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El jefe de la oficina de Carles Puigdemont, Josep Lluís Alay, y su abogado, Gonzalo Boye, formaron un tándem que funcionó como un reloj durante años. Eran, según los informes policiales, el motor ideológico de la estrategia de internacionalización del conflicto catalán durante años y el núcleo central de la búsqueda de agentes secretos rusos y políticos cercanos al Kremlin que ayudasen a la secesión de Cataluña. Aplicaron una política de desinformación y distorsión de noticias digna de una novela de John le Carré.
Sus maniobras buscando espías eran perfectamente conocidas por el expresidente, que en una estructura jerarquizada ocupaba la cúspide de la pirámide de la trama rusa. Una comunicación entre ambos, en octubre de 2020, no deja lugar a dudas de sus intenciones.
"Si baja el president, ¿irás a verle? Deberíamos hacer esa reunión de inteligencia y sobre Rusia con él. Urge", decía Alay a su colega. Así lo expone la Comisaría General de Información (CGI) en varios informes que envió al juzgado de instrucción número 1 de Barcelona, dirigido por el magistrado Joaquín Aguirre, que investiga los contactos de dirigentes independentistas con servicios de inteligencia extranjeros. Alay y Boye ocupaban la segunda fila en la organización.
Hubo un momento álgido, en torno al 1 de octubre de 2017, cuando se celebró el referéndum ilegal, en el que el piloto de los contactos con agentes rusos era Víctor Terradellas, entonces responsable de relaciones internacionales de Convergència Democràtica de Catalunya (CDC). A partir de 2018, toma las riendas Alay, que fue nombrado jefe de la Oficina de Carles Puigdemont, un cargo público que conforma una entidad adscrita a Presidencia del Gobierno catalán.
A partir de entonces, Alay visita Moscú en tres ocasiones y diseña una estrategia prorrusa con la ayuda de Boye, según confirma el informe de la CGI. Ambos tienen "un papel intelectual" y ambos asesoran a Puigdemont "para lograr la simpatía y acercarse, más si cabe, al Gobierno ruso": "Se puede inferir que existe una estructura organizada en la que cada uno de sus integrantes desempeñaba un papel específico, ocupando, lógicamente, Puigdemont la cima de la estructura piramidal".
En esa estructura, "Alay y Boye, desde un segundo nivel, serían quienes desarrollarían la labor intelectual y de planificación de las diferentes acciones dirigidas a establecer contactos cercanos al Gobierno ruso para estrechar relaciones y conseguir, como fin último, el reconocimiento político de una Cataluña independiente". La labor del abogado tendría tres claves estratégicas: "Elevar el nivel de interlocución con la Administración rusa; diseñar una estrategia política internacional afín a la política exterior rusa; y fijar una política de comunicación en sintonía con Rusia".
Relato sobre Rusia
Alay y Boye hablaron casi diariamente durante años para establecer el posicionamiento político adecuado de Puigdemont en los asuntos de política internacional. "Entre las acciones, se estudian especialmente las diferentes líneas de acción para aproximarse al Gobierno de Vladímir Putin a través de contactos con altos cargos políticos y/o integrantes del servicio de inteligencia ruso". "Esta doble vía les lleva, como asesores de Carles Puigdemont, a ponderar de manera minuciosa y reflexiva cualquier declaración del expresidente que pueda enturbiar o perjudicar su relación con el Gobierno ruso", dice el informe.
El escrito reproduce algunas de las conversaciones de los dos escuderos de Puigdemont, que son los encargados de decirle al fugado que no se refiera al denominado 'caso Navalni' por temor a que los estamentos oficiales del Kremlin se enfaden, por ejemplo. Cuando Puigdemont publica en septiembre de 2020 un tuit con una foto, donde asiste a una concentración de apoyo a la libertad en Bielorrusia celebrada frente al Parlamento Europeo, ambos urden una excusa que presentar a los rusos. "Tenemos que construir un buen relato sobre esto para los amigos", le dice Boye a Alay.
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