Si alguien pregunta en Barcelona cuáles son los nuevos símbolos de la vitalidad cultural de la ciudad, es probable que le señalen la nueva, y preciosa, Llibrería Finestres, abierta por un hijo del empresario Carlos Ferrer Salat, y el bonito paseo ajardinado del Consell de Cent, abierto por la entonces alcaldesa Ada Colau, como parte de un eje verde que nunca llegó a completarse en toda su extensión. Punto. Se diría que Barcelona y Cataluña necesitan un buen empujón. En infraestructuras e inversión, desde luego, pero no solo. También uno que le ayude a recuperar su vigor cultural y le permita un cambio en un estado de ánimo que muchos definen como “cansancio paralizante”.
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