En invierno, a la oruga procesionaria la engulle un bolsón con el que se autoprotege de los meses fríos. Estas larvas, que son bastante habituales en las zonas rurales de la Comunidad de Madrid –e incluso algunos puntos de la capital–, penden de las ramas de los pinos creando unas hileras muy características que suelen verse en primavera. Pero las fechas ya no están tan claras. Ahora, los meses tradicionalmente gélidos son cada vez más cálidos y la subida de temperaturas ha llevado a la Administración regional a adelantar la campaña de prevención contra esta oruga a principios del mes de febrero para así evitar plagas.
"Lo que encontramos normalmente no genera un riesgo para los árboles ni el entorno, pero sí para las personas; especialmente también para perros y niños", explica Miguel Higueras, el jefe de operativos forestales a nivel autonómico. El contacto con este insecto puede provocar sarpullidos en la piel y solo el tenerlos cerca causa irritaciones en la garganta, los oídos o la nariz. En la ciudad de Madrid, la Casa de Campo (distrito Moncloa-Aravaca) suele ser el centro neurálgico donde se deja ver esta especie y donde también se avistan sus bolsas protectoras.
"Otros años era habitual que los bolsones, que contenían varias de estas larvas amontonadas, perecieran con el frío", recuerda el técnico madrileño. Sin embargo, añade que esto "ya no es siempre así". Con el cambio climático, el creciente calor o la alteración de las temperaturas en los meses invernales, poco se puede prever. Hace unas semanas empezaron las labores para controlar la especie. En los últimos días ha vuelto el frío y, con él, un respiro: "Ahora apenas se ve ni una", confiesan desde la Consejería de Medio Ambiente, Agricultura e Interior.
El frío las mata, pero ya no abunda
El jueves pasado se activó un aviso de la Aemet, la Agencia Estatal de Meteorología, alertando de una corriente polar ártica que ha devuelvo el frío invernal a la región. Tras una temporada de clima primaveral inusual, que llevó a las autoridades a adelantar las actuaciones de los agentes forestales, los últimos días han sido algo más tranquilos. Pero eso no les hace bajar la guardia.
"En estos años casi no ha nevado, mueren menos orugas y las que sobreviven salen antes", confiesa Higueras, que reconoce cómo la aparición de las primeras hileras de procesionarias del año –suelen arrastrarse unas junto a otras, formando una especie de cadena– se ha adelantado uno o dos meses a lo habitual. "Hagamos lo que hagamos, siempre va a haber un reservorio [un nido o cantidad mínima de larvas], pero si una de las amenazas para su ciclo biológico son las temperaturas frías, nos estamos quedando sin ellas", alerta.
Agentes forestales: cómo las eliminan
Higueras no se muestra especialmente preocupado y advierte que, aunque se adelanten los protocolos por el calor, su trabajo sigue siendo el mismo a la hora de evitar plagas a campo abierto: "Si la cantidad es moderada, podemos actuar sobre el pinar con insecticidas, pulverizaciones o creando pistas forestales que eviten los principales focos de orugas". En Madrid capital, en cambio, los focos están más localizados y los persiguen funcionarios del Ayuntamiento. Sin embargo, estas técnicas rurales solo funcionan bajo dos supuestos: que haya muchas larvas o que haya extremadamente pocas.
"Cuando no hay una cantidad considerable, no merece la pena; y si son demasiadas, el ecosistema se autorregula solo", comenta. En otras palabras, si aparecen muchos ejemplares de procesionaria a la vez, buena parte se quedará sin alimentos o nutrientes porque otra oruga los devorará. Entonces, ese excedente de procesionaria se muere de hambre y, según Higueras, "acaba por extinguirse". "Es algo que vemos quienes estamos permanentemente sobre el terreno. Y en ello seguimos, aunque ahora desde un poco antes", concluye.
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