Melchor Rodríguez (1893-1972) ha encontrado su lugar en la galería de los alcaldes, el espacio iconográfico donde pueden identificarse a los "gobernadores" del foro y donde se han recompensado los milagros laicos del ángel rojo. Se ocupó Martínez Almeida hace unos días de oficiar la ceremonia que homologaba al remoto y efímero colega. Efímero porque Rodríguez ocupó el puesto apenas unos días de primavera, pero lo hizo en el traspaso de poderes de 1939. El final de la Guerra Civil escarmentó su posición en las huestes republicanas con una condena a cadena perpetua que le fue conmutada por veinte años de cárcel y que después terminó disuelta gracias a la mediación de un indulto providencial.
Se encargó de defender la causa de Melchor Rodríguez el general franquista Agustín Muñoz Grandes, alegando el denuedo y responsabilidad con que el ángel rojo se había involucrado en la salvación de los compatriotas de honor implicados en los dos bandos. Incluidas personalidades de la reputación del portero Ricardo Zamora y del periodista Bobby Deglané.
El comunismo oficial del exilio lo consideraba un colaboracionista, pero Melchor Rodríguez nunca se avino a las dádivas de Franco. Terminó en las paredes de prisión hasta en una treintena de ocasiones, no ya por adherirse al movimiento del anarcosindicalismo, sino porque perseveraba en la defensa de los derechos de los presos condenados durante el franquismo.
La valentía del exalcalde revistió idéntica importancia en los tiempos más convulsos de la Guerra Civil. Un informe concebido por el agente estalinista Stoyán Minéyevich Ivanov alojaba una entrevista donde Melchor Rodríguez hacía memoria de sus mediaciones y se vanagloriaba de ellas.
-¿Por qué Vd., siendo anarquista, salvó la vida a tantos nacionales en el periodo rojo?
-Simplemente era mi deber. Siempre me vi reflejado en cada preso. Cuando me encontraba en la cárcel, pedí protección a los monárquicos, a los derechistas, a los republicanos... a aquellos que se encontraban en el poder; entonces me consideré obligado a hacer lo mismo que había defendido cuando yo mismo estuve recluido en las cárceles, es decir, salvar la vida de estas personas.
-¿Le resultó fácil?
-Ahora puedo decir con satisfacción que a menudo me arriesgué a perder la vida propia por salvar las de otros. Muchas veces en mi propio despacho me apuntaron al pecho con el cañón de un revólver. Salía del problema echándole valor. Cuando regresé a Madrid después de haber salvado de la muerte a 1.532 presos en Alcalá, tuve que escuchar unos tremendos insultos y amenazas de jefes de relevancia que hasta llegaron a acusarme de ser un fascista.
Tiene sentido que la plena rehabilitación de Melchor Rodríguez se haya producido en el contexto de la feria de San Isidro. Y no solo por las connotaciones simbólicas de la fiesta madrileña, sino porque el propio alcalde había intentado dedicarse a la tauromaquia.
Puede identificarse su ejecutoria taurina —y biográfica— en el tomo tercero del Cossío y en la página 810, donde se evocan el lugar de nacimiento (Sevilla, 1893) y sus peripecias profesionales, incluidos el pluriempleo como monaguillo del Hospicio hispalense, calderero, carrocero… y torero. Se presentó como novillero en 1915. Y le fueron bien las cosas en Sanlúcar de Barrameda, pero los vaivenes y las cornadas desanimaron su porvenir. Sobre todo después de la espeluznante cogida que sufrió en Madrid la tarde de su presentación (1918) en el extinto coso de Tetuán de las Victorias.
Hubiera sido un buen apodo taurino el de El ángel rojo. Sostenía el joven maestro que se puede morir por las ideas, pero no matar por ellas. Y cerca estuvo de perder la vida en las plazas de toros y fuera de los ruedos.
Presumía de sus cicatrices. Y más lo hubiera hecho de haber sabido que se le concedieron funerales de Estado cuando murió en 1972. Era la manera de reconocer la categoría humana y humanitaria del último alcalde republicano de la villa y corte. Y de justificar la Medalla de honor a título póstumo que le concedió el Ayuntamiento de Madrid en enero de 2023 a iniciativa de Ciudadanos. Se está "revisando" el pasado de Melchor Rodríguez en un merecido proceso de canonización. Y va a resultar imposible extirpar del relato el orgullo y el entusiasmo con que el ángel de fuego presumía de haberse vestido… de luces.
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