Así viví tres días incomunicada por la DANA: "Escribo sobre meteorología y estaba preparada para casi todo"

Así viví tres días incomunicada por la DANA:

Son las 21.15 del 29 de octubre y estoy hablando por teléfono con mi hermano. Él no vive en España y está preocupado por la situación en Requena. Aunque nací y crecí en Sedaví, un pequeño pueblo de l’Horta Sud, la zona más castigada por la DANA, me mudé al interior de Valencia hace un par de meses, buscando tranquilidad y precios más asequibles de alquiler. Todavía veo las cajas de mudanza suplicando que las abra.

Me pregunta cómo estamos, después de toda la madrugada y la mañana lloviendo. Le digo que bien, que hemos tenido que achicar agua del garaje porque llovía tan fuerte que se acumulaba, pero que no se preocupase. Le explico que se ha desbordado el río Magro, que pasa por aquí al lado, y que en Utiel, por la mañana, ha inundado casas hasta el primer piso, incluida la de nuestra casera, pero que por fortuna ella también está bien.

Ernesto Torrico. Valencia

Hemos tenido cuatro cortes de luz mientras teletrabajaba, nada grave, parece. Soy periodista y como escribo de meteorología, estaba preparada para casi todo, pero no para lo que realmente acabó sucediendo. Nadie salió de casa ese día. Menos mal.

Explico a mi hermano que nos ha llegado un aviso al móvil a las 20.11. Un mensaje con un ruido estridente. Ha llegado un poco tarde, le digo ente risas. ¿Has visto lo del puente de Picaña que se ha llevado el agua?, cambio de tema. Nos llegan varios vídeos por un grupo de WhatsApp de vecinos de la zona. Chiva también está inundada. El barranco del Poyo es una locura, como atestigua un vídeo que le había enviado un poco antes, sobre las 19.00. Las pedanías de la zona de Requena están incomunicadas, no sabemos nada.

Las dos alertas que recibimos en plena Dana (P.Díaz)Las dos alertas que recibimos en plena Dana (P.Díaz) Las dos alertas que recibimos en plena Dana (P.Díaz)

Le cuento para calmarle que la yaya está bien, que sabe qué hacer si llega el agua. Ella vive en la zona de Buñol, junto con mi tía. A ella le ha pillado la lluvia en el monte. Ya no nos reímos tanto. Confiamos en que esté bien, pero no tiene cobertura y en ese momento no lo podemos saber. Le pregunto cómo están los tíos y las primas, si sabe algo de ellos y me responde que no, que desde antes de las 21.00 no dan señal. Todo empieza a ponerse serio. Ellos viven en Benetússer.

Se corta la llamada. Nos hemos quedado sin señal de móvil. Retomo la llamada por WhatsApp, el Wifi todavía funciona. Creo que se ha caído alguna antena, bajaba mucha agua, especulo. Mi hermano asiente y mi pareja, de fondo, nos dice que no nos preocupemos, que el teléfono fijo nunca se cae.

Ernesto Torrico. Paiporta

Error. Tras colgar la llamada, compruebo que no da señal, no puedo llamar a nadie. Vuelve a llover, el grupo de WhatsApp está demasiado tranquilo tras los más de 2.000 mensajes que hemos intercambiado durante el día. Revisamos la conexión, acabamos de perder el Wifi, el router tiene todas las luces en rojo.

Decidimos cenar algo. Fuera sigue lloviendo. No tenemos conexión de teléfono, ni datos, ni internet, nada. Al menos tenemos luz. Sacamos a la perra, tiene que hacer sus necesidades, nos empapamos y volvemos a casa. Hay vecinos que no han vuelto, no hay luces ni están sus coches. No podemos hacer nada.

Ponemos la radio. Eso sí funciona. La cadena comarcal está informando sobre la DANA, pero en valenciano. Mi pareja se frustra, no es de aquí y no entiende mucho, y menos en una situación tan seria. Cambiamos a una radio nacional, la que será nuestra fuente de información cada hora en punto en los próximos días: Kiss FM. Aún no somos conscientes del desastre.

Hablan de inundaciones, se ha ido la luz, no hay teléfono. No saben mucho más. Hablan de una alerta, de desaparecidos, mucha agua, el Turia a rebosar, como los pantanos. Pero no nos dicen nada más. Se ha hecho tarde. Revisamos que todo esté correcto, garaje asegurado, ventanas cerradas. Mejor nos vamos a dormir.

30 de octubre

Por la mañana, nos despierta una alerta móvil alrededor de las 7.07. El mensaje dice que es mejor no moverse de casa. Por unos minutos, parece que el móvil coge señal, me llegan cientos de mensajes. Ninguno de mi familia. Muchos son de mis compañeros de trabajo. Están preocupados. Envío varios mensajes, a mi hermano y mi tía, por si llegan.

Mi mejor amiga está en Alemania. No sabe nada de sus padres, viven en Sedaví. Yo tampoco. Ya no me puedo dormir. Los vídeos de WhatsApp no cargan, los audios tampoco, no tengo internet. Solo me han llegado unos mensajes, y he podido avisar a mis jefes, imposible trabajar hoy. Repaso el grupo de WhatsApp de vecinos, la gente no ha dormido apenas, se preguntan si habrá colegio. Imposible, dicen. Está todo destruido. ¿Y El Pontón? ¿Alguien sabe algo? Nada. No se puede llegar. A-3 cortada. A-7, también. No se puede llegar a Valencia, no sabemos nada de los pueblos.

Alfredo Pascual

La familia de mi pareja, de Madrid, manda mensajes, solo llegan unos pocos y es imposible contestarlos. A partir de esa mañana ya no recibimos más mensajes en casa, ni una llamada, deducimos que se ha caído toda la red. Estamos incomunicados, no sabemos de nadie y nadie sabe de nosotros. Pienso que parecemos estadounidenses después de un tornado.

Me pongo a dar vueltas por la casa. Nadie en la calle tiene teléfono o cobertura. ¿Y mi abuela? ¿Y mis amigos? ¿Y mis tíos? Mi pareja también está de los nervios, su familia debe estar viendo la televisión ahora, y si las imágenes son como los últimos vídeos que nos llegaron, deben temerse lo peor. No sé por qué lo llamaron DANA, cuando era una gota freda de toda la vida.

Decidimos sacar a la perra y ver de paso qué tal está el pueblo. El pobre animal no se entera de mucho, pero sabe que algo ocurre, y nos sigue a todas partes. Salimos fuera, no hay barro, nuestro barranco ha resistido. El Magro está más manso y no llueve. Vuelven los primeros vecinos, se habían quedado atrapados en la carretera. Llegan otros, abren su garaje y hay un muro destruido. Ha sido la última casa de la calle, se ha llevado la peor parte, pero ellos están bien, no había nadie en la vivienda en los peores momentos.

Caminamos por el pueblo, el parque está bien, se nota que ha llovido mares, pero todo en orden. Subimos por un cerro, estamos en la parte alta del pueblo. Me llegan unos mensajes, tenemos unos pocos datos móviles, pero no cobertura, llamo a mi yaya y no hay señal. Se lo digo a mi pareja y revisamos los teléfonos. Nuestros mensajes llegan, pero no las respuestas. Ha sido breve y confiamos en que nos lean.

@losgabrielesmanch

Rio magro. El pontón, Requena

♬ Danger - SoundAudio

Decidimos probar por la noche, y pasamos el día mirando con miedo al cielo, por si le da por llover de nuevo. También tenemos que ir a comprar, soy previsora y tengo comida, pero si esto es tan grave como sospechamos, habrá que avituallarse. Nos montamos en el coche, perra incluida por si acaso, y nos dirigimos al Mercadona por la nacional. Se nota que toda la zona estaba inundada hasta hace poco. Los campos de viñas están anegados, pero podemos pasar, gracias a que nuestro coche es alto.

Seguimos sin cobertura, pero vemos a decenas de vecinos subidos a un puente, que cruza la nacional, móvil en mano. Está claro que están buscando cobertura y los sitios altos son buena idea. Llegamos al supermercado, parece el inicio de la pandemia de 2020. Mi pareja se queda en el coche con la perra, no la vamos a dejar sola. Entro yo, en modo supervivencia. Carros llenos, gente en tensión, corrillos en los pasillos cuchicheando. No hay agua, no hay papel higiénico, ni carne, ni fruta. Han sido más rápidos que nosotros.

Hago una compra somera, un poco de pan, algo de fiambre y unas conservas. Veo a la UME, vienen a comprar y llenan el carro de leche entera, yogures y verduras congeladas. Meditó sobre la elección de los militares, pero una chica interrumpe mis pensamientos para preguntarme si tengo cobertura. Las dos habíamos pensado que quizás en el supermercado pudiésemos encontrar, pero nada. Nos sonreímos y bajamos las cabezas. Ella está igual que yo, no sabe nada de sus allegados.

Alejandro Requeijo

Me pongo en la cola, espero que acepten tarjeta, no tengo efectivo y los cajeros no funcionan. Una señora mayor cede el turno a la UME. Se le quiebra la voz cuando dice a los soldados que pasen ellos primeros, que llevan todo el día trabajando. Sonríen, pero no aprovechan el ofrecimiento de la mujer. Esperan su turno como el resto. Nos volvemos a casa, ya hemos visto más que suficiente. No tenemos cobertura, no sabemos nada. Confiamos en que mi yaya y mi tía están bien, son mujeres fuertes, saben qué hacer y estaban prevenidas. En unas horas volveremos a intentar contactar.

La avalancha de mensajes

Tras la cena, sobre las 23:00, decidimos subir al cerro. Nos abrigamos bien y salimos de casa. Allí arriba recuperamos algo de cobertura. No sabíamos lo que se nos venía encima. Miles de mensajes. El WhatsApp a punto de colapsar. Dime algo, estoy muy preocupada, por favor. Es el mensaje que una amiga de Cataluña me ha escrito en Instagram, pero la aplicación no carga y no puedo responder. ¿Cuál era su número? Lo encuentro y le envío un mensaje con los dedos ateridos por el frío, pero aguantamos.

Le digo que estoy bien, que esté tranquila. Me responde que parece un milagro y, leyendo entre líneas, visualizo su rostro llorando. Está muy preocupada. Me llegan mensajes de mi tía. Todavía hoy me pregunto cómo consiguió bajar del monte por los caminos embarrados. Más tarde nos enteraremos de que el ayuntamiento estuvo a punto de subir a buscarla, no sabían nada de ella. Está con mi yaya, están las dos bien, la casa está bien. Respiramos, pero no lloramos, queda gente por localizar. Le dejo unos mensajes, pero no llegan. Mi pareja se mensajea con su familia, están aterrados de lo que se ve por televisión.

Mi hermano, que se convierte en una pieza clave para ayudarnos a todos a comunicarnos desde Malta, me ha dejado varios mensajes. Hace de puente entre los familiares. Me confirma que la yaya y la tía están bien, su amiga también, al igual que nuestros amigos. Pero no sabemos nada de los tíos de Benetússer. Le dejo varios mensajes y me pongo al día con los otros chats. No me cargan las noticias en Google, impensable para una periodista, no hay suficiente cobertura de datos, pero los mensajes que me llegan y las imágenes que logran cargar son desoladoras.

¿Alguien ha visto a fulanita?, reza un mensaje. ¿Sabéis algo de las aldeas?, pregunta otro. ¿Y El Pontón?, no podemos llegar. Imágenes de barro, agua, coches destruidos. Nos llega información de los pueblos más golpeados, que luego llamarán zona cero. Alfafar inundado. Sedaví lleno de barro, irreconocible. Muebles en las calles, cañas, gente llorando, vecinos con escobas y hasta las cejas de lodo, pero no sabemos nada de mis tíos en Benetússer. Se habla de voluntarios, de donaciones, de rutas alternativas interminables por caminos para llegar al litoral, puentes caídos y carreteras cortadas. Pero no sabemos nada más.

Tras la noche del 30 de octubre los días se sucedieron prácticamente igual para nosotros. Escuchar la radio a la hora en punto, revisar las reservas de comida, vigilar la calle y mirar con desesperación el móvil y la dichosa barra de cobertura. A lo largo de ese día, mi hermano logra contactar con mis tíos, están bien, han perdido los coches, están sin agua, sin luz, sin internet ni teléfono. Sin comida. Pero vivos.

Alejandro Requeijo

La riada, porque eso es lo que fue, hizo que el agua se acumulase hasta el primer piso de casi todo el municipio, y esto se repitió en Picaña, Massanassa, La Torre, Alfafar, Sedaví, Aldaia, Torrent. Tras saber que todos mis conocidos están bien, respiramos. Hasta el fin de semana no recuperamos el wifi. Es entonces cuando podemos leer con calma infinidad de noticias y comprender la magnitud de lo que había sucedido.

La periodista que firma este artículo está bien. Ayudo en todo lo que puedo y doy las gracias por haberme mudado. A veces con sentimiento de culpa por no poder hacer más, y porque dentro de lo malo, he salido bien parada, pero con la certeza de que vamos a salir de esta. Es lo que pienso al ver la fotografía que ilustra el artículo. Una bandera de Valencia ondeando en Malta. La ha colocado mi hermano. La terreta sufre, pero estamos tots a una veu.



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