A Pablo Dacal le gustaba admirar los edificios de la Gran Vía cuando su autobús le llevaba al colegio. Había algo poderoso que atrapaba a aquel niño, que no podía dejar de observar ménsulas, apliques, puertas y cristales. Dacal, nacido en 1993, estudiará arquitectura y obtendrá su título. El trabajo de fin de grado que presentó hace un par de años se lanzó a mapear la arquitectura madrileña perdida y en peligro entre 1957 y 1973.
Sin embargo, se dio cuenta de que era necesario ampliar los años para entender todo lo que había pasado en Madrid, también para poder contar una historia más completa de aquellas edificaciones, su evolución y cambios, y cómo los arquitectos habían ido perdiéndole el miedo a la modernidad.
Edificios desaparecidos
Es así como surge una obra referencial: Madrid. "Arquitectura moderna perdida 1953-1973" (Ediciones La Librería, 2023). Un trabajo de casi 500 páginas donde se analiza un periodo capital para la arquitectura y el urbanismo madrileño, con los estudios de figuras como Miguel Fisac, Antonio Lamela, Javier Feduchi o Saenz de Oiza funcionando a pleno rendimiento. Haciendo cines, tiendas, piscinas, restaurantes y fábricas que posteriormente han quedado en el olvido.
Unos trabajos que vistos con los años son de una belleza y radicalidad extremos. Es ahí donde el libro de Dacal, profundamente ilustrado, con multitud de fotografías que no se habían visto en años, donde una búsqueda detallada en revistas como "Hogar y arquitectura", "Nueva forma", "Villa de Madrid" o "Informes de la construcción" ha dado sus frutos, tiene sus mayores logros. Una nueva mirada al pasado y a aquellas construcciones que aún están con nosotros. También una llamada de atención, y auxilio, ante lo que todavía está por conservar.
Los no valorados
“El objetivo del libro es poder acercar a la gente un tema que no ha sido muy estudiado”, comenta el madrileño, sentado en el interior de una cafetería de la calle Narvaez, cerca de su domicilio, en O’Donell. “Al final, la arquitectura de mediados de siglo hasta ahora tiene el problema de que no ha pasado el filtro del tiempo, con lo que tenemos muy buenos ejemplos pero también mucha morralla entre medias”.
Dacal también levanta la voz sobre el estado de conservación de muchas de estas obras, que hoy son casi irreconocibles tras sufrir muchas y variadas transformaciones. El primer ejemplo que pone es el del Centro Gallego, en la plaza de Jacinto Benavente, construido en 1956 por Luis Cubillo de Arteaga, “un edificio que todos conocemos, que no está perdido y que si le preguntas a cualquier madrileño te dirá que es de los edificios más horrorosos que hay en el centro de Madrid”. Sin embargo, Dacal va al origen de todo: "Uno ve las fotos originales del edificio de los años 50, y descubre que es un edificio súper digno, con una composición limpísima y una volumetría impecable. Simplemente ha tenido una desfiguración y un tratamiento muy malos”.
Trabajos irreconocibles y desaparecidos
Entre los trabajos y los proyectos que recoge su libro, casi un centenar, hay muchos que, como ocurre con la mencionada asociación cultural, han tenido un mantenimiento nefasto. Es el caso de la fábrica de hormigón de cervezas Henninger, el edificio de Telefónica que hay en Ríos Rosas, el mercado de la cebada, el restaurante Ruperto de Nola, en Torres Blancas, o el parque de atracciones.
“Tenemos una tendencia al moldurismo que da miedo”, advierte y señala algunos de las fachadas que se ven por la ventana. “Esas casas están protegidas porque tienen ménsulas y almohadillado, pero no tienen ningún valor. Mientras que a unos cuantos metros te puedes encontrar con un edificio de oficinas y viviendas de Lamela que es una maravilla auténtica y que no ha sido protegido. Aunque ahora, por fin, lo van a incluir en el catálogo.
Su análisis, muy pormenorizado, con diferentes diagramas que valoran la protección del edificio, el estado en el que se encuentra y los motivos por los que debe protegerse, también bucea en obras que ya han desaparecido. “Alejandro de la Sota, que ya era un arquitecto de renombre, hizo una tienda de ropa para bebe que estaba llena de detalles”, recuerda de un lugar que no ha sido capaz de ubicar, pero que tenia un techo inclinado pintado de amarillo, una vitrina girada y en oblicuo o tiradores sumamente originales.
Tiendas de formas fluidas y dadaistas
Lo mismo ocurre con las tiendas que Luis Martinez-Feduchi realizó para el hotel Castellana Hilton, y que debían ir en el lobby: “Todos lo conocemos por el mobiliario para el Capitol, pero aquí hizo todos los detalles que uno pueda imaginar, desde las vitrinas hasta los tiradores con cabeza de señora”. Butacas, mostradores, mesas, expositores, apliques, barandillas, y todo con un “diseño impecable”. Finalmente terminaron siendo retirados y desechados sin que nadie los valorase, cuenta Dacal.
Entre las arquitecturas y diseño de interiores que se han perdido, el autor recoge la arriesgada y abigarrada óptica Cottet. “Una locura dadaísta tremenda, con una mano que sujeta la planta de arriba, una escalera colgada y unas máscaras de cerámica adheridas a la pared. Todos los implicados eran artistas de primer nivel. Estaba Oteiza, Chillida, Pedro Mozos, un muralista de la época”, señala de un local que finalmente guardaba una enorme coherencia, jugando con la escenografía surrealista y la elegancia de las formas.
Escuchar a Dacal hablar con pasión de muchos de estos edificios, mientras pasa las páginas de su libro, señala ejemplos y describe los elementos que van formando los diferentes engranajes de estas construcciones. Lo mismo es un banco (Popular Gran Vía, en Gran Vía,67), donde destaca su verticalidad y doble altura; como una zapatería (Scholl, en Arenal, 9), con una estructura metálica que recorre nueve metros de altura; una tienda de productos de alta fidelidad (Audio Alguero, en Caracas, 10) de formas fluidas; o un magnífico centro de exposiciones (Castellana, 257) traído directamente desde Bruselas, donde participó en la Exposición Universal de 1958.
La Feria del Campo
Entre los principales hallazgos de Dacal también está un minucioso interés por todo lo que se hizo en la Feria del Campo, un trabajo acometido por los arquitectos Francisco Romero y Jaime Ruiz. “Aquello fue un museo de arquitectura al aire libre”, comenta, mientras enumera pabellones ya desaparecidos como el de Canarias o el de Jaén, además de una torre restaurante con un increíble voladizo.
“La primera Feria del Campo, que es del año 50, era muy pequeña”, continúa describiendo. “Pero tenía unas plazas circulares donde se ponían todas las exposiciones. Había una torre mirador con arcadas. Y ha desaparecido absolutamente todo”. Y hace la analogía con las construcciones que hay en Barcelona alrededor de la plaza de España. “Da mucha rabia, porque allí se ha sabido conservar mucho de lo que hizo alrededor de la Feria de Barcelona de la exposición del 29. Tienen hasta el pueblo español, que lo han sabido reconvertir. Y aquí es que teníamos arquitectura de primer nivel y lo hemos demolido todos, salvo algunos edificios”.
Tres estudios
El libro se cierra con el estudio de tres casos que para Dacal han sido significativos en el periodo que ha estudiado, arquitecturas que de algún modo definen esos años, marcados por la innovación, el riesgo y una mirada desprejuiciada de la modernidad. Son la fábrica de café Monky, el parque Sindical y el Palacio de Exposiciones de la Castellana. Que podrán dar perfectamente cada uno para otro libro o reportaje.
Los tres son ejemplos no muy estudiados y que para Dacal representan piezas sumamente importantes de lo que se hizo en esos años. Cada uno desde una tipología diferente. Para terminar, el arquitecto, de 30 años, resume: "Realmente uno coge cualquier calle, cualquier zona de Madrid, y es muy interesante ver cómo se introdujo la arquitectura moderna en ellas, y cómo hay esa lucha de que vuelve una arquitectura más clásica, pero de repente eso se transforma y uno acaba disfrutando del culmen del movimiento moderno”.
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