OPINIÓN | Justicia distributiva, elecciones, plutocracia y Bilderberg


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La justicia distributiva

Costumbrismo Digital por Juan Luis Saldaña

Nos movemos con pereza hacia la siguiente cita electoral, lentos y aburridos, bajando por un tobogán desgastado y cutre que ya no desliza bien. El domingo llegará con su normalidad democrática, sus monjas votando y sus encuestas a pie de urna. Reflexionaremos sobre los resultados, los partidos nos los venderán como a ellos les interese y, quizá, hablemos un poco sobre la abstención.

El mandato de las elecciones europeas se diluye en una burocracia difícil de entender. No sabemos muy bien qué pasa con nuestros votos y parece que tampoco nos importa demasiado, pero todo vuelve y la famosa trasposición de directivas nos trae normas uniformes, leyes que nos obligan a asuntos sobre los que, en principio, nadie nos ha preguntado. Las normas de la agricultura, por ejemplo, parecen siempre hechas por el enemigo.

El principio de justicia distributiva sigue interesando a nuestras sociedades y todavía es capaz de movilizar el voto. Desde Aristóteles hasta John Rawls el concepto y su misión, después de años de dudas, doctrinas sociales y demás, parece haber recaído en la izquierda, que propone, impuestos mediante, repartir la riqueza entre los más necesitados. La teoría es aceptable, pero la realidad nos lleva al callejón sin salida de la duda.

La misión de la verdadera política en los próximos años tiene que ser trocear estas corporaciones multinacionales y embridarlas para que no operen por encima de la voluntad de los pueblos.

La realidad es cada vez más compleja. Nunca en la historia la riqueza ha estado tan concentrada y esto debería preocuparnos. Las cifras que manejan los grandes fondos de inversión empiezan a ser un peligro para las personas y su libertad individual. La misión de la verdadera política en los próximos años tiene que ser trocear estas corporaciones multinacionales y embridarlas para que no operen por encima de la voluntad de los pueblos. Mientras tanto, a los ciudadanos nos tienen entretenidos con el reto de salvar el planeta, como si realmente fuéramos capaces de ello.

Deberíamos preguntarnos como individuos y como miembros de la sociedad si no existe ya una voluntad superior a los parlamentos nacionales y supranacionales. Deberíamos plantearnos seriamente si los políticos trabajan realmente para nosotros o para otros intereses. Estamos ante una encrucijada clave que va a marcar la agenda de las próximas décadas y, seguramente, el futuro de la humanidad. Casi sin darnos cuenta, nos estamos jugando algo tan importante como la soberanía, es decir, la libertad.

El pasado sábado en el hotel Mirasierra de Madrid se ha reunido el Club Bilderberg con la presencia de altos mandatarios de gobiernos, incluido el nuestro, y de altos directivos de grandes empresas. La cobertura periodística ha sido mínima y la información de lo tratado, nula porque las reuniones son confidenciales y, no nos engañemos, porque los que mandan lo quieren así. Hay motivos para la preocupación, para buscar en el diccionario la palabra “plutocracia” y para empezar a espabilar.

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