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La abundancia de espacios naturales y poco poblados convierte a Castilla y León en uno de los destinos preferidos por los organizadores de raves ilegales, fiestas basadas en la música electrónica y las drogas de las que se sabe cuándo comienzan, pero no cuándo terminan. La última reunió a primeros de mayo a cerca de 500 personas (449 según la Guardia Civil) y 220 vehículos en la pequeña localidad soriana de Aguaviva de la Vega. Muchos de ellos españoles, pero otros tantos procedentes de países europeos.
Hace unos pocos meses, en noviembre, una rave se asentó en la localidad zaragozana de Sisamón, en el límite con la provincia de Soria. Pero hace dos años y medio, en agosto de 2022, cerca de 2.000 personas se reunieron en el municipio zamorano de Argusino, junto al embalse de la Almendra. Después de varios días presionados por la Guardia Civil abandonaron esa localización y se desplazaron a las inmediaciones del pantano de Santa Teresa, en el término salmantino de Salvatierra de Tormes. En octubre de 2023 estuvo a punto de celebrarse otra rave en Ávila, en la zona de El Tiemblo, pero las autoridades la desmontaron por el alto riesgo de incendios forestales en el entorno.
Son solo una muestra, porque si nos remontamos más atrás en el tiempo, nos encontramos otra rave multitudinaria en la provincia soriana: en 2011, 3.000 personas se reunieron en Pinares, a orillas del embalse de la Cuerda del Pozo. Tres años después, en 2014, la Guardia Civil abortó una fiesta similar.
Todos los ejemplos citados tienen dos rasgos en común: están insertos en un entorno natural de gran belleza, y en zonas muy poco habitadas, o alejadas de los núcleos de población de la zona. Y si estos dos son requisitos importantes para los organizadores de este tipo de fiestas -que se organizan y convocan a través de redes sociales como Telegram o WhatsApp- parece fácil entender por qué Castilla y León es buena candidata para albergar estas peculiares fiestas.
Unas 5.000 personas, miles de caravanas y de fiesta hasta Reyes: la 'rave' que 'ocupa' el aeropuerto de Ciudad Real
EFE"No creo que Castilla y León sea la zona que más fiestas de este tipo acoge, pero está claro que es una de las habituales", explica el periodista Víctor Lenore, especialista en cultura popular y natural de San Esteban de Gormaz. Según su criterio, hay otro argumento a favor de que esta comunidad autónoma atraiga este tipo de celebraciones. "Tiene su lógica que se organicen raves en Castilla y León, porque es una tierra dejada de la mano de Dios en lo que se refiere a la oferta de conciertos musicales". Lenore cree que una de las claves que explican la pujanza de este tipo de fiestas es que se trata de una forma económica de divertirse al margen de los circuitos culturales habituales. "La electrónica es una forma barata de ocio y hay en Europa redes que se encargan de organizar este tipo de fiestas por todas partes".
No hay que olvidar que, cuando las raves se hacen populares en la Inglaterra de Thatcher, se presentan como una alternativa a las discotecas convencionales y a sus formalidades y requisitos de ‘etiqueta’. "Este es un movimiento muy político", asegura Lenore.
Algo de eso debió intuir el alcalde de Almaluez, el Ayuntamiento que incluye a Aguaviva de la Vega, pues no dudó en identificar como hippies a los asistentes a la fiesta celebrada este mayo durante cinco días. "Había de todo, pero muchos tenían pelo largo, crestas, caras pintadas…", recuerda Julio Demetrio Pascual, que se acercó al lugar para ver lo que ocurría. El alcalde se encontró con muchos coches con matrículas extranjeras, sobre todo caravanas, y se reconoció sorprendido al ver a algunos asistentes comerse una sandía con la música a todo volumen.
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El uso de la palabra hippie no está desencaminado, a juicio de Victor Lenore, porque el movimiento de las raves se conoce también como "el segundo verano del amor". El primero fue justamente el protagonizado por el movimiento hippie en los años 60 y 70 y este otro alcanzaría su pico de popularidad en los noventa. Por entonces era habitual encontrarse en casi cualquier lugar la sonrisa smiley, símbolo de estas fiestas.
La rave soriana, sin embargo, apenas provocó incidentes. La razón es que el lugar elegido para el asentamiento, en un descampado situado en el monte, estaba lo suficientemente lejos como para que el estruendoso sonido de la música electrónica, o acid house, no alcanzara a los vecinos. Los problemas les llegaron por una vía inesperada: la Guardia Civil cercaba a los asistentes de modo que permitía salir, pero no volver a entrar para ir desactivando la fiesta poco a poco y muchos de los coches que abandonaron el lugar con intención de regresar se vieron forzados a aterrizar en el municipio de Aguaviva provocando una auténtica sensación de "invasión". Una perturbación de la vida cotidiana ante la que la Guardia Civil nada podía hacer, pues los vehículos no estaban cometiendo ninguna ilegalidad en el pueblo.
Algunas características de este tipo de fiestas pueden intuirse al repasar el balance que presentó la Guardia Civil hace unos días. Identificaron a 449 personas participantes y a 219 vehículos en los 22 puntos de verificación de la seguridad ciudadana y 20 puntos de verificación de seguridad vial que se montaron alrededor del asentamiento. Se intervinieron 9 armas, 8 de ellas armas blancas, además de un puño de pugilato, y se denunciaron 51 infracciones por tenencia de drogas, con las correspondientes aprehensiones. Asimismo, se produjeron 27 denuncias por positivo en drogas y dos más por alcoholemia. Además de otros incidentes menores, la Guardia Civil da cuenta en su informe de daños causados en un aerogenerador y de la presencia de un perro potencialmente peligroso.
Las raves son, por definición, ilegales, pero las infracciones cometidas se limitan a la ocupación de terrenos que no son propiedad de los asistentes (aunque en algunos casos sí se organizan en suelo propio) y la organización no autorizada de espectáculos públicos. En principio, nada que justifique una intervención contundente de las fuerzas de seguridad, que prefieren evitar incidentes mediante una estrategia de cerco, o ahogamiento, de la fiesta. La de Aguaviva duró "solo" cinco días, pero otras han llegado a prolongarse durante semanas. Porque una de las reglas de oro que rigen este tipo de celebraciones es que una rave no tiene previsto su fin. La fiesta se prolonga hasta que ya no da más de sí. Salvo que a alguien se le ocurra trasladarse a otro lugar, y la juerga continúe en otro destino. Hippismo reconvertido, adaptado a las necesidades del siglo XXI.