Puede que la generalización de las mascarillas en los centros de salud sea una medida sensata. Y puede que gestionar uno mismo la baja laboral lo sea también, pero el rencor y el tacticismo de la política madrileña -y española- subordinan la emergencia sanitaria al oportunismo de las batallas particulares. Ninguna tan elocuente como el reencuentro en el ring de Mónica García e Isabel Díaz Ayuso, veteranas antagonistas en la Asamblea de Madrid y artífices ahora de la revancha que incendia la actualidad contemporánea desde sus respectivos ámbitos de influencia. Ayuso tiene la mayoría absoluta. García restriega sus galones de ministra de Sanidad.
Es el contexto que explica la aversión a las iniciativas que ha emprendido la ministra de Sanidad. Ayuso repudia las mascarillas pese al consenso de algunas comunidades autonómicas del PP. Y considera la autobaja una estúpida ocurrencia, mientras que García recurre a una medida autoritaria para imponerle sus decisiones a todos los gobiernos regionales.
No es anecdótico que gobierne en casi todos ellos el PP. Ni es circunstancial que Madrid lidere la campaña contra las decisiones de Sanidad, no ya amparándose en la legitimidad de las transferencias políticas en materia sanitaria, sino enfatizando las animadversiones particulares. Ayuso demonizaría a García si apareciera incluso con el elixir de la eterna juventud, mientras que García no va a desaprovechar el ministerio que desempeña para exagerar las directrices de Moncloa contra la presidenta madrileña.
El duelo tanto perjudica como degrada las obligaciones hacia los ciudadanos. La gripe no diferencia entre votantes de izquierdas ni sufragistas conservadores, pero las tentaciones de la propaganda y del electoralismo jerarquizan las prioridades, incluso cuando están en juego cuestiones tan nucleares como la salud. Tan sólido es el muro que las iniciativas políticas no se rechazan o aprueban por su contenido, sino en función de quienes las promuevan, más todavía cuando las respectivas alergias ideológicas redundan en los odios particulares.
García detesta a Ayuso tanto como Ayuso detesta a García. Y no es cuestión de remediar semejantes aversiones con una tregua de hipocresía, pero sí de exigir a ambas un ejercicio de responsabilidad, entre otras razones porque las emergencias gripales se han convertido en una maldita tradición navideña. Con más o menos intensidad, cada año se nos presenta la "sorpresa" de las enfermedades estacionales, la falta de previsión, la negligencia de las campañas de vacunación… y la propia inacción de los ciudadanos.
Una sociedad madura debería crearse mecanismos propios tanto para proteger la salud como para defenderse de la clase política. No debe acudirse a un centro sanitario cuando resulta innecesario. Ni tiene sentido esperar a las grandes decisiones cenitales cuando la familiaridad de la gripe forma parte de cualquier manual de instrucciones doméstico.
Proponía Mónica García en el programa de Alsina que los ciudadanos gestionaran sus propias bajas de tres días. Sucede en otros estados civilizados, pero la iniciativa tendría sentido si existiera un contexto normativo al que acogerse y si no interviniera el rasgo idiosincrásico de la picaresca. Los empresarios recelan del trabajador tanto como el trabajador recela de los empresarios. Agitan el debate los datos inquietantes de absentismo laboral. Y viene a demostrarse la desconfianza del teletrabajo, por mucho que haya prosperado desde la irrupción de la pandemia.
Produce escalofrío aludir al trauma del covid, como trastorna la psicología y las supersticiones exponerse otra vez al ritual de las mascarillas, pero resulta aún más desesperante que la dignidad y el interés de los ciudadanos se resienta de la política minúscula y de la mayúscula crispación.
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