Por todos es bien sabido que la ciudad de Zaragoza y el río Ebro son algo inseparable. Uno y otro han convivido desde hace miles de años con cada civilización y cultura. Las aguas del vetusto Iber son fruto de riqueza e historia y uno de los elementos más característicos de la urbe. Pero aunque se desconozca, no es el único cauce que ha bañado sus calles. Se trata del Huerva, que yace enterrado en su mayor parte por la expansión urbanística de los últimos 100 años y que ahora tiene visos de resurgir.
El Ayuntamiento de Zaragoza, que dirige Natalia Chueca (PP), ha propuesto dar al desaparecido río el protagonismo perdido y rescatarlo del olvido con la renovación de sus riberas urbanas. Un proyecto de gran complejidad técnica que, en principio, se sufragará con fondos europeos y propios. El objetivo es que cambie la fisionomía de la ciudad al final del presente mandato, en 2027. Con un presupuesto de casi 30 millones de euros, el Huerva volverá a ser visto en tramos de la capital aragonesa como hace un siglo, tras ser enterrado en 1924 por el arquitecto Félix Navarro.
El trazado ya está sobre la mesa. Un paseo con nuevos equipamientos de ocio —donde se podría incluir quioscos de hostelería—, zonas de juegos infantiles, carriles bicis y una mejora paisajística con árboles y flores. No es una novedad. Desde hace quince años y con tres gobiernos diferentes —PSOE, Zaragoza en Común y PP—, la gran asignatura pendiente ha sido la resurrección del río, aunque ni la ingente inversión de la época de la Expo de 2008 logró ejecutar el plan director, que sí se diseñó.
Por el momento, con un horizonte de tres años (2024 a 2027), el Ayuntamiento de Zaragoza ya tiene comprometidos 20 millones de euros del Gobierno de Aragón para su ejecución en este periodo, así como otros 10 millones de euros incluidos en el presupuesto municipal de este ejercicio.
El Ayuntamiento de Zaragoza lo ha situado como uno de los planes más ambiciosos de la legislatura. El proyecto nace como uno de los planes estrella del mandato de Chueca, con permiso de la nueva Romareda, tras suceder en el cargo al también popular Jorge Azcón, ahora presidente de Aragón. "El gran proyecto de ciudad para los próximos años", explican fuentes municipales.
A simple vista, resultaría algo sencillo debido al abandono absoluto del cauce. La limpieza de maleza, basura y zonas oscuras sería un gran paso para el río a su paso por la ciudad. Pero nada más lejos de la realidad. La complejidad que esconde este proyecto es más que notable. Urbanistas consultados afirman que los grandes desniveles que presenta complican su adaptación al entorno de una ciudad que ha cambiado mucho en 100 años. Por ello, desde el área de Urbanismo del Ayuntamiento de Zaragoza se propone la construcción de suaves taludes que eviten los muros actuales y los pilares de hormigón.
"Los barrancos encajados y la diferencia de altura entre los márgenes de cada ribera son las grandes complejidades, en un cauce que está, en ocasiones, a diez metros por debajo del suelo urbano que tiene la ciudad", explican las fuentes consultadas. Uno de los espaldarazos más importantes que tiene este proyecto es el aval de la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE), que incluyó esta reforma en su plan 2022-2027.
Este visto bueno se debe a varios motivos, alejados de la mejora de escena urbana o su readaptación paisajística. Apuntan a la construcción de nuevos colectores de saneamiento, un tanque de tormentas, la mejora del estado ecológico del Huerva o la implantación de sondas para medir la turbidez del agua.
Otra de las particularidades del río es que un 20% de su trazado está soterrado en el corazón de la ciudad. Durante 1,2 kilómetros, se encuentra bajo la Gran Vía, el paseo Constitución y el paseo de la Mina. Esta disposición seguirá igual a pesar del resto del proyecto, aunque sí deberá adaptarse, tanto en el control de calidad de las aguas como en el estado de suciedad bajo superficie.
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