En Tokio, la capital mundial del flamenco fuera de España, no paran de matricularse japonesas en escuelas de flamenco. Quieren bailar y cantar. Salir de su rutina de la gran ciudad. Ser otras, mudar de imagen, sentirse artistas. Masayo Susa (1973) era una de ellas. No lejos de su barrio de Nakano, cerca de Shinjuku y de la Universidad de Waseda, empezó a ir a clase dos veces a la semana. "Tienes talento", le dijeron.
Un par de años después vio que en el hotel Luna Blanca de Torremolinos, fundado por japoneses y hoy desaparecido, buscaban una cocinera. Dejó su trabajo en Japón —ha sido empleada de muchas cosas, pero tampoco quiere enumerarlas— para lanzarse en busca de la aventura española. Llegó a Málaga y en sus ratos libres se apuntó a la escuela de flamenco Antonio de Canillas que capitanea Virginia Gámez. "Su carisma, respeto y nobleza llamaron la atención desde el primer momento", destaca Gámez a este diario.
Masayo Susa acaba de tener una actuación estelar en la Catedral de Málaga. Ha participado en VII Exaltación Saeta, Oración Cantada que forma parte del más importante y más antiguo concurso nacional de saetas que se organiza en España, el de la Peña Recreativa Trinitaria y Escuela de Flamenco de Málaga, que tiene 38 años de existencia. Fue el pasado 8 de marzo y cantó dos saetas de corte clásico, tradicional, una de ellas como se cantaba hace un siglo. Sus maestros aseguran que podría ser una cantante profesional de flamenco, porque le gusta lo difícil, porque se estudia la letra a fondo, la técnica, la vocalización —es alumna de Matrícula de Honor—, y porque "tiene el alma andaluza".
Y, sin embargo…
No se lo cree. O no se lo quiere creer.
"Tenía miedo de cantar saeta sin ser católica".
Un talento sin fe. ¿Hace falta creer para cantar a un Cristo o una Virgen? San Agustín proclamó que quien ora cantando, ora dos veces. Masayo no es cristiana, ni budista, ni sintoísta, como tantos japoneses.
Lo dice cuando ha pasado más de media hora de conversación en el bar Puerta Oscura, que conoció Lunes Santo del año pasado, en la Semana Santa de Málaga, cuando el saetero Francis Bonela (Bonela Hijo) estaba a punto de cantar al Cristo Coronado de Espinas, el de la Cofradía de los Estudiantes. Aquí, en Puerta Oscura, en la calle Molina Lario de la ciudad andaluza, que ya ha cumplido tres décadas, se exhiben esculturas religiosas y suenan marchas procesionales de fondo. Masayo conversa de sus inicios en Málaga, del flamenco, de Japón, de una vida que no es fácil para ella porque paga el alquiler en un barrio multirracial que le encanta trabajando de camarera en un restaurante japonés del turistificado centro de la ciudad y especializado en ramen.
Al saludar practica las clásicas reverencias niponas; viste de negro, tiene algo de maquillaje, pero no demasiado; se ríe mucho, muchísimo. Algunas veces a carcajadas. Pide café americano y cree que su vida no merece ser contada: el clásico comentario japonés de quitarse importancia. Pero sabe Masayo que su actuación en la Catedral de Málaga no podría pasar desapercibida.
La primera vez que fue a su academia solo miraba. "Pensé: '¡mira qué chulo!'"
Fueron dos saetas que estudió a conciencia. Y no solo la letra, que también, para una persona que sabe castellano, pero no lo domina a la perfección. Porque la saeta tiene una alta dosis de interpretación, de puesta en escena. La concentración debe ser máxima, algunos lo ven como un trance, y hay que exhibir el máximo caudal de voz posible. A veces el artista cierra los ojos. Las manos también actúan. Es más: son imprescindibles.
En el barrio de Shibuya, uno de los más céntricos de Tokio y en constante ebullición creativa, aprendió el cante flamenco de la mano del maestro Hokei Komori. La primera vez que fue a su academia solo miraba. Nada más. No daba el paso. "Pensé: ¡mira qué chulo!". "No tenía ni idea", admite entre risas.
La decisión de venirse a España no fue radical. Tampoco es que estuviera mal en Japón. Su intención era estar dos o tres años, contarlo, y luego quizá volver. No lo descarta. Por ahora sus padres tienen buena salud y eso le deja tranquila. "No sé por qué llevo aquí tanto tiempo", dice mientras empieza dar el primer sorbo de café.
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Daniel Arjona
Le gusta Málaga porque es una "ciudad muy tranquila". "La gente es muy simpática y si una persona se cae alguien corre para ayudarla. El invierno no es tan frío como Tokio, ni hace tanta humedad en verano". Eso sí, al principio echaba de menos el otoño y pisar las hojas caídas. Le gusta la playa, pero no toma el sol. Siempre se sitúa en zona de sombra. Admira de su barrio de la Cruz del Humilladero, uno de los más poblados en Europa, que sea muy internacional. "Parece inseguro, pero no lo es".
—¿Si soy muy japonesa? No lo sé.
Se queda muy pensativa. Pasan siete segundos y sigue el silencio, tan habitual en la cultura nipona. Un país de silencios que no cansan, ni abruman, ni asustan.
—Bueno, soy muy formal en el trabajo.
"Se podría dedicar a esto como un trabajo al 100%, pero el problema es que no le gusta el 'artisteo'"
Masayo Susa podría ser profesional, pero prefiere el estudio, profundizar en cada cante y cantaor/a. "Se podría dedicar a esto como un trabajo al 100%, pero el problema es que no le gusta el artisteo. Lo importante es que está preparada para cuando llegue el momento. ¡Con la pechá de estudiar que se está pegando!", explica Bonela, que conoce a Masayo desde el curso pasado. En 2023 entró en segundo de cante flamenco en el Conservatorio Profesional de Música ‘Manuel Carra’ del barrio de Ciudad Jardín de Málaga. "Musicalmente es un portento porque viniendo de una cultura tan diferente, es extraordinaria en cualquier ‘palo’ del flamenco. Capta rápido la línea melódica, tiene gran capacidad, y en los estilos libres el ritmo lo lleva de una manera matemática".
Lo que aprende no lo olvida. Su magnífica memoria es una de sus mejores aliadas. Pasión de maestro con la alumna que en cuatro asignaturas del conservatorio —lenguaje musical, coro, técnica vocal y cante— ha logrado un diez. Y un diez, recuerda, es la excelencia: no se puede hacer mejor.
Su dote natural para el cante la capacita para actuar delante del público, al igual que su serenidad. A veces, como le pasó en el concurso de saetas, actúa sin poder calentar la voz y sin poder entonar. Hace falta tener el temple preciso "para que salga todo". "Lo veo asombroso", insiste su profesor.
Un análisis de las saetas cantadas por Masayo Susa. La primera, de un minuto y medio, fue De puerta en puerta. Se trata de una saeta por seguidillas, de Manuel Agujetas, de Jerez. Es tradicional, "como se cantaba hace un siglo". Nada que ver con el virtuosismo saetero contemporáneo que busca el aplauso fácil. "Es un dolor y una oración", sentencia Bonela Hijo. La segunda saeta, por seguidillas, posee incluso un corte más tradicional, al estilo de La Niña de los Peines, una de las más legendarias cantantes flamencas. "Es muy áspera y primitiva".
Cuando Masayo Susa recaló en la Costa del Sol empezó a escuchar cante en una peña de flamenco de Torremolinos. Allí conoció a un hombre que le preguntó si sabía algo, si le interesaba. Aprendió más, la invitaron a cantar. Otro día saltó al escenario. Andrés Cansino, guitarrista, era el hombre. Y luego llegó Virginia Gámez. No deja de aprender. Ahora está perfeccionando las palmas y el ritmo. El ritmo, la cadencia. "Soy extranjera y me cuesta cantar por bulerías porque hace falta cantar con ritmo".
"No desafina y su voz es muy bonita"
Carmen es compañera de la saetera japonesa en el conservatorio. Además de la disciplina, valora el conocimiento de cantes difíciles de interpretar como La Serrana o los del Cojo de Málaga y también cree que el público tiene que conocer a su amiga que al igual que ella en clase cantan en francés o alemán, idiomas que desconocen completamente. "Tiene mucho mérito porque no solo es lo que canta, sino la letra, que incluye típicas palabras andaluzas que no las conoce, sino que además la saeta no tiene la tonalidad de la guitarra y es difícil de coger el tono. No desafina y su voz es muy bonita".
La cantaora flamenca está deseando que llegue la Semana Santa. "Aquí todo es muy grande". Se sorprende de los tronos que pesan cinco toneladas, que pueden portar 250 personas —llevados por hombres y mujeres—; de mantos de seis, siete e incluso ocho metros de longitud, de campanas que suenan para levantar la imagen y de bandas de música que interpretan marchas procesionales de toda Andalucía.
Le entusiasman los piropos de "guapa, guapa" cuando pasa un trono de Virgen. Igual este año canta una saeta en la calle. "Ojalá. A ver si alguna cofradía la tiene en cuenta", anima Francis Bonela. Masayo dice que sería demasiado honor. No parece tener prisa en lanzar su carrera. Paciencia y sabiduría tras alcanzar el medio siglo de vida. O el wa (armonía) nipona. Cuando acabe su turno en el restaurante japonés irá a ver procesiones, como una malagueña más, como cuando salía de su barrio tokiota de Nakano tarareando flamenco. Aquella joven que ni en sus sueños vocales más profundos podría imaginar que una suave noche de invierno cantaría saetas añejas en una Catedral católica.
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