Ahondamos en el famoso tratamiento que alisa la frente, entre otras partes del rostro, y que es uno de los más demandados en medicina estética. La toxina botulínica ahora se llama de otra manera, te contamos su origen y el secreto de su éxito
La toxina botulínica, conocida como 'Bótox' (nombre comercial de este inyectable de los laboratorios Allergan), ya tampoco se llama así. A ver, la podemos llamar como queramos, no van a venir a detenernos, pero para hablar con propiedad lo correcto sería referirnos a ella en España como "neuromodulador". Pero empecemos por el principio.
Qué es y cómo se descubrió que paralizaba las arrugas de expresión
La toxina botulínica (TXB), también conocida como "veneno milagroso", es una neurotoxina producida por la bacteria Clostridium botulinum. Justinus Kerner, médico alemán, identificó por vez primera la toxina botulínica en los años 20 del siglo XIX y la describió como "veneno de las salchichas" (botulus en latín es embutido/salchicha y por eso se le puso ese nombre), ya que esta bacteria a menudo producía graves enfermedades por proliferar en productos cárnicos manipulados o preparados de forma incorrecta. La toxina fue aislada por primera vez en 1946 y la aplicación médica de esta sustancia fue descubierta sobre 1950, se empleaba principalmente para tratar problemas oftalmológicos: estrabismo, espasmos...
Durante la presentación del nuevo lanzamiento cosmético 'alisador' de Filorga, la doctora Camino Guallar, Licenciada en Medicina por la Universidad de Zaragoza, especialista en Medicina Intensiva y experta en medicina estética, explicó que "el descubrimiento de la toxina botulínica para uso estético se llevó a cabo de forma totalmente accidental. Fue la doctora Jean Carruthers, en 1987, cuando estaba tratando a una paciente que sufría blefaroespasmo con la toxina btulínica tipo A. Notó que, a la vez que se solucionaba la contracción del párpado, desaparecieron las arrugas del entrecejo y de la patas de gallo mostrando la paciente un aspecto mucho más joven".
Dos años más tarde se aprobó por la FDA con el nombre comercial Bótox, del laboratorio Allergan y en 2002 obtiene su aprobación para uso estético. Hoy, según la doctora Guallar, "casi el 50% por ciento de los tratamientos médico estéticos realizados, son con neuromoduladores, que es el nombre por el que se conoce a la toxina para evitar llamarla por el nombre comercial".
¿Por qué es tan popular y efectivo este tratamiento?
Es el único del mercado que consigue eliminar las arrugas dinámicas (de expresión) "que no han dejado cicatriz", matiza la doctora. La cicatriz que deja una arruga no es otra cosa que el surco que se queda marcado en la piel. Hay que tener una expectativas realistas y saber que las arrugas llamadas verticales y las que salen debido al descolgamiento facial y envejecimiento de la piel no se eliminan con este tipo de tratamientos.
Lo que hacen los neuromoduladores es "relajar la musculatura implicada en la formación de arrugas, con lo que al dejar de contraerse y relajarse ese músculo la arruga que se forma en la piel cuando lo hacía no aparecerá (las arrugas de la frente al gesticular, las del entrecejo, las de las patas de gallo…)", explica Camino Guallar. El tratamiento se realiza en consulta, tras un diagnóstico y marcado de las zonas en las que inyectar el producto, con infiltraciones mediante finas agujas.
Puede ser algo molesto pero no llega a ser doloroso. El resultado se empieza a ver a los cuatro o cinco días y es necesario una consulta de revisión a las dos semanas para comprobar que todo está en orden y valorar si hay que aplicar más producto en alguna zona.
Sobre la duración de los resultados la doctora Camino Guallar comenta que, aunque depende cada caso particular "hemos observado que la duración tiende a ser cada vez menor (los expertos no tienen claros los motivos), ahora entre dos y seis meses, pero se está trabajando en productos cuyos efectos duren más".
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