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Pudo haber sido muchas cosas. Desde pintor hasta torero, pero también actor y profesor. Pasó a la historia como ilustrador, dibujante y caricaturista. Sus pinceladas polifacéticas le llevaron primero a la sátira política de la época y el retrato minucioso y respetuoso de los bajos fondos de la capital; después su arte estuvo al servicio de la causa republicana, por lo que terminó condenado a muerte en 1939 tras el triunfo de los franquistas; y terminó como creador de no pocas imágenes publicitarias. El Museo ABC exhibe hasta el 31 de julio la muestra titulada Madrid en su Tinta. José Robledano (1884-1974), donde más de 80 obras originales dan buena cuenta de la fértil obra de este artista enamorado de la ciudad que le vio nacer y morir.
El historiador del arte Felipe Hernández Cava ha comisariado la exposición. Este experto recalca que uno de los objetivos de la muestra es desterrar algunos lugares comunes que acompañan a la figura de Robledano: “Siempre se dice que fue el dibujante de los barrios bajos de Madrid. Es cierto que se sintió muy próximo a la gente marginal y a los suburbios, les dibujó en muchas ocasiones, pero también era un tipo que se movía con cierta soltura en los ambientes de la clase alta y la burguesía, incluso con la aristocracia, con la que tenía relación”.
Esos dos Robledanos se dan la mano en esta exhibición cuyas obras proceden de la colección ABC, la Fundación Pablo Iglesias, el Museo de Historia de Madrid, el Museo de Arte Contemporáneo y de colecciones privadas. El joven, que lucía gorra madrileña y capa, y estaba entre los golfantes, como dice Hernández, no era otro que el mismo Robledano que vestía un buen chaqué y departía con duques y duquesas sin ningún tipo de problema. Sus inicios en la pintura llegaron pronto. Cuando tenía unos 16 años, ya comenzó a aproximarse a algunos de los pintores más importantes de su tiempo, como Muñoz Degrain y Santiago Rusiñol. “Se identificó sobre todo con compañeros que quisieron modificar el mundo del dibujo, básicamente Francisco Sancha y Juan Gris”, añade el experto. Además, también se vio influido por Ramón Casas.
Otras vocaciones más allá de la ilustraciónSin embargo, Robledano nunca encontró en el mundo de la pintura su merecido reconocimiento. “Los pintores preferían ver en él a un dibujante caricaturista, un humorista, así que fue un gremio que nunca acabó de aceptarle en su seno. Él sí mantuvo amistad personal con muchos pintores”, señala el comisario, quien agrega que el devenir vital del artista, con problemas económicos a nivel familiar, le empujaron también a ganarse la vida con ilustración y viñetas humorísticas, y otras tantas aleluyas, el género más explotado por el creador madrileño.
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Robledano también pudo ser actor. A partir de 1908 se vinculó a los movimientos más renovadores del teatro español que pretendían revolucionar la escena. “Hubo mucha complicidad con creadores como Jacinto Benavente, Valle-Inclán y Gómez de la Serna”, dice Hernández. Sin ir más lejos, Benavente le requirió para formar parte del elenco que por primera vez llevó a las tablas Los intereses creados.
La docencia también acompañó algunos años a Robledano. “Yo creo que era buen profesor, y lo demostró a lo largo de su vida, en ocasiones de manera profesional”, comenta el experto en arte. Hernández agrega que el artista fue profesor durante los años de la República en un instituto de Guadalajara y durante la Guerra Civil en el Instituto Obrero. También le atraía el mundo de los toros, aunque nunca pasó de burlar a novillos y becerros en corridas más bien benéficas. “Hasta el final de sus días no se privó de ir a capeas en las que, si podía, participaba”, ilustra.
Por Madrid de la mano de CayetanoMadrid estuvo muy presente en su día a día, algo que quedó reflejado en sus obras, en donde aparece una gama amplia de las gentes que poblaban la capital. “Sabía reflejar muy bien los ‘tips’ y debilidades de las clases medias y no rehuía de los barrios bajos. Hubo lectores que gracias a él descubrieron este otro Madrid con el que apenas tenían relación”, prosigue Hernández.
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Guillermo MartínezUna especie de alter ego nació de la mano de Robledano. Le bautizó como Cayetano, llevaba bombín madrileño y capa, y a través de este personaje el creador vehiculó muchas de sus preocupaciones. Empezó como algo meramente cómico para después seguir utilizándolo en los años republicanos y durante la Guerra. “La gente llegó a sentir que lo que decía Robledano a través de sus obras era un fiel reflejo de lo que ellos vivían en ese momento”, remarca el historiador del arte.
En esa década de los años 20, Robledano experimentó el reconocimiento más generalizado que tendría a lo largo de su vida. Trabajaba para diarios como El Sol y La voz, los medios liberales de ese periodo, también ligados a algunos de los mejores y mayores intelectuales de la época.
Aquel tiempo se recuerda por el trío que formó junto a Sancha y Luis Bagaría, quienes juntos darían a conocer el Madrid desconocido. “Se embarcaban por las noches, echaban a andar y a beber, bastante, a poder ser vino de Méntrida, y a veces tardaban días en regresar”, cuenta el comisario de la muestra. En sus caminatas visitaban los desmontes, la gente que vivía en cuevas, ventas perdidas por los caminos. A veces, incluso, arrastraban a algunos amigos, como el torero Juan Belmonte y el mismo Ramón Gómez de la Serna, muy cercano a los tres.
Sus pinceles, al servicio de la causa republicanaHernández describe a Robledano como un artista “básicamente social” con la convicción de que la España en la que vivía necesitaba ser mejorada, quizá también influido por su propia biografía. Su padre abandonó a la familia, es decir, a su madre, su hermana y a él, cuando era pequeño. En 1933 comenzó su compromiso político. Colaboró con opciones como Izquierda Republicana, pero fue en el PSOE donde encontró la posición que más se adecuaba a sus intereses. “Se identificaba con la postura más radical, la de Largo Caballero. A partir de entonces, sus dibujos pierden algo de humor para convertirse en gritos de consignas”, dice el comisario a este respecto.
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No escapó tras la victoria del bando sublevado. En julio de 1939 fue detenido en su casa sita en Ríos Rosas, 30. Tras sufrir algunos traslados en diversas cárceles, atestadas de presos antifranquistas, llegó su juicio. Le condenaron a muerte no por delitos de sangre, que no tenía, ni siquiera por haber ridiculizado a personajes como Franco o Queipo de Llano. “Especifican que le castigan por ser un hombre de ideas ateas y que sus obras críticas con la religión podían haber contribuido a la persecución que sufrieron los clérigos, lo que me parece absurdo”, sostiene el mismo Hernández.
La pena de muerte terminó conmutada por 30 años de prisión. Sus últimos días recluido los transitó en los talleres penitenciarios de la cárcel de Alcalá de Henares, de donde salió en libertad condicional en otoño de 1943. Para entonces, Robledano llevaba más de cuatro años dibujando el ambiente que se vivía en las prisiones. Dibujaba la vida de los internos en papeles que le hacía llegar su familia y que conseguía sacar de la prisión con la ropa sucia que devolvía a sus allegados. La mayoría de sus dibujos de la prisión de Porlier y Valdenoceda están depositados en la Biblioteca Nacional de España.
El renacimiento de RobledanoNo le fue fácil encontrar trabajo tras su salida de prisión. Su amigo Félix Alonso, encargado de una importante empresa de restauración de edificios, le socorrió en un primer momento como artista. Robledano pintó murales para hospitales y otros elementos decorativos para edificios oficiales. Más tarde le llegó un golpe de fortuna. Luis Calvo se convirtió en el director de ABC. Según el comisario de la muestra, “decidió dar algunas oportunidades a amigos que le parecían buenas personas, no obstante de sus ideas republicanas”. Robledano volvió a realizar sus particulares ilustraciones.
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Otro amigo le introdujo en el mundo de la publicidad, en concreto en unos laboratorios farmacéuticos. “Hizo muchas cosas para Fósforo Ferrero, unas grajeas suplementarias de alimentación”, explica Hernández. Su canto del cisne llegó en 1967 con una exposición en la galería Afrodisio Aguado por empeño de su amigo Juan Esplandiú. “Le convenció para que pintara algunos cuadros nuevos, que expuso. Aunque todavía le quedaban algunos años más de vida, aquello fueron sus 'diez de últimas', como se dice en las cartas y como él mismo también lo decía”, finaliza Hernández.