Uno del derecho y dos del revés. La arcilla mojada contra el torno. Las madejas distribuidas por colores. Los métodos y la materia prima para ser costurera o ceramista no han cambiado mucho, aunque ahora parezcan estar al servicio de lo aesthetic. Al final, entre agujas y barro, se ha colado esta corriente estética que busca cuidar una apariencia moderna y estilosa que muchos toman como estilo de vida.
“Aquí siempre se han visto estas actividades como oficios”, confiesa Laura. Ella forma parte de Historias Hiladas, una academia y taller de costura donde aseguran haber vivido el progresivo interés por la actividad. La situación de pandemia y las redes sociales han creado el clima perfecto para que actividades como la costura o la cerámica hayan encontrado su hueco en el ocio de la ciudadanía española.
“Nosotros seguimos enseñando a hacer botijos aunque la gente prefiere diseños más modernos”, aseguran desde Lumbres y Barro. Ellos llevan más de 30 años entre tornos y notaron un antes y un después de la pandemia, aunque les pilló preparados: “En 2019 ya teníamos bastante afluencia, pero fue pasar la pandemia y empezar el boom”.
Pasaron de tener dos profesores a siete y tuvieron que adecuar el local para acoger la demanda. Pero creen que este impulso repentino tiene continuidad y que va más allá de las modas. De hecho, tienen entre 130 y 140 alumnos distribuidos por disponibilidad, actividad y horario. Al final, el proceso de hacer una pieza es una de las actividades más demandadas, porque a “la gente le gusta meter las manos en el barro”.
La pandemia ha servido a muchos para potenciar el valor del ocio y el descanso, entre otras cosas. El cuidado mediante actividades lúdicas parece haberse instaurado en la conciencia colectiva y el concepto de extraescolar ha vuelto a la rutina de muchas personas adultas. “El motivo principal por el que lo hago es porque me da paz”, confiesa Emilio, que con 33 años ha encontrado una forma de “absorber” su atención y sentirse más presente, dentro de una rutina algo acelerada.
Para Historias Hiladas, las redes sociales no solo han favorecido la demanda en este tipo de talleres, sino que han servido para crear comunidad: “A veces puedes pensar que estás sola haciendo punto, pero entras a redes y ves que hay más gente y opciones”. Añade que estas sirven como base para el aprendizaje, ya que puedes encontrar nuevos diseños, patrones o tipos de costura y hacer un seguimiento mayor aprendiendo de forma autónoma.
Mientras hashtags como la costura sobrepasan los 5,4 billones de visualizaciones en plataformas como TikTok, la cerámica alcanza más de 1,9 billones. Aquí se incluyen muchos tipos de contenido, desde tutoriales a consejos, y hasta la promoción de lugares donde practicarlas. “Las redes sociales son un escaparate para todos”, confirma Marta, de Marta Cerámica. Ella mantiene el taller desde 2009 y entonces no se daba este efecto redes sociales. Ahora, gente de todas partes del mundo la encuentra gracias a estas.
¿Hay más?
Esta promoción en redes sociales, la producción de contenidos relacionados o la viralización de algunos comercios han conquistado las agendas de los locales. Muchos ya tenían actividad antes de la pandemia, sin embargo, ahora su trabajo se ve más. De hecho, en una búsqueda en el Censo de locales de Madrid, se observa cómo estos comercios que se cuelan ahora en nuestro feed ya existían mucho antes que el algoritmo que ahora los difunde.
Uno de los ejemplos más virales es el de Pinta en Copas. Un establecimiento dedicado a la pintura de piezas de cerámica que lleva unos 20 años de actividad y que experimentó un incremento “espectacular” justo después de la pandemia, en sus propias palabras. Con una sola actividad, ha conquistado el concepto de un “plan aesthetic” con bastante demanda.
Lo mismo sucede con talleres como Teté Café Costura, quienes inauguraron su actividad en mayo de 2011 y se centran en talleres de costura y patronaje. Ellos también están viviendo un “crecimiento exponencial”, según cuentan a El Confidencial, y destacan la presencia de un público joven, “de 16 a 35 años”.
Aun así, todavía quedan personas que llegan a estas actividades de forma analógica. Alba tiene 24 años y, desde que era pequeña, siempre ha querido hacer algo relacionado con la costura, pero nunca encontraba el momento, hasta ahora. “Mi compañera de piso vio un taller por la calle y me lo enseñó, no fue por redes sociales”, asegura la joven, que recuerda sentirse atraída por esta actividad desde que tiene uso de razón.
De una forma u otra, los comercios han adaptado su actividad a las necesidades de estos nuevos usuarios. Así, el paso de oficio a ocio se ha dado como una evolución natural. Los talleres lo defienden y coinciden en la idea de que estos trabajos no se perderán. El barro y el hilo van más allá de los hashtags y las trends. “Es inherente, lo llevamos dentro”, concluye Marta.
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