciones cinematográficas, muchas de ellas especializadas en divulgación ambiental. Su apuesta es la experiencia inmersiva: con una pantalla cóncava de 900 metros cuadrados en el caso de l’Hemisfèric y juegos de sensaciones en el caso de l’Oceanogràfic (vibraciones, aromas, vientos). Calatrava también hizo cines.
Con un enfoque plenamente turístico que sirve como complemento a los visitantes del recinto futurista, la realidad del resto de cines valencianos está bien lejos de esas cifras supersónicas. Entre los cines fetén, hay que irse hasta el puesto quince en el ranking para encontrar una sala de Valencia (la sala 2 del Bonaire), en un listado encabezado sobre todo por referencias de Barcelona, seguida de Madrid, Sevilla y Zaragoza.
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La estructura de exhibición en Valencia cumple con el mapeado perfecto de la evolución de los movimientos poblaciones, aunque conservando un equilibrio mayor que el que se da en ciudades de tamaño similar. El centro de la ciudad conserva plazas legendarias como los Lys y el ABC Park (los más comerciales), pero también con joyas como los Babel (la opción más purista, con una apuesta por la versión original) o los Cinestudio d’Or (una sala llegada de otra época, centrada en el reestreno). Ese puñado de proyectos extiende la fuerza del cine como espacio central, ligado a barrios y comunidades. Los cuatro también están vinculados a compañías locales y representan -con sus diferencias- a cierta elite tradicional devota de la exhibición de las películas. El viejo mundo vive.
Conforme el plano se abre, hay una segunda corona en la que los cines aparecen ligados a promociones comerciales: centros de ocio dentro de la ciudad como Aqua (con su cine renovado en la última planta), Yelmo Campanar (en el contexto de un fallido mercado comercial que quiso importar al Mercado de Fuencarral) o el Saler. Son el espejo de basculaciones comerciales urbanas que necesitaron un cine para propulsar su experiencia de ocio, y que de alguna manera han centralizado el desarrollo de nuevas zonas inmobiliarias.
La tercera corona, en distancia, llega con cines como el de Bonaire o Kinepolis, ligados a la Valencia de los PAU y que suponen la emancipación de la ciudad: la socialización al margen del urbanismo tradicional. Dime dónde están tus cines y te diré qué tipo de sociedad local eres.
A pesar de la tradicional aversión del sector al optimismo, voces como la de Antonio Such (director de los Babel e histórico presidente de la patronal de cines) entiende que el sector "se está recuperando". Con un 25% de público que no ha vuelto después de la pandemia, a diferencia de otras experiencias de ocio como la restauración o la música -que todavía han incrementado sus audiencias-, Such, en cambio, encuentra una mayor aparición de público joven a las salas.
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La directora del festival La Cabina, y profesional del sector, Sara Mansanet, apela al "ascenso progresivo de público desde 2021, a pesar de no recuperar las cifras prepandemia. Da pistas sobre cómo el público valora la experiencia del visionado del cine en sala y, poco a poco, regresa. Sabemos que sumar otras vivencias a la proyección cinematográfica es algo muy apreciado por el público (charlas, encuentros con profesionales, etc.), así como también lo son las salas situadas en espacios singulares o con ofertas literarias o gastronómicas añadidas".
Con procesos de eliminación de cines idéntico, al de gran parte de las ciudades, la cierta estabilización en el centro urbano de Valencia -con los mismos cines en la última década- permite un equilibrio que, aunque frágil, asocia la ciudad tradicional con la experiencia del cine.
Mansanet habla de la necesidad "de adaptarse a los cambios en las tendencias del público". Consecuencia de esa tensión por entender a los posibles espectadores -pero también a una necesidad de reordenar el exceso de butacas- cines como el Kinépolis pusieron en marcha experiencias híbridas como la adecuación de una de sus salas para artes escénicas (comenzaron con una representación de Pablo Puyol) y hace pocos meses Ocine Aqua ha transformado sus viejas salas en algo parecido al salón de casa, con sofás incorporados: una expresión del desconcierto al que se enfrentan los cines en su intento de saber qué quieren ser de mayores: ¿Sacar a los espectadores de su salón o hacer que la sala sea cada vez como la experiencia en el hogar?
Desde los Babel, Such apuesta por una línea distinta: "Las tendencias nuevas buscan que el cine sea un acontecimiento, pero con la comodidad que ya tienen hay de sobra. La película es el centro". En un momento de audiencias fragmentadas, precisamente el modelo pasa por asumir que ya no hay un solo modelo ni una única fórmula.
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