Una de las cualidades que ha de poseer todo buen Gobierno es la de ser previsor, sobre todo en lo que a asuntos económicos se refiere. Las malas lenguas cuentan que en pleno siglo XIX hubo un Ejecutivo que carecía de esta facultad, hasta tal punto que acabó en la cuerda floja por un premio de Lotería. Santiago Alonso Cordero, maragato de Astorga (León), fue uno de los afortunados que ganó el Gordo de un sorteo que estaba empezando a dar sus primeros pasos en España. El problema se lo encontró cuando fue a reclamar sus ganancias. En el instante en el que enseñó con orgullo la papeleta que así lo certificaba, el Departamento del Tesoro le informó de que había un problemilla: la cantidad del premio era tan elevada que las arcas del Estado no podían hacer frente a ese pago. A Santiago Alonso no le hizo nada de gracia, pero menos aún le hizo al Gobierno que vio como los tambores de quiebra resonaban más fuerte que nunca.
En aquellos tumultuosos años en los que reinaba Isabel II, no era extraño que la Hacienda Pública estuviese escasa de efectivo. El incipiente sorteo no hizo más que empeorar esta situación. En sus inicios, el juego se parecía bastante a la Lotería Primitiva, en la que había que elegir cuantos números se quisiera del 1 al 90. Al haber distintas posibilidades, las probabilidades de ganar un premio eran bastante menores. Pero la suerte llamó a la puerta de Cordero, quien sí que logró hacerse con el Gordo. La cantidad era tal que el Estado, quien utilizaba esta apuesta como un método de recaudación fiscal, se vio en la tesitura de no tener manera de efectuar el pago. ¿Su solución? Cambiar el dinero por propiedades. El Ejecutivo cedió a Cordero un terreno en una de las zonas más exclusivas de la capital: en la mismísima Puerta del Sol. Previamente en ese solar se encontraba el convento de San Felipe el Real, que había pasado a ser propiedad del estado.
Cordero lo tuvo claro: tenía que haber alguna forma de sacar rentabilidad a ese terreno. El protagonista de esta historia no dudó en aceptar la oferta y construir el mayor complejo de apartamentos que había en la época con vistas a la calle Mayor y la Puerta del Sol. La casa, diseñada por el arquitecto municipal Juan José Sánchez Pescador en 1842, fue dedicada principalmente a viviendas y se convirtió en uno de los emblemas de la ciudad. El leonés dio nombre a este edificio, que siglos después conserva el nombre de Casa Cordero o Casa del Maragato.
“Sus siete patios interiores suministraban luz y aire a las confortables y espaciosas suites. [...] La escalera que conducía al piso principal estaba vistosamente ataviada con mármol de diferentes colores, al igual que el suelo. El complejo contenía un total de cien suntuosas viviendas y, como es natural, era la comidilla de los mentideros de Madrid, al ser uno de los edificios más prestigiosos y elegantes de la ciudad”, aseguran Marco y Peter Besas en su guía práctica del Madrid Oculto.
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En la planta baja se instalaron tiendas y almacenes, así como uno de los locales más característicos del Madrid del siglo XIX: la Fonda de la Vizcaína. Este local estuvo regentado por una mujer originaria de esa provincia. Abrió sus puertas al público en 1846 y se caracterizó por ser una de las primeras en ofrecer un menú más europeo en table d'hôte, adaptado a los gustos de los viajeros extranjeros. En este establecimiento, se alojó en 1865 el escritor y poeta danés Hans Christian Andersen y el viajero inglés William George Clark, autor de Gazpacho, or Summer months in Spain, publicado en 1850.
Más allá de sus propiedades, Santiago Alonso Cordero tuvo también cierta relevancia política en el sector liberal. Es más, llegó a ejercer como diputado en las Cortes, siendo el protagonista de las comidillas del momento. De hecho, este ilustre personaje era conocido por asistir a las sesiones del Parlamento vestido con el traje típico de su región. Cordero se quedó en la ciudad en la que había desarrollado gran parte de su carrera en uno de los momentos más duros de la capital, que veía como perdía gran parte de su población por el cólera. Finalmente, murió en una de las cuatro pandemias de esta enfermedad que acontecieron en España durante ese siglo.
Cordero, quien también fue amigo de la reina Isabel II, invitó a la monarca un día a su palacete en Santiagomillas (León). Tal era el honor, que el leonés se ofreció a alfombrar el patio de la entrada con monedas de oro. A Isabel no le hizo mucha gracia, ya que si colocaba las monedas de cara tendría que pisar su propia cara y si las ponía al revés, tendría que hacer lo mismo con el escudo de España. Cordero encontró la solución y aseguró a la reina que "no habría problema alguno, ya que las colocaría de canto".
Benito Pérez Galdós, en Los ayacuchos, la novena y penúltima novela de la tercera serie de los Episodios nacionales, describe a Santiago Alonso Cordero como una persona que "no abandona por nada del mundo la etiqueta popular de sus bragas de maragato. Es un hombre risueño y frescote, con cara de obispo, de maneras algo encogidas, en armonía con el traje castizo de su tierra, de hablar concreto, ceñido a los asuntos. Se enriqueció, como usted sabe, en el acarreo de suministros, y hoy es uno de los primeros capitalistas de Madrid".
Si bien es cierto que la historia de su riqueza ha estado vinculada en parte a la Lotería de Navidad, no hay pruebas de que así fuera. Los periódicos de la época no mencionan tal acontecimiento, por lo que no se descarta que el maragato hiciese algún que otro chanchullo político con la Administración Pública para quedarse con este solar. "La historia de la lotería pudo haberse hecho circular para tapar la gran suma de dinero blanqueado que se necesitaba para comprar el terreno que consiguió pujando en una subasta pública por la suma de 17 millones de reales", afirman Marco y Peter Besas.
Con el paso de los años, la primera planta de Casa Cordero fue ocupada por el Gran Bazar de la Unión, mientras que en la planta baja se situó el Café de Lisboa. Uno de los episodios más negros de este inmueble ocurrió el 13 de septiembre de 1974, cuando ETA colocó una bomba en la cafetería Rolando, ocasionando una masacre sin precedentes y causando la muerte de trece personas.
¿Y el origen de la lotería?
En el siglo XVII, un peculiar sorteo llamado lotto comenzó a ganar seguidores en varias ciudades italianas. Carlos III, en el período en que fue rey de Nápoles, conoció la lotería que existía allí y decidió implementar este juego en España. El motivo detrás de esta hazaña era el de disfrazar la recaudación de impuestos bajo el baluarte de una causa social. En el Real Decreto de 30 de septiembre de 1763, el monarca señalaba que había “tenido por oportuno, y conveniente establecer en Madrid una Lotería [..] para que se convierta en beneficio de Hospitales, Hospicios y otras Obras Pías y públicas, en que se consumen anualmente muchos caudales de mi Real Erario”.
Un siglo y medio después, en el mismo año que se firmó la Constitución de Cádiz, se celebró el primer sorteo de su historia. Los billetes se fraccionaron en cuartos, en lugar de en décimos como actualmente, cada uno de los cuales tenía un importe de diez reales. Tal fue su auge que en 1818 se organizó un sorteo especial coincidiendo con la Navidad. Desde entonces, Santiago Alonso Cordero y miles de personas a lo largo de la historia se han atrevido y se atreven a soñar cada 22 de diciembre.
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