Tendemos a pensar que en la sociedad patriarcal el hombre lo ha tenido más fácil en su faceta sexual. Él gozaba de una libertad sin juicios morales, no podía quedarse embarazado (ahora ya sí) y no tenía ninguna reputación que mantener, a no ser la de “picha brava” frente a los amigos, en la barra del bar. Sin embargo, estas licencias tenían su contraprestación, ya que él era el proveedor del placer femenino (“no hay mujeres frígidas, sino hombres inexpertos”); el penetrador, siempre a punto y siempre dispuesto, sin derecho a expresar sus sentimientos. Algo así como una sex machine, cuando los juguetes eróticos no habían conquistado todavía el mercado.
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