Madrid se puede recorrer de muchas maneras. Rutas tematizadas o históricas se llevan la palma, pero no son las únicas. Las posibilidades de una ciudad casi infinita, capital desde hace cinco siglos, también permiten la existencia de algunas ideas que juegan con los límites. Guía del arte urbano de Madrid. Una historia de Madrid a través de su grafiti y arte urbano (Anaya Touring, 2024) es el libro que ahora publica Javier Abarca, líder de la primera escena grafitera sobre vagones del Metro y uno de los primeros españoles en viajar por Europa para pintar.
El libro que firma Abarca recorre más de dos siglos de historia, aunque se centra en la realidad del arte urbano en la capital a partir de los años 80 del siglo pasado. Una vez superado estas temáticas, el grafitero hinca el diente en el fenómeno de Muelle, en la capital, y sus descendientes, los llamados "flecheros", así como un recorrido por los grafiteros de los años 90 hasta la actualidad. En definitiva, "un valor cultural madrileño que todavía está por reivindicar", apunta el autor.
Los prolegómenos del grafiti moderno, tan criticado por algunos sectores de la población como presente tiene en su ADN el hecho de limar los límites de la legalidad, se remontan más de 200 años atrás. "A medida que analizaba esta realidad, me sorprendía de más cosas. Por ejemplo, encontré unos grafitis muy curiosos de José Estruch, un valenciano que a finales del siglo XIX pintó en el Retiro de Madrid un mural con retratos grotescos que recordaban a Los caprichos de Goya y que llegó a aparecer en los periódicos de la época", rememora.
Años después, el fenómeno del grafiti transmutó a carteles que avisaban del avance de las tropas franquistas sobre Madrid, aunque nunca perdieron la esencia de ser obras contempladas en la pared. "Aquí hablamos de unas obras mucho más cercanas al arte urbano de lo que podríamos pensar, pero lo mismo sucede con los grandes cartelones de cine que el siglo pasado poblaban la Gran Vía", ilustra el propio Abarca. Décadas después, los espráis se abrieron paso, esta vez para reivindicar en los muros las libertades arrebatadas por el régimen franquista.
Curiosas son las órdenes dadas por el PSOE durante la Transición. Durante el apogeo de la pintada, el aparato socialista distribuyó entre sus militantes un panfleto con instrucciones muy explícitas sobre cómo hacerlas. Así, aconsejaban "pintar en un grupo mínimo de tres personas, una pintando y las otras dos vigilando las esquinas". También recomendaban ir en coche. "Utilizar siempre color rojo o negro en paredes, y blanco o amarillo en asfalto. En cualquier caso, nunca spray azul. Pintar a la altura suficiente para evitar obstáculos como coches. Textos legibles, cortos, y firmado con PSOE", concluían.
Muelle, siempre en el corazón de Madrid
Sin embargo, una figura protagoniza la historia del grafiti madrileño. El mítico Muelle, cuyas obras ahora se llegan a preservar y proteger como parte del patrimonio capitolino. "Él fue el primer grafitero moderno de España. Desarrolló una campaña muy intensa y muy personal por todo Madrid años antes de que pudiéramos ver cualquier otra firma", comenta al respecto Abarca. Así fue como Muelle se convirtió en sinónimo de grafiti para generaciones de madrileños.
Este ejemplo que ha dejado una importante y trascendente estela tras de sí, además, inspiró toda una cultura posterior. Son los denominados "flecheros", una cultura local, autóctona y única, con un valor cultural muy difícil de calcular y que todavía está por reivindicar, según el autor de la Guía del arte urbano de Madrid.
Abarca recalca que "en casi ninguna otra ciudad del mundo se ha dado el caso de una cultura del grafiti autóctona que haya crecido y tomado su propia forma tan diferenciada a la corriente llegada de Nueva York", cuna original de este arte. Por desgracia, Muelle, cuyo nombre real era Juan Carlos Argüello Garzo, falleció en 1995 cuando se acercaba a cumplir las tres décadas de vida.
"Su memoria se olvidó en los años 90 y al entrar el nuevo siglo, su legado casi estaba enterrado", apunta el grafitero. Por suerte, en la década de 2010 surgió una fuerte campaña que luchaba por la conservación de su famosa firma en la calle Montera, realizada en 1987. Aquella incursión grafitera de Muelle sobrevivía de milagro, y la presión popular consiguió, de forma exitosa, que se restaurara y reconociera el legado de su autor. Su memoria está tan viva que hasta el Ayuntamiento de la capital le homenajeó con una plaza a su nombre.
Los grafiteros flecheros toman Madrid
En cuanto a los flecheros, estos seguidores de Muelle, Abarca resalta que ellos solo firmaban en las paredes, apenas hacían grandes pintadas de colores, como sí ocurre con la tradición neoyorquina, donde predomina la tendencia de pintar trenes. "Sus firmas son como su logotipo, que nunca cambian", apunta. En este sentido, no pasan desapercibidos los códigos diferenciadores respecto a dónde y cómo firmar.
De esta forma, el grafitero flechero tuvo su apogeo en los carteles del Metro durante los años 90, sobre todo. "Hay que pensar que, en aquella época, todavía había mucho espacio libre en las paredes, así que teníamos cierta tendencia a pintar en muros viejos, o de obra, pero también carteles de Metro, todas ellas superficies que molestan menos que otras al paseante, a la ciudadanía", aclara Abarca.
Si este veterano grafitero pone los pies en el presente, sus palabras no dejan lugar a dudas: "El grafiti en el Madrid actual no ha dejado de crecer y ganar adeptos y aumentar su intensidad, igual que en el resto del mundo. Como siempre, los sitios donde se concentran los grafitis son efímeros, van y vienen, y en muchos casos están escondidos". Si él tuviera que dar un consejo para poder valorar la escena grafitera del momento, diría que lo más recomendable es seguir las pistas de los nombres, las firmas, y perderse por la ciudad.
El arte urbano, museos callejeros
Por otra parte, la Guía recién publicada también aborda el arte urbano, "un mundo aparte del grafiti, pero que se solapa", precisa Abarca. Según reflexiona, el significado del arte urbano ha cambiado en los últimos 20 años. Si en principio se refería a obras pequeñas y furtivas desperdigadas por las paredes, ahora la idea ha metamorfoseado hasta hacer referencia a los grandes murales que pueblan las calles de las grandes ciudades, cada vez con mayor asiduidad.
Las diferencias entre una cosa y otra se encuentran, sobre todo, en los códigos. Mientras que los códigos del grafiti son cerrados, es decir, solo quien conoce ese mundo los puede llegar a entender, el arte urbano se dirige a cualquier persona que pase por delante de una obra en concreto. "Por eso se usan imágenes fáciles de reconocer", dice Abarca, quien afirma que este tipo de arte viene a utilizarse en las obras furtivas, como siempre, pero también en murales y exposiciones.
El grafiti tiene que ser furtivo
En torno a esta temática sobrevuela una pregunta: ¿el grafiti es arte o vandalismo? Aunque la cuestión está más que superada dentro del propio mundo, Abarca recalca que trabajar de forma furtiva y sin permiso forma parte de la esencia del grafiti. "Si trabajáramos de otra forma, sencillamente haríamos otra forma de arte", añade.
Llevando un poco más lejos la reflexión, el autor de esta Guía sostiene que "el grafiti es un instinto natural que nace en un adolescente que quiere situarse en el mundo". Entonces, ¿cómo te introduces en él? "Lo ves y quieres hacerlo, y te intriga, y no te explicas cómo puede ocurrir, pero poco a poco vas haciendo méritos y amigos", responde el artista. En este sentido, cuando dice "méritos", se refiere a hacer que tu nombre se vea más que el de los demás y de forma más llamativa o impresionante.
Abarca todavía recuerda con cariño cómo le tocó ser protagonista de los primeros años del grafiti en Madrid. Lideró la primera escena grafitera sobre vagones del Metro, y fue uno de los primeros españoles en viajar por Europa para pintar. "Grafitis ha habido siempre, aunque fueran tallados en madera. El estigma que lo acompaña es algo bastante moderno, muy reciente", concluye.
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