Todos los años, cuando llega julio, un barco de la empresa municipal de limpieza de Sevilla se planta en medio de la dársena del Guadalquivir, entre el puente de Triana y el de San Telmo. No va a limpiar nada, no se trata de una actuación para retirar residuos, sino que lleva un listón de madera engrasado en la proa. Es la Velá de Santa Ana y se celebra la tradicional competición de la cucaña y decenas de chavales intentarán agarrar la bandera que cuelga al final del madero para conseguir premios. Ninguno de los que saltan al río teme por su salud porque está tan limpio que, además de competiciones como esta, ha llegado a albergar competiciones internacionales de natación en aguas abiertas y es uno de los epicentros del remo de élite en Europa. Nada hace pensar que un deportista pueda acabar en el hospital por una intoxicación de escherichia coli, como le ha pasado a una de las triatletas que ha competido estos días en los Juegos Olímpicos de París.
No es habitual ver a nadie nadando por el Guadalquivir, pero la dársena construida a principios del siglo XX para acabar con las riadas en la capital andaluza es una avenida para los deportes acuáticos. Cuando Sevilla quiso optar a ser una sede olímpica, hace ya casi tres décadas, hubo quien soñó con una inauguración en el río como la que se vio en el Sena hace un par de semanas. La idea era utilizar el canal que va desde San Jerónimo hasta la esclusa para presentar la ciudad al mundo en un cauce hoy artificial, pero que durante siglos fue el origen de la mayoría de los problemas de la ciudad, con constantes inundaciones y fuente de enfermedades. Sevilla hoy sigue mirando con ciertos recelos al río, a diferencia de lo que ocurre en París, donde el Sena ejerce como arteria de la ciudad y sus riberas suelen estar llenas de vida en cuanto el sol se deja ver en la capital gala.
Más o menos cuando empezaba a caer el muro de Berlín, en la capital andaluza se derribó el muro de la calle Torneo, que puso en contacto toda la parte norte del casco histórico con el cauce histórico del río. Al otro lado del Guadalquivir empezaban a levantarse los pabellones de la Exposición Universal de 1992, que sirvió como revulsivo para que la ciudad comenzase a mirar al río sin miedo. La Expo hizo posible la construcción de cuatro puentes en este tramo: el puente de la Expiración, el de la Barqueta, el del Alamillo y la pasarela peatonal. En solo 20 años, en Sevilla se hicieron los mismos puentes que en los 20 siglos anteriores, ya que hasta entonces la capital andaluza solo contaba con el Puente de Isabel II (vulgo de Triana), el de San Telmo, el de las Delicias y el de Los Remedios (nacido como Puente del Generalísimo).
La inspiración en París no es nueva, ya que el puente de Triana es una copia del Pont du Carrousel de la capital gala. Pero hasta ahí la copia. Mientras en otras ciudades europeas los desarrollos urbanísticos suelen estar vinculados a los ríos que cruzan las ciudades, en Sevilla se trata de una excepción que se limita poco más que a la zona histórica situada entre la calle Betis y el muelle de la Sal, a los pies de la Torre del Oro. Esa situación está a punto de acabar con una pequeña revolución en toda la vertiente sur de la dársena del Guadalquivir que ha tomado velocidad de crucero después de años de proyectos fallidos.
Los primeros pasos serán la construcción de dos nuevas pasarelas, las primeras en casi cuatro décadas, a pesar de que el Plan General de Ordenación Urbana de 2006 contemplaba una mayor permeabilidad entre las dos orillas. Una de ellas estará al norte, entre la pasarela de la Cartuja y el puente de la Barqueta y tiene el objetivo de conectar mejor el casco histórico con la isla donde se celebró la Expo, que hoy es un centro tecnológico donde trabajan 26.000 personas y supone el 10% del PIB de la provincia de Sevilla. A pesar de su importancia, el recinto se queda desierto por las noches, ya que no hay viviendas en la isla, más allá de algunas residencias de estudiantes y las que están por venir.
La transformación más ambiciosa será río abajo, en el barrio de Los Remedios. Este ensanche tardío de la capital andaluza no tiene conexión con el río, a pesar de que está rodeado por el cauce histórico. El motivo es la existencia de las instalaciones deportivas de los clubes Náutico y Mercantil, pero sobre todo la barrera que suponía la vieja fábrica de tabacos. El complejo industrial que cerró en los primeros 2000 está abandonado desde entonces a pesar de los intentos fallidos del popular Juan Ignacio Zoido. Fue ya bajo el mandato de Juan Espadas cuando el Ayuntamiento hispalense cerró un acuerdo con el grupo catalán KKH para hacer un hotel y dotaciones culturales en la antigua fábrica.
El proyecto está valorado en 248 millones de euros y estará listo en 2026. Entonces, el margen derecho de la dársena del Guadalquivir contará con una pasarela peatonal que incluye un puente que conectará esta parte del río con el paseo de las Delicias, a los pies del palacio de San Telmo. Costará 5 millones de euros y será diseñada por la ingeniería Phecor en colaboración con el arquitecto japonés Kengo Kuma, que también diseñará el hotel de lujo que corona el proyecto. Un poco más abajo, después del Puente de los Remedios, está culminando ya el proyecto Jardín de las Cigarreras, un nuevo parque que contará con espacios de restauración y pondrá en uso los terrenos que se utilizaban como aparcamiento en la Feria de Abril.
El pasado industrial de Sevilla vinculado a su río tiene mucho que ver con las dificultades que ha tenido la ciudad para relacionarse con el Guadalquivir, como ocurría en otras urbes como Bilbao. Y es precisamente el puerto de la capital andaluza el que favorecerá el último proyecto de integración de la ribera en la vida urbana sevillana. En 2029 se cumplirán 100 años de la Exposición Iberoamericana de Sevilla y para entonces está previsto que esté culminado el distrito urbano portuario, una colaboración entre la Autoridad Portuaria y el Ayuntamiento que se ha desbloqueado después de años en un cajón y contempla una nueva terminal de cruceros, la construcción de un nuevo barrio con 700 viviendas y una zona de comercios y restauración en los viejos tinglados del puerto. La inversión supera los 500 millones y las obras empezarán en 2025.
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