¿Qué significa ser torero de Madrid? La pregunta puede resultar elemental a los profanos de la tauromaquia, pero acordona un debate entre los taurinos que tiene sentido reanimarse en el umbral de la Feria de Otoño.
Van a abarrotarse los tendidos de Las Ventas como no ha sucedido en los últimos 15 años -récord de abonos- y comparecen unos cuantos matadores predilectos de la afición local, incluidos Paco Ureña y Emilio de Justo.
Son dos ejemplos inequívocos y recurrentes con que se etiquetan a los toreros de Madrid. Y no porque sean madrileños. Ureña nació en Lorca y De Justo lo hizo en Torrejoncillo (Cáceres), pero la identificación con los espectadores de Las Ventas sobrepasa el criterio de los orígenes.
No quiero ir a Las Ventas, pero voy a ir
Rubén Amón
Fue muy torero de Madrid César Rincón pese a haber nacido en Bogotá. Y no han logrado ser toreros de Madrid algunos grandes toreros nacidos en Madrid. El caso más elocuente lo representa El Juli, máxima referencia del escalafón, ídolo de Sevilla y víctima recurrente del tendido siete.
La discriminación no se explica en sus orígenes, sino en su condición de primera figura. Las Ventas es una plaza justiciera que recela de los grandes espadas. Los pone en cuarentena, los considera impostores.
Por eso le gusta a la afición oponerles toreros minoritarios, de culto. Uceda Leal tiene mejor cartel que Roca Rey, como si la plaza necesitara construir antídotos y contrafiguras a las personalidades de mayor jerarquía.
El pasmo de Ortega y Mario Navas conjura el plantón de Morante
Rubén Amón
El figurón peruano está anunciado en la Feria de Otoño. Comparece el 6 de octubre muy consciente de la hostilidad que le espera, más todavía cuando encabeza la terna Paco Ureña, el tótem atribulado del tendido siete.
Y es verdad que la beligerancia de los graderíos acostumbra a estimular el orgullo de los toreros discutidos, pero sorprende la arbitrariedad con que la primera plaza del mundo entroniza y destrona a sus favoritos.
Por eso es tan difícil responder a la pregunta que inaugura este artículo. ¿Qué significa ser torero de Madrid? Podríamos convenir que la categoría se gana desde la pureza y desde la verdad. Y que un punto de encuentro de los toreros de Madrid también ha consistido en la tauromaquia de la distancia y de la estética. Lo demuestra el caso de Curro Vázquez, linarense de origen y expresión del toreo más exquisito, pero también el de Luis Francisco Esplá, depositario de una lidia integral que ha fascinado en Las Ventas.
Huérfanos de Morante, orgullosos de Santander
Rubén Amón
Y decíamos que las grandes figuras rara vez han formado parte del Olimpo venteño, pero los casos de Paco Camino, de El Viti o de José Tomás también introducen enmiendas y excepciones a los dogmas locales.
Han sido muy toreros de Madrid tanto Curro Romero como Rafael de Paula. Nadie ha toreado más en Las Ventas que Antonio Bienvenida. Y no ha existido, probablemente, un caso de torero de Madrid más representativo que el de Antonio Chenel, Antoñete. Le debe la plaza de Madrid un monumento en el perímetro de Las Ventas -las tienen Antonio Bienvenida, Luis Miguel y El Yiyo- tanto por sus proezas remotas -la faena al toro blanco de Osborne (1966)- como por el revulsivo que supuso su reaparición en los ruedos en los años ochenta, cuando lo idolatraron los artífices de la movida y los rapsodas del punk. Un torero de épocas y de época fue Antoñete.
Y un tótem de Madrid que se crio de chaval en Las Ventas y cuya capilla ardiente se instaló en la plaza misma (2011) para que lo despidieran con honores los aficionados. Antoñete fue un torero de elegancia y de empaque. Un geómetra de la distancia y de los terrenos. Un matador de enorme pureza y de tauromaquia esencial: el natural largo, el derechazo hondo, la media verónica abelmontada. Nadie le impactó más que Manolete. Nadie le influyó más que Rafael Ortega. Y ninguna otra plaza como Madrid le fue más dura ni leal.
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