El pasado domingo por la mañana, varias familias que habían acudido al parque Pinar del Rey para disfrutar de la obra Las aventuras del pollo Pepe, programada dentro de las fiestas del distrito de Hortaleza, abandonaron las instalaciones con una mezcla de estupor y confusión.
"Fuimos porque a mi hija de dos años le encanta el pollo Pepe", explica Sonia, una madre presente en el espectáculo que accede a contarnos su historia a cambio de modificar levemente su nombre. "La verdad es que el show no tenía nada que ver, solo salía en algún momento un títere que tampoco se parecía al pollo Pepe".
El pollo Pepe, versión española de Charlie Chick, es el protagonista de una serie de libros creados por los británicos Nick Denchfield y Ant Parker, orientada a niños de entre 0 y 3 años. Desde que llegaron a nuestro país en 1998, estos libros pop-up se han convertido en un fenómeno editorial. Sin embargo, lo que encontraron los niños que se asomaron a este parque madrileño fue una obra de títeres en la que Pacheco Palangana, un aspirante a juglar, alternaba la música con los malabares y los títeres.
La obra transcurrió con normalidad hasta que, en un momento dado, Palangana llamó al escenario a un niño del público. En su mano había un títere, llamado simplemente Malo, que encarnaba el mal. "El títere dijo que estaba cansado y triste por ser siempre el malo", explica María, otra madre que asistió a la función, "pero que quería demostrar que realmente tenía buen fondo". Así que el juglar pidió al niño que bajara una cremallera que tenía el muñeco. "Te enseñaré mi corazón".
Pero cuando el joven voluntario bajó la cremallera a la marioneta, lo que surgió de ahí fue un pingajo "de color rosa chicle" que representaba los genitales del muñeco.
"Estábamos todas con cara de... ¿¡¿qué?!?"
En aquel momento y de forma instintiva, Sonia tapó los ojos a su hija. Miró a su alrededor y encontró en la mirada de las dos amigas que le acompañaron la misma incomprensión. "Estábamos todas con cara de... ¿¡¿qué?!?", recuerda.
"Se escucharon algunas risas y luego hubo bastante silencio", relata María. En aquel momento, escuchó a un niño cercano que andaba distraído preguntarle a su madre qué había pasado y esta se limitó a responder "una colita". Esta madre calcula que los niños asistentes tendrían, en su mayoría, entre dos y seis años.
El juglar lanzó a lo lejos el títere, le reprendió por su comportamiento, y continuó con la función. "Siguió como si nada", dice Sofía. "¿Le dice a un niño que le va a mostrar su corazón, este baja la cremallera y le enseñas los genitales? Está mal, lo mires por donde lo mires".
Hablamos con el juglar
Nadie dijo nada, ni en aquel momento ni después de la función. Los padres y las madres se marcharon con sus hijos y allí se quedó Pacheco Palangana recogiendo sus apechusques. El verdadero nombre del responsable de Las aventuras del pollo Pepe es Jorge González, un actor, cómico, clown y profesor de teatro con una dilatada trayectoria. La compañía —Jaujarana— es básicamente él, recorriéndose el país desde 1998.
En conversación con El Confidencial, González explica su sorpresa ante la reacción negativa de esas madres por el sketch del pene; ha realizado este mismo espectáculo muchas veces, dentro y fuera de Madrid, sin que nadie le hubiera dicho nada. "En la función se utiliza parte de un cuento de Augusto Monterroso donde el bien se encuentra con el mal", indica el intérprete. El bien es encarnado por un elefante de guiñol y el mal por un personaje de color negro.
Como resumían las madres, al final de la historia en la que el bien sale como ganador, "el mal queda decepcionado, porque piensa que la gente va a pensar que es malo", y ahí es donde empieza a decir que tiene un gran corazón.
"Yo, el titiritero y narrador, le digo eso habrá que verlo, '¿eres capaz de enseñarnos el corazón aquí delante de todo el mundo?' El muñeco me dice que sí y entonces pido un voluntario para que me eche una mano", explica González. "El muñeco le dice que tiene una cremallera, el niño baja la cremallera y en vez del corazón abajo hay un pito de trapo", confirma. "Es una broma, un chascarrillo... no entiendo cómo puede traumar a nadie una tontería así". El intérprete subraya que el personaje que interpreta es un juglar y todo el espectáculo es en tono humorístico.
Hay un tipo de humor que los angloparlantes llaman cringe y juega precisamente a provocar incomodidad en el espectador, a forzarle a emitir una risa nerviosa. Sin embargo, no era la intención de González incurrir en algo así, mucho menos ante un público en su primera infancia.
Las madres explicaban que, para ellas, lo más grave de todo este asunto no era tanto la visión de un pene rosa en el cuerpo del títere, sino que un niño fuera conducido a él mediante un engaño.
"Me gustaría no tener que volver a encontrarme con algo así"
"Seguro que este señor no tenía una mala intención y pensaba que eso hace mucha gracia, pero me gustaría no tener que volver a encontrarme con algo así", dice María, "no aportaba nada a la historia ni tenía nada que ver con el resto del espectáculo". Esta madre reclama que una obra subvencionada por el Ayuntamiento de Madrid y catalogada como espectáculo infantil no puede mostrar algo así a unos niños que no están preparados para procesarlo.
La cosa escala
Sonia fue más allá. Al llegar a casa, puso una instancia general en el ayuntamiento para protestar por el incidente y, a través de un grupo de madres en WhatsApp, acabó contactando con un concejal de Más Madrid. Este preguntó a la progenitora si había algún vídeo de lo ocurrido, pero no lo había. El juglar Pacheco Palangana había pedido a los padres que los guardaran para no interferir en la concentración de los niños y su seguimiento de la función. "Era un argumento razonable", concluyó Sonia.
El día después de la función, González explicaba a este periódico que "este tipo de actuaciones en un espacio exterior con condiciones adversas son muy difíciles". Caracterizado de Pacheco Palangana, el actor tuvo que interrumpir la función varias veces para pedir a los padres que no pasaran por detrás, porque podían pisarle algún muñeco o micrófono. "Estaban todos los niños pasándolo genial y superconcentrados y yo parando el espectáculo porque algunos padres no paraban de interrumpir".
"Precisamente, más de un padre que vio cómo lo estaba pasando, solo ante el peligro, me felicitó por la paciencia y mi trabajo en la obra porque lo habían pasado muy bien", concluye González.
Paralelamente, y sin sospecha alguna por parte del juglar, la denuncia sobre el títere exhibicionista estaba siendo ya estudiada por un concejal de la oposición, que según reveló a una de las madres, estaba investigando otros agravios cometidos en el contexto de las Fiestas de la Primavera de Hortaleza, como haber establecido el pago de un euro por usar los baños públicos.
También hubo intentos de moverlo por redes sociales, sin embargo, el incidente nunca llegó a viralizarse. En el pasado, Madrid ha vivido alguna que otra polémica con una compañía de títeres como telón de fondo. Pero probablemente, este caso carecía de la gasolina que hace que estas cosas prendan: el material gráfico y la posibilidad de ser politizado.
"De verdad que me parece alucinante", insiste González, que ha compartido con este periódico algunos vídeos de la obra subidos a YouTube para insistir en el humor blanco que rodea la anécdota. "A veces son las interpretaciones que hacemos y no lo que pasa en la obra", indica.
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