Y Sánchez aplastó la campaña quijotesca de Lobato

Y Sánchez aplastó la campaña quijotesca de Lobato

Tic, tac, tic, tac… Las interjecciones que utilizó Pablo Iglesias para anunciar la caída de Rajoy bien pueden utilizarse como la letanía de los funerales de Juan Lobato. Ya estaba sentenciado el líder de los socialistas por sus comportamientos subversivos hacia el sanchismo, pero su papel ambiguo en la conspiración contra Ayuso lo ha terminado por liquidar.

Malas noticias para Sánchez y para el PSOE, no solo por la valía del insurrecto, sino porque la declaración ante el juez este viernes implica que Lobato coloca en Moncloa un artefacto temporizado. La documentación aportada en el Supremo demuestra que la asesora (Sánchez Acera) del asesor (Óscar López) de Sánchez incurrió en un delito de revelación de secretos que salpica a toda la coreografía del Estado.

La agonía de Lobato aloja la maldición contra sus ejecutorias. Su única opción consistió en significarse como la cabeza de la rebeldía al líder supremo. La idea de “Lobato contra el sistema” hubiera sido la manera de emular la campaña quijotesca de Sánchez contra el aparato, es decir, la astucia con que nuestro presidente atrajo para sí el fervor de los militantes, valiéndose de su Peugeot y de su antagonismo contra Mariano Rajoy.

Y el aparato es ahora Sánchez, la aspiradora que depura el menor atisbo de resistencia. Y el rival gigantesco, megalómano, al que Lobato podría desafiar como si fuera Espartaco, aglutinando a los socialistas madrileños que no pueden reconocerse en la degeneración de Ferraz y que están llamados a pronunciarse en las primarias de enero.

Ignacio S. Calleja

El problema de Juan Lobato consistía en la credibilidad. Registró ante notario los mensajes de Moncloa que le incitaban a arrojarle a Ayuso las informaciones reservadas que había trasladado el Fiscal General, pero su deber hubiera sido denunciar la trama misma. Y lo que hizo fue adaptarse a ella. O sea, restregar a la emperatriz madrileña los presuntos delitos fiscales del novio, valiéndose del atajo de los recortes de la prensa.

Recelaba Juan Lobato de su partido y por ese motivo se protegió en la notaría, pero las precauciones no le impidieron sumarse al complot. Se explica así mejor su precariedad entre las aguas de la deslealtad y la deslealtad. Ni con el Partido Socialista, ni sin el Partido Socialista.

Juan Lobato se cuidó de no incurrir en un delito de revelación de secretos. Sabía que la información reservada de González Amador provenía de un canal contaminado -los mensajes de la Fiscalía al gabinete monclovense- pero se avino a reconducirla exhumando los recortes de prensa.

Marisol Hernández

Lobato amagó con resistirse, con aplicarse a sí mismo la capacidad de adaptación que caracteriza al patrón de Ferraz. Y desafiar al aparato convirtiéndose en el mercenario que malograba la euforia del Congreso Federal de Sevilla, pero las presiones de la “dirigencia” han descarrilado su proyecto y han predispuesto la alternativa del candidato oficialista.

Hablamos de Óscar López, artífice y arquitecto de la operación siniestra que diseñó Moncloa para convertir el caso Amador en la solución antagonista del caso Begoña. El complot requirió la implicación del Fiscal General. Y ha puesto en evidencia una manera de gobernar que malogra la credibilidad del Estado de derecho mismo a expensas de los derechos de un ciudadano.

A un presunto delincuente también le asisten derechos y garantías. Por esa misma razón, aquí lo relevante es que Hacienda, la Fiscalía General, la Moncloa y el Gobierno han urdido una coreografía que escarmienta a un ciudadano. No por lo que ha hecho, sino por la novia que tiene.

Y como quiera que la novia es Ayuso, se deduce que los medios afectos al régimen y los rapsodas más entusiastas del sanchismo se vanaglorian del comportamiento feroz y omnipotente del Estado.



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